Consejos a las puertas de la muerte

La enfermera viguesa Charo Álvarez reconstruye la historia de su abuelo, fusilado por los fascistas, a partir de la última carta que escribió a su esposa

Charo Álvarez.

Charo Álvarez. / Cedida

“Qué terrible sensación me embarga, impidiéndome incluso la respiración, cada vez que escucho el sonido de los cerrojos abrirse y cerrarse en las otras celdas. Pronto escucharé abrirse el mío después de haber contado en silencio los pasos del guardia acercándose. Uno, dos... Ya está”. Así arranca “Última carta para Virginia” (Ediciones Agoeiro), el libro en el que la viguesa Charo Álvarez Prieto, enfermera de profesión y apasionada de la literatura, rescata la historia de su abuelo, Joaquín Álvarez (Arbo, 1890), maquinista ferroviario fusilado en diciembre de 1936 por sus ideales republicanos. Tenía 45 años y dejaba viuda y siete hijos; la menor, Neyde –aunque en los documentos oficiales aparece escrito con i latina–, de tan solo cinco años. La tía de Charo, que la próxima primavera cumplirá 91 años, es la única superviviente de la progenie de Joaquín Álvarez y Virginia González, y ha participado de forma muy directa en este libro, lo que, según Charo, la convierte en justa coautora.

Joaquín nunca supo de qué se le acusaba, ni siquiera si sería juzgado. A su familia tampoco le consta ni una cosa ni la otra. Solo que fue arrestado en noviembre, poco después del golpe de Estado contra la II República, y asesinado por los fascistas unas semanas después en la playa viguesa de Alcabre, en el antiguo matadero (hoy Museo del Mar), junto con otros seis compañeros: Antonio Barredo Rodríguez, Juan de la Cruz García Coco, Eloy Fernández Alonso, Constantino Pérez Durán, Matías González Montero y José Moralejo Santos.

Joaquín Álvarez y Virginia González. Abuelos de la enfermera viguesa Charo Álvarez, que ha reconstruido la historia de su abuelo, fusilado por los fascistas, a partir de la última carta que escribió a su esposa. Cedida

Joaquín Álvarez y Virginia González, los abuelos de Charo Álvarez. / Cedida

Antes de que le dieran el paseo, Joaquín pidió papel y pluma para escribir a su esposa una carta que Charo y sus primos habían oído mencionar en alguna ocasión, pocas, a sus padres, pero que ninguno de ellos había visto.

Era como el gran secreto de la familia, algo de lo que no hablaban con nosotros y de lo que te ibas enterando con el tiempo. Poder leer la carta, por fin, fue emocionante”, comenta Charo, que tenía cerca de 18 años cuando supo de su existencia.

Esa última misiva, que Joaquín escribió el 8 de diciembre de 1936 desde su celda en el cuartel de la Guardia Civil en Vigo, estuvo celosamente escondida en el marco de una de las tantas fotografías que presidían las repisas de la casa familiar en Vigo y no vio la luz hasta que murió el dictador Francisco Franco. Mantenerla oculta fue una petición expresa de Joaquín, que la guardó con sus pertenencias para que llegase a su destinataria solo en caso de que él falleciera, como así ocurrió. Fue su hijo Alfonso, el padre de Charo, de 12 años, que todos los días llevaba el almuerzo a su padre a prisión, quien recogió sus objetos personales con la carta.

Neyde Álvarez revisa algunos documentos familiares.

Neyde Álvarez revisa algunos documentos familiares. / Cedida

Lo que más le sorprendió a Charo de la carta fue la caligrafía y la ortografía, sumamente cuidadas, de su abuelo, y la despedida. Charo ha diseccionado esta misiva, de cuatro páginas, y ha ido intercalado la historia de sus abuelos, que se fugaron a Lisboa para poder estar juntos ante la oposición de la familia de Joaquín a que se casase con una mujer con un patrimonio inferior al suyo. La aventura, sin embargo, duró poco, exactamente lo que la pareja pudo estirar el dinero con el que huyó de Arbo, de donde eran naturales. Sin embargo, no renunciaron a estar juntos e iniciaron su vida en común primero en Arbo, donde se casaron en 1915, cuando ya eran padres de dos hijos, y después en Vigo. Tuvieron diez vástagos, aunque vieron morir a tres siendo bebés.

En las cuartillas de la carta, que la tía Neyde plastificó para conservarla, pueden verse las lágrimas de Virginia, quien nunca la leyó, ya que era analfabeta. Fueron sus hijos quienes lo hicieron. En esta misiva de despedida, Joaquín da una serie de indicaciones a Virginia para que, en caso de que no regrese a casa, pueda seguir adelante. “Mi abuela era una mujer muy recta y aparentemente bastante fría. Detrás de este carácter hay mucho sufrimiento. Tuvo que sacar adelante sola a siete hijos y vivir señalada como ‘roja’, es decir, como mala, porque los buenos eran los otros”, afirma.

“Era como el gran secreto de la familia, algo de lo que no hablaban con nosotros y de lo que te ibas enterando con el tiempo"

Charo Álvarez Prieto

— Escritora

Para reconstruir esta historia, Charo se ha sumergido, de la mano de su tía Neyde, en la memoria de la familia a través de los documentos, escritos y gráficos, que conserva esta nonagenaria, y también de sus recuerdos. “Aunque era muy pequeña tiene un recuerdo muy vívido de todo lo que ocurrió”, comenta. A fuego le quedó grabada la reacción de su madre cuando fue informada de que el cadáver de su marido había sido hallado en la playa de Alcabre. Es el capítulo más desgarrador y, al mismo tiempo, el más hermoso de “Última carta para Virginia”. También el que más le costó escribir. “Me resultó muy difícil ponerme en la piel de mi abuela”, confiesa Charo, que antes de embarcarse en este reto publicó otro libro, "Orlagh".

Cuando, al finalizar la guerra, Virginia pide un certificado para poder presentar en la compañía de ferrocarriles para poder demandar sus derechos como viuda, recibió una carta en la que se reconocía la detención de Joaquín, pero no su ejecución. Según este escrito, el maquinista fue puesto en libertad poco después y hallado muerto en la playa. “No se hicieron responsables de su asesinato, pero unos marineros fueron testigos y, además, ahora tenemos los resultados de las autopsias”, afirma Charo, que con este libro quiere que su abuelo reciba la justicia que no tuvo hace 80 años.

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