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Salud mental

"'Mamá, no olvides que te quiero', esas fueron sus últimas palabras"

Son padres, abuelos, hermanos o amigos de cualquier persona que decide acabar con su vida; Son los que quedan en este mundo lastrando con la pena, el dolor y la impotencia - Son ellos los que ahora cogen el testigo y deciden enfocar su lucha en visibilizar y concienciar a toda la sociedad - Desde la Asociación Alhelí, en la que han encontrado un bálsamo, relatan sus vivencias para recordar que el suicidio puede afectar a todo el mundo y llegar en cualquier momento

Los supervivientes del suicidio alzan su voz para visibilizar y concienciar a la sociedad. L.O.

Adrián, José Antonio, María, Ana, Juanjo... Estos son los nombres propios del suicidio. Hijos, nietas y hermanas que dejaron un enorme agujero negro en las vidas de sus familiares, los supervivientes. Para algunos han pasado ya algunos años, para otros apenas unos meses, pero el dolor sigue calando igual que el primer día.

«Mamá, no olvides que te quiero. Nos veremos». Estas fueron las últimas palabras de Juanjo a su madre antes de quitarse la vida. Ocho palabras que pesan sobre Paqui como un yugo que la oprime cada día. Nunca había dado ninguna señal de alarma, pero lo tenía todo muy bien atado, relata esta malagueña con la voz entrecortada: «Había arreglado todos los papeles en secreto. Esa misma noche me dijo que no acostase a los niños, que le había hecho un regalo. Le había comprado la Play Station 3 y estuvieron jugando y haciéndose fotos. Me dijo que tenía que comprarles una tele más grande para poder jugar y se la dejó comprada. También dejó mi regalo de cumpleaños. Se me coge un nudo que ni siquiera puedo hablar».

Los supervivientes del suicidio exigen mayor formación y especialización de los profesionales de la salud mental, así como más inversión y ayudas económicas para entidades como la Asociación Alhelí

Paqui relata su historia al abrigo de personas que sienten como ella. «Mi hijo Adrián lo tenía todo para ser feliz. Se casaba a los dos meses y estaba esperando un hijo. Al día siguiente cumplía 29 años y le estábamos organizando una fiesta sorpresa. Nos dejó destrozados», cuenta Rafi.

A Araceli también le cambió la vida por completo. José Antonio se quitó la vida hace un año. «Nadie le había notado nada, no había dado señal alguna. Por la tarde, casi anocheciendo, se lo encontraron. Desde entonces no le encuentro sentido a mi vida, nada más que por mis nietos, eso sí», confiesa.

Pepa y Pepe perdieron a su nieta hace 18 meses. María era una niña alegre y risueña, hasta que eso cambió: «Llegó la pandemia, la adolescencia, las redes sociales y ella era la tristeza andante. María sí dio muchos signos, escribía cartas sobre cómo se iba a suicidar, se hacía cortes...». El rostro de Pepa refleja una tristeza que solo los allí presentes pueden comprender. Esta abuela explica que su nieta estaba siendo tratada por psiquiatras y psicólogos.

Al igual que lo estaba Ana, la hermana de Merche: «La historia se repite. Mi hermana era una persona alegre que lo tenía todo. Con depresión mayor, estaba tratada y no hubo manera. Ella sí dio muchas señales, entre ellas la señal más evidente que es decírtelo. Y tú ahora me dices, Merche pero si te está dando esa señal, ¿más claro lo quieres? Pues sí, porque como creemos que eso no nos va a pasar a nosotros, eso no es una posibilidad para ti. Hay que educar a la ciudadanía y enseñar a interpretar esas señales, porque estamos hablando de vidas, de los que se van, por supuesto, pero de los que nos quedamos también».

Sus testimonios calan en cualquiera que se pare a escucharlos. Para los supervivientes del suicidio la vida nunca volverá a ser lo que era: «Yo estoy deseando irme, pero no puedo hacer como María»; «Yo también he pensado muchas veces en suicidarme, raro el día que no lo pienso»; «Yo lo he pensado, no he llegado a planificar nada pero el pensar ojalá no me despierte, sí. Sobre todo cuando veo llorar a mis padres».

Visibilidad y formación

Todos ellos comparten el mismo pensamiento, dolor y rabia. La impotencia y la frustración. Pero también las ganas de luchar. «El primer paso para resolver un problema es que seamos conscientes de que ese problema existe», defiende Merche. La malagueña denuncia la falta de formación de los profesionales de la salud mental en lo relacionado al suicidio: «No están formados, a nosotros nos obviaron escudándose en la intimidad del paciente. Mi hermana apareció un día con un informe en el que ponía supervisión 24 horas y a nosotros nadie nos dijo en ningún momento que había un riesgo de nada».

Los abuelos de María también comparten su experiencia: «Cuando llevábamos a nuestra nieta con cortes nos decían que era para llamar la atención. Vas a salud mental y te atiborran de pastillas, no hay gente que te hable y te pregunte por qué con 16 años quieres suicidarte».

Pepe defiende que «las pocas ganas que te quedan de vivir, hay que cambiarlas por la lucha. Mi nieta no ha tenido un seguimiento profesional porque no hay especialistas en suicidios. Tenemos que visibilizar todo esto, sacarlo a la calle y hablar mucho de ello».

Lejos de tabúes ya manidos, los supervivientes del suicidio abogan por visibilizar la que es la primera causa de muerte no natural en nuestro país. Para ello la formación debe comenzar desde las escuelas, advierten. Y pasar, como no puede ser de otro modo, por una correcta especialización en materia de suicidio.

Asimismo, ponen el foco en los recursos económicos: «El Plan de Prevención del suicidio es una estafa, la dotación económica es limosna», lamenta Merche. Todos ellos insisten en la necesidad de una mayor dotación para poder formar e informar a toda la sociedad. «El suicidio sale muy barato. Necesitamos un mundo más a la medida humana y menos a la medida económica», sentencia Pepa, una madre que también perdió a su hijo.

Asociación Alhelí

En Málaga, los supervivientes del suicidio encuentran un bálsamo en la Asociación Alhelí, entidad que lleva más de cuatro años ofreciendo acompañamiento durante el proceso del duelo. Y para la cual también exigen más recursos económicos: «Es una vergüenza que no haya una dotación económica para que aquí haya dos psicólogos durante ocho horas al día», denuncia Pepe.

«Lo mejor que me pudo pasar fue conocer a Alhelí, fue como si me hubieran sacado de un pozo»; «Alhelí nos devolvió la vida, no sabíamos hacia dónde ir»; «Yo necesité desde el minuto uno hablar con alguien, necesitas que alguien te diga que también le ha pasado». Rafi, Araceli, Pepa, Pepe, Merche, Paqui y Pepa son solo algunas de los muchas personas que sobreviven al suicidio de un ser querido. Ahora alzan la voz para dar a conocer su historia y contribuir a concienciar a la sociedad.

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