“Me da miedo la muerte, y ya está cerca”, decía David Crosby hace cuatro años en “Remember my name”, un fascinante documental en el que este cantautor y guitarrista que jugó un papel determinante en la construcción de la escena folk-rock californiana repasaba con desarmante honestidad una turbulenta vida presidida por los excesos, las adicciones y los logros musicales. Una vida que terminó en la noche del pasado martes como consecuencia de “una larga enfermedad”. David Crosby tenía 81 años. Su nombre quedará para siempre asociado al de dos grupos que definieron el sonido de Los Ángeles en la segunda mitad de los años 60: The Byrds y Crosby, Stills & Nash (también en su versión ampliada, Crosby, Stills, Nash & Young). Con unos y otros grabó discos legendarios y protagonizó peleas no menos memorables al tiempo que, con su formidable olfato para detectar el talento, ejercía de catalizador de la escena musical que florecía en las colinas de Laurel Canyon (él fue quien introdujo a Joni Mitchell en la comunidad de cantautores del lugar).

Neil Young, Graham Nash, David Crosby y Stephen Stills, en una imagen de 1999. | // PETER MORGAN

Pese a haber nacido en Los Ángeles, Crosby probó suerte como músico folk en Nueva York y Chicago antes de volver en 1963 a su ciudad natal. Allí se asoció con Jim McGuinn (que después cambiaría su nombre por Roger) y Gene Clark para formar los Byrds, cuyo primer single para Columbia –una versión eléctrica de la canción de Bob Dylan Mr. Tambourine Man– alcanzó el número uno en las listas en 1965, dio carta de naturaleza al sonido folk-rock y cambió el universo pop de Los Ángeles para siempre. Los problemas personales de Clark y la enemistad creciente entre Crosby y McGuinn convirtieron la vida interna de los Byrds en un polvorín y condenaron al grupo a una vida efímera y pródiga en cambios de personal. El propio Crosby fue expulsado en octubre 1967. Su siguiente grupo surgió casi por azar, durante una fiesta en casa de Joni Mitchell en la que el músico británico Graham Nash, de The Hollies, se unió a Crosby y Stephen Stills en la improvisada interpretación de una canción de este último. La armonía de las tres voces hizo que todos los presentes se miraran estupefactos. Sin saberlo, acababan de presenciar el nacimiento de uno de los grupos más exitosos e influyentes de finales de los 60: Crosby, Stills & Nash.

Megalomanía y paranoia

El sonido soleado y campestre del primer elepé del trío, sustentado en las guitarras acústicas y las complejas armonías vocales, brindó un balsámico contrapunto a la deriva épica y ruidosa del rock de la época. Pero bajo esa superficie de camaradería y placidez se dirimía una salvaje guerra de egos avivada por el consumo de cocaína y alcohol. La ampliación de la banda con la incorporación de Neil Young incrementó su popularidad pero también multiplicó los focos de tensión interna y todo acabó saltando por los aires en julio de 1970, en una explosión de megalomanía y paranoia. Tras la separación, Crosby sorprendió a todos con un magnífico elepé en solitario, “If I could only remember my name...”, que se vendió bien pero recibió malas críticas. Las sucesivas reuniones de los miembros de CSN&Y (en diferentes formatos: cuarteto, trío o dúo) marcaron las siguientes décadas de la carrera musical de Crosby, que colaboró también en grabaciones de, entre otros, Jackson Browne, James Taylor y Phil Collins y tuvo un montón de altercados con la ley derivados de su afición a las drogas, la bebida y las armas.

En 2014, publicó el primer elepé a su nombre en 21 años, “Croz”, un disco al que siguieron cuatro álbumes más. Después de quemar amistades en la pira de su volcánico carácter, grabar en solitario era para entonces casi su única opción, tal como reconocía en el mencionado documental: “Todos los tipos con los que he hecho música han dejado de hablarme. Y ya no sé cómo volver atrás”.