NEURODERECHOS

Un algoritmo estilo TikTok dentro de tu cerebro: "Sería el fin de la democracia"

Chile es el primer país en legislar los neuroderechos de sus ciudadanos, aunque la Unión Europea también está trabajando en esa dirección

Elon Musk acaba de dar más detalles acerca de Neuralink, el chip que espera poder implantar en seres humanos en apenas seis meses para 'ampliar sus capacidade'’.

Elon Musk acaba de dar más detalles acerca de Neuralink, el chip que espera poder implantar en seres humanos en apenas seis meses para 'ampliar sus capacidade'’. / NACHO GARCÍA

Alberto Muñoz

Imagine todo aquello que se le ha pasado alguna vez por la cabeza (fantasías, miedos, recuerdos, inseguridades...) conectado, como de si de un disco duro se tratase, a un ordenador. Quien tuviese el control podría llegar a 'actualizar su sistema': darle nuevas capacidades, arreglar las que hayan dejado de funcionar (como una ceguera o una pérdida de movilidad) o incluso conservar su consciencia eternamente. Pero también podría, como ocurre con el algoritmo de TikTok, InstagramTwitter o Meta, condicionar sus hábitos de compra, su ideología política o su percepción de la realidad y de usted mismo.

"Abrir nuestro cerebro a los algoritmos de las grandes tecnológicas supondría el fin de las pocas democracias que quedan y someternos a un estado de vigilancia continuo", resume a El Periódico de España, del grupo Prensa Ibérica, Thomas Metzinger, filósofo alemán especializado en neuroética. "Tampoco deberíamos subestimar el daño que ya nos están haciendo. Estamos hablando de algoritmos alimentados 24 horas al día por miles de millones de personas. Todos ellos compitiendo por su cuota de atención y con sus propios intereses, que no son los de los ciudadanos".

"Que estos algoritmos nos conozcan tanto nos quita nuestra capacidad de elección en cuanto a qué queremos ver o a qué nos podemos exponer, y eso puede llegar a causar un gran daño emocional", explica a este periódico Consuelo Tomás, psicóloga clínica especializada en el impacto de las 'fake news'.

A pesar de que ya existen neurotecnologías invasivas que pueden llegar a transcribir lo que pensamos a un ritmo de 100 palabras por minuto, el hecho de que los algoritmos puedan llegar a colarse de forma efectiva en nuestras mentes a través de chips es una posibilidad aún lejana en el tiempo. Aun así, gobiernos y grandes empresas de todo el mundo ya se están preparando para el pulso por el control de los datos que se generarían.

El propietario de Twitter y de Tesla, Elon Musk, uno de los hombres más ricos del planeta, acaba de publicar los últimos avances de uno de sus proyectos más ambiciosos: Neuralink, un chip que el magnate asegura que en apenas seis meses podría ser implantado en un cerebro humano para 'ampliar sus capacidades'.

En su presentación, Musk habló del potencial sanitario del dispositivo, que no es el único de su tipo, pero no de todos los riesgos que surgirían al 'abrir' el cerebro a la informática.

"Seríamos muy ingenuos si pensáramos que estas nuevas tecnologías no van a tener una vertiente comercial", apuntaba Pablo López-Silva, psicólogo y profesor de la Universidad de Valparaíso, Chile, en un informe previo publicado por la UNESCO.

Para intentar mantener el control, el año pasado Chile se convirtió en el primer país del mundo en aprobar una legislación que regulase los neuroderechos de sus ciudadanos, una iniciativa a la que se han sumado científicos de todo el mundo para intentar incluirlos en la Carta de las Naciones Unidas con la finalidad de proteger la actividad y los datos del cerebro.

Todavía no existe la tecnología capaz de ponerlos a prueba en toda su dimensión, pero el gobierno del país sudamericano ha optado por fijar las normas antes incluso de que fuera posible y por empezar a hablar de términos como las 'neuro cookies', que serían el rastro que dejarían nuestros pensamientos si fueran recogidos.

De hecho, incluso aunque estos dispositivos se adapten a la legislación y no sean utilizados con finales comerciales, los gobiernos van a tener que esforzarse por intentar que sea accesible para todos. Es decir, que si realmente consiguen curar una ceguera o solventar problemas de movilidad, por ejemplo, el paciente no tenga que elegir entre pagar una gran suma de dinero o ceder los datos generados por su cerebro.

"Si esperamos a que la tecnología madure quizás nunca lleguemos a ser capaces de controlarla", dijo entonces Carlos Amunátegui, profesor de Derecho en la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Monetizar la intimidad de tus pensamientos

El objetivo, según recoge el informe del organismo internacional, es proteger la privacidad mental y el libre albedrío de los ciudadanos equiparando legalmente los potenciales datos obtenidos del cerebro al resto de órganos, por lo que no podrían ser comercializados ni distribuidos.

De ser ese el caso en todo el mundo —pues la Unión Europea, por ejemplo, también está trabajando en esa dirección—, ¿qué incentivo tendrían las grandes tecnológicas para desarrollar los dispositivos si no pueden monetizar y evolucionar lo que han conseguido con los algoritmos de las redes sociales? Algoritmos que, a día de hoy, predicen e inducen patrones de compra, seleccionan las noticias y el contenido a mostrar según los intereses del usuario y tienen información detallada de prácticamente todos sus movimientos.

"Lo íntimo no puede convertirse en algo público si uno no quiere. Hoy en día, por ejemplo, me encuentro con pacientes que sienten que se está vulnerando su privacidad cuando se encuentran con anuncios en sus teléfonos móviles que van dirigidos específicamente a ellos por las conversaciones o las búsquedas que han hecho últimamente", explica Tomás. "Sentir que vulneran tu intimidad causa un daño importante a la salud mental".

"Las grandes empresas de este mundo no están interesadas en la salud mental de los ciudadanos ni en la calidad de la democracia, sino en otra cosa. Para ejemplo, lo que está haciendo Musk con Twitter", explica Metzinger. "No podemos entregarles tantísimo poder. Hablamos de la dependencia energética con Rusia, pero, ¿y la dependencia tecnológica con Estados Unidos?".

El filósofo alemán apunta, sin embargo, que "subestimamos" el daño que ya están causando los algoritmos, la realidad virtual y el la inteligencia artificial a "nuestras mentes y a nuestras sociedades". Según él, desde 2008, momento en que empezaron a imponerse los 'smartphones' y las primeras redes sociales, la calidad y el número de democracias alrededor del mundo se están resintiendo.