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Brecha digital... ¿En qué?

Reflexiones de un viejo outsider

Un teléfono móvil inteligente.

Un teléfono móvil inteligente. / UNA PANTALLA DE UN TELEFONO MOVIL CON VARIOS ACCESOS A REDES SOCIALES INSTALADAS.

Xaime Fandiño

Xaime Fandiño

Cuando voy a dar alguna charla y observo que una parte importante de mi audiencia está compuesta por personas mayores, me refiero a viejos como yo, suelo hacer unas preguntas relativas a su actividad “smartphonica”.

La primera es: ¿quién de la sala tiene y utiliza el whatsapp a diario? generalmente no queda nadie sin levantar la mano. A continuación hago otra: ¿quién utiliza un navegador como Google para hacer consultas de algún tipo? y la ratio no baja demasiado, igual que cuando pregunto si usan alguna otra app además del whatsapp.

Como se insiste tanto en la brecha digital de los mayores y por otro lado veo que la mayoría usan su “smartphone” más que para recibir llamadas, me pregunto por qué pueden ser reacios a utilizar algunas aplicaciones y, aunque tendré que investigarlo más a fondo, de entrada se me han ocurrido que puede estar relacionado con la facilidad y ergonomía que presenta a priori el acceso a cada app. Hay aplicaciones complicadas que preguntan demasiadas cosas para arrancar o aparece publicidad invasiva cuando se están utilizando, de modo que si de casualidad sin querer pinchas en ella te sacan del sitio donde estás y te conducen a un lugar incierto. Esto desespera a un usuario que no le apetece perder el tiempo, ni que lo líen, ni que lo metan en escenarios desconocidos donde no tenga control de lo que está haciendo.

Y ahí se me ha encendido la luz de porqué, muchas personas mayores y sensatas, a pesar de manejar su “smartphone” con asiduidad no quieren ningún rollo virtual con apps y procesos que tengan que ver con “os cartiños”, es decir con las denominadas operaciones bancarias on line.

Todos los días leemos en la prensa y vemos en la televisión como se hackean las redes y cómo los ciberdelincuentes consiguen entrar en organizaciones económicas y estratégicas a pesar de los presupuestos millonarios que invierten en sus sofisticados escudos de protección, sin poder impedir que ejércitos de hackers paseen a sus anchas por algunas de las tripas de Facebook, Sony, eBay, Dropbox, Uber, las elecciones de EE UU… y de otras muchas organizaciones que no nos lo cuentan con el fin de evitar poner en riesgo su reputación. Incluso a Bill Gates, cuando hace unos años hizo la presentación mundial de una actualización de su Windows se le colgó en directo dando un pantallazo azul.

Así, si en este escenario virtual, etéreo, mágico y complejo que hemos dibujado, a la flor y nata de la digitalización mundial le suceden estos contratiempos, que no me puede suceder a mí, piensa ese ciudadano de a pie usuario de un pequeño “smartphone” de gama baja o media, que ha recorrido ya un tramo importante de la vida y por ello está en posesión de una casuística suficiente para dudar, porque seguramente ya ha visto casi de todo y por ello desconfía de lo que no puede palpar y comprender de pe a pa como es el caso del universo cibernético que nos ocupa

Es difícil convencer a alguien que no confía en un río que ya ha dado varios sustos, que se meta en él a darse un baño placentero. Pues eso sucede con algunas aplicaciones. Primero porque son poco ergonómicas para “dummies” y lo más importante, porque muchas de esas personas consideran que, con tanta sofisticación y procesos que no logran entender creen, razón no les falta, que entrando en esa red ponen en juego algo tan importante como el patrimonio conseguido, la mayoría de las veces con mucho esfuerzo a lo largo de toda una vida, o simplemente, por que se pueda poner en riesgo de desaparición súbita el importe de su pensión.

Por lo tanto, lo de la brecha digital, no digo en todos los casos, pero en muchos, casi seguro que no es tal, porque la mayoría de la gente provecta opera con sus “smartphones” todos los días interaccionando con familiares, amigos, “tinders”... pero, lo de utilizar este artilugio para temas económicos es otro cantar, debido a la desconfianza sobre ese escenario virtual en el que es necesario operar. Un lugar inhóspito de arenas movedizas donde la vuelta atrás en una operación fallida es bastante compleja. Por eso, no hay como disponer de una ventanilla física cuando hay que hacer algo trascendente y privado. La economía personal lo es, por eso, poder hablar y mirar a los ojos a un ser humano que te atienda de forma personalizada y te transmita confianza en la consulta u operación que necesitas realizar no tiene sustituto. Por mucho que nos traten de convencer de lo contrario, todos sabemos que es así, tanto si eres viejo como si tienes dieciocho años. Lo demás son “caralladas”.

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