El mundo, bajo el prisma del autismo

Yasmín Cortez colabora con la Fundación Menela en la conmemoración del Día Internacional de las Personas con Síndrome de Asperger impartiendo una charla en la que comparte sus experiencias con este trastorno

Yasmin Cortez, junto a la estatua de Julio Verne, en Vigo.   | FOTO: CEDIDA

Yasmin Cortez, junto a la estatua de Julio Verne, en Vigo. | FOTO: CEDIDA / M. gonzález

M. González

M. González

VIGO

La Fundación Menela organiza, con la colaboración de Afundación y en el marco del Día Internacional de las personas con Síndrome de Asperger, una charla en la que Yasmín Cortez compartirá su experiencia de vida como mujer con este trastorno y que tiene por título “Una perspectiva autista: encontrando el equilibrio entre las dificultades y la felicidad”. Será esta tarde, en la sala de conferencias de la Sede Afundación de Vigo, a partir de las 17.30.

Cortez, nacida en Venezuela, llegó a España por primera vez en 2005 y que luego regresó en 2015 para quedarse definitivamente, y hablará sobre su vida como autista adulto y de las principales dificultades que ha enfrentado hasta su diagnóstico, que no llegó hasta que tenía 36 años. “Fue en enero de 2019”, rememora. “Yo sabía que era diferente porque siempre fue algo muy evidente, pero no a nivel de dificultades en los estudios, porque yo era buena alumna, buena estudiante”, explica. De hecho, asegura que las mayores dificultades de su enfermedad no se manifestaron hasta que empezó a vivir sola. “Ahí me encontré con que no tenía herramientas, no sabía cómo vivir la vida, cómo buscar trabajo...”.

Cuando llegó a España se dio cuenta de que sus “habilidades para hablar con los demás, para socializar, eran nulas”. “Eso me causó una serie de problemas y dificultades que hicieron que me tuviera que regresar a Venezuela”, dice sobre su primera etapa en el país.

“Me machacaba a mí misma”, confiesa que hacía antes de saber qué le ocurría realmente. “Me preguntaba cómo era posible que si en mi vida nunca había tenido problemas y siempre había podido hacer todo lo que me había propuesto, otras cosas como hablar con las personas o superar una entrevista de trabajo me parecían algo imposible”, explica. Y eso que no le faltaba preparación. “Yo me gradué a los 23 años como ingeniero técnico de telecomunicaciones, pero no conseguí trabajo de lo mío hasta 12 años después”, subraya. “No sabía cómo explicarme a mí misma ni a los demás por qué no era capaz de hacerlo”, insiste. Intentó trabajar incluso en una cafetería, pero fue incapaz. “El ruido, el humo... Se me ponía muy mal cuerpo y no sabía explicarlo. Me esforzaba para hacerlo, pero llegaba a un punto en el que me bloqueaba, me quedaba sin poder hablar un día completo y nadie lo entendía; pensaban que era una malcriada o que no me habían educado bien”, se lamenta.

El diagnóstico llegó “por casualidad”: “Nunca había pensado en esa posibilidad. Sabía que tenía altas capacidades, pero no que podía ser autista también”, asegura. Todo llegó tras el diagnóstico a su hermano, en 2018. “En mi casa siempre fui la que leía, la que investigaba y me pidieron que indagase sobre el tema para que pudiéramos ayudarle a él”. En un vídeo de CEPAMA (asociación formada por mujeres autistas), se vio reflejada. Acudió entonces a la Fundación Menela en busca de la confirmación que necesitaba. Llegó, entonces, un proceso de “duelo”. “Una vez lo confirmas te das cuenta de que no lo puedes cambiar. Yo puedo tener altas capacidades, pero mi cuerpo me limita”, explica. “Tengo migrañas a diario, problemas de ansiedad... Mi vida es muy difícil”, se lamenta.

Incluso tuvo que mudarse a Tui, por recomendación médica, para evitar los ruidos. “El mayor problema que yo tengo es sensorial y estoy trabajando para poder gestionarlo bien”, apunta. “En lo que sí que me ha ayudado mucho el diagnóstico fue a comprender el mundo. Hasta ese momento no sabía qué me pasaba y pensaba que todo el mundo lidiaba con lo mismo que yo”, sostiene. “Y que si yo no estaba a la altura de todos los demás era porque no lo estaba haciendo bien”, añade.

Gracias a la terapia en Menela y las charlas de CEPAMA llegó al paso de la “aceptación”: “Fui comprendiendo que tenía que aceptar vivir la vida conforme a mis cualidades y mis limitaciones. Tengo que aceptar que soy así, que tengo un límite y no amargarme la vida. Ya no me presiono tanto como antes”.

Yasmín Cortez.

Yasmín Cortez. / Cedida

El diagnóstico de mi hermano abrió la caja de Pandora

Yasmín Cortez ha conseguido terminar sus estudios superiores, trabaja de lo suyo, cursa un máster y es madre de una niña. “Ella también es autista”, puntualiza. “Yo no me imaginaba que pudiera serlo, pero empezó a sufrir migrañas muy fuertes y la llevé al neurólogo. Fue otro duelo”, dice. También su padre está diagnosticado: “El diagnóstico de mi hermano abrió la caja de Pandora”, afirma, mientras habla de su relación con su familia: “Yo soy una persona muy apegada a mis padres y ellos nunca invadieron mi espacio, siempre me motivaron y creo que eso fue muy importante para mí, para lograr todas las cosas que he logrado”, sostiene.

Y, en su vocación por ayudar a otras personas en su situación, expone su caso, también con la intención de visibilizar, de exponer el diagnóstico, para evitar problemas, por ejemplo, a nivel laboral: “Tengo problemas con el liderazgo, porque soy muy frontal, y por eso he decidido decirlo abiertamente”. La respuesta en su entorno laboral ha sido buena. “A veces el miedo está más dentro de uno”.

“La gente tiene que saber que hay más autistas que los que estamos acostumbrados a ver en la tele”, añade: “Tenemos una forma de ser y actuar particular, pero hay que aprender a vivir con gente que también es así”.

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