Todo empieza en el vientre de un piano, el de su padre. Tragado como Jonás, agazapado en olor de polvo y terciopelo, con 3 años aprendió Jaume la energía que puede emitir una vibración. Eso es exactamente lo que ahora él hace y le convierte en el nuevo académico de la Real de Bellas Artes: esculpir materia que despide y reverbera emociones invisibles. “La escultura es un suspiro”, dice.

–¿Ama mucho usted?

–¡¿Amar?! ¿Cómo se mide, y en qué dirección, a personas, animales, cosas…?

– “El sentimiento primordial que emana de su escultura es el amor”, a decir de su galerista, Daniel Lelong. ¿Se siente cómodo así definida su obra?

–Es una forma poética de hablar, pero la pregunta me desconcierta. Sí hay una actitud de abrazar la realidad y formar parte de ella, ese pasar del yo al nosotros.

– “No teme la belleza ni la poesía», también se ha dicho. ¿Es feísta el mundo en el que nos ha tocado vivir?

–Se han malentendido conceptos como la belleza, que se asocia a decoración. Parece que el intelectual ha de ser una persona triste y desolada, nunca feliz, y esto es una estupidez. Vivimos un momento histórico muy convulso, de nuevo una guerra entre hermanos, y estoy seguro de que quienes la padecen agradecen una flor o lo que sea que pueda curarles. El mundo tiene hoy una gran necesidad de belleza y poesía, armas de gran potencia, pero también la poesía se ha asociado al color rosa.

–¿Es correcto decir de una obra de arte que es bonita?

–Es más exacto decir bella, pero tenemos que relajar esa forma excluyente de acercarnos al arte, que es precisamente lo contrario. El arte es ecuménico, nos ayuda a entender la diversidad, otras formas de ver el mundo. El dogmatismo en arte resulta ridículo, como el maniqueísmo; por eso estoy contra los gurús: gracias, pero el arte lo descubro yo solo.

–Sin embargo, sostiene que la fuerza del arte es su inutilidad. ¿Por qué entonces deseamos sentirlo? Si hay deseo es que es útil.

–El arte no tiene un retorno material inmediato, y como estamos obsesionados con poseer, como siempre hablamos del precio y no del valor de las cosas… A esto me refiero. Pero es imprescindible hablar de lo invisible, del agua que se nos escapa entre las manos, de aquello que como el arte nos aproxima al alma.

–Sentirlo y tocarlo. En una de sus exposiciones en Nueva York la gente tocaba sin disimulo sus cabezas de alabastro. ¿Es importante poder jugar con el arte, poder tocarlo incluso?

–Recuerdo una conferencia que di en Iowa en la que hablé de la importancia de la interacción con el arte expuesto. Una señora se levantó entre el público y preguntó: “¿Por qué entonces junto a sus piezas hay un cartel que dice ‘no tocar’”? Porque el museo ha olvidado el final de la frase: “No tocar, acariciar”; como quien acaricia a un niño. El problema es que en nuestra educación nos ha faltado una aproximación dulce al entorno, ha sido todo muy brutal. Acariciar es una actitud hacia las cosas, y se puede acariciar tan solo con la mirada. En escultura, los materiales son parte esencial de lo que uno quiere transmitir, y hay que sentirlos. Yo creo en el aura de las cosas; como dice el verso de William Blake, “un (solo) pensamiento llena la inmensidad”.

–El poeta, el loco tantas veces, es el vigía del pueblo que da cuenta de lo que sucede. ¿También el escultor lo es?

–La escultura es absolutamente técnica, es un suspiro, como un haiku: necesitas un segundo para admirar el Moisés de Miguel Ángel, y su emoción puede durar infinito. Al contrario que la pintura, que es descriptiva como la escritura, la escultura inevitablemente necesita un lenguaje propio, y con ello transforma la manera de mirar un entorno, como ha pasado con Laura en Madrid: ya no se puede ir de allí, y este es el valor extraordinario del arte.

–Sostiene también que es escultor por la lentitud que supone el proceso. ¿Usted mismo decide ese proceso y se lo encarga a los técnicos? ¿Y qué ocurre cuando es técnicamente imposible?

–Nunca me ha pasado, siempre hay una forma posible. La relación entre los artesanos y el artista siempre ha existido: yo les agradezco su saber hacer, ese conocimiento material que me permite la creación, la plasmación de ideas; y ellos agradecen que les lleve a lugares desconocidos, más lejos de lo que hasta entonces han ido.

–¿Se esculpe siempre a sí mismo?

–No, lo hice en una serie de autorretratos (The Heart of Trees, 2007, y The Heart of Rivers, 2016), abrazando un árbol vivo con la idea del alquimista: pasar de la materia muerta a la vida; y para plantear una pregunta vital: si el cuerpo no crece más, ¿dónde guardaremos los recuerdos?, ¿en el alma?

–¿Y el alma, a dónde va el alma?

–Yo solo planteo preguntas, pero el alma crece permanentemente mientras el cuerpo decrece.

–¿Qué le distancia sobre todo del arte conceptual, el humanismo?

–Mi obra no deja de ser conceptual además de ser figurativa. Pero ¿se puede ser otra cosa que humanista? Es verdad que he utilizado mucho el cuerpo como lugar donde almacenar, pero no confío en esos códigos de diferenciación tan duros, el arte no es así. Una trayectoria se compone de momentos.

–Venía a preguntarle por su ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. ¿No ha tardado mucho en darle asiento?

–Ah, nunca se me había ocurrido que me hicieran académico, ha sido una sorpresa para mí, que me ha hecho mucha ilusión. Pero no tengo prisa por escribir el discurso e ingresar, espero que no me pongan plazo porque tengo proyectos hasta 2025.