La vida en un río
Paisajes humanizados (I)

Vista aérea de Tui con la catedral en primer plano y el río Miño al fondo. | // MARTA G. BREA / Luis Carlos de la Peña
Las villas, en Galicia, concentran lo mejor de las ciudades y las aldeas. Tienen por lo común entre diez y veinte mil habitantes, ofrecen la diversidad suficiente de tipos y opiniones con que uno está dispuesto a compartir el tiempo del café y las noticias del día.
Las villas ofrecen la densidad humana justa y el inacabado trazado urbano que, a través de sus huecos, permite ver la geometría de los huertos próximos o el curso verde del río con la brisa en los loureiros y abedules de la ribera.
Las villas son, en Galicia, un relicto de civilidad borbónica y constitucional –del siglo XIX, me refiero– en torno a la casa consistorial, la policía local, el centro de salud, los juzgados, la farmacia, los cafés y, todavía, algunas librerías.
En Tui, la vida se sigue organizando en círculos alrededor de la catedral. Es un corazón casi hueco de sacerdotes y fieles, pero que aún bombea, eficaz, la medida solemne de los cuartos y las medias. En Tui el tiempo es algo material y palpable. Las campanadas, que evocan a la Berenguela del apóstol, llenan el aire del rueiro que baja hacia el río, se extiende hacia San Domingos y, en sentido contrario, hacia el puente de hierro o al interior, más allá de la Corredoira y los polvorientos solares del ensanche.
La catedral ordena el pulso vital de Tui como tiende una mano aérea y amiga a la vecina fortaleza de Valença o da cuenta de los caudales del Miño y de los salmones, lampreas y sábalos que las oscuras aguas protegen. A la catedral, su autoridad referencial le viene dada por la quietud, por su inmovilidad. A mayor ensimismamiento, más respeto; a menor uso religioso, mayor presencia laica; a mayor descreimiento en lo sobrenatural, más necesidad de apreciar la sensibilidad antigua y lo que en nosotros pueda haber de trascendente. La catedral, su claustro, son en alguna medida espacios desacralizados por una sabia actitud tolerante de doble dirección.
Simbolismo e historia
En esos lugares cargados de simbolismo e historia y en todo Tui, gentes como el músico Samuel Diz, el historiador Suso Vila, los promotores del Play Doc o los técnicos del departamento municipal de cultura son responsables de iniciativas llenas de interés y sensibilidad, organizadas todavía en la escala casi íntima que su máximo disfrute recomienda.
Y es que en Tui, como en general en las villas de Galicia, el uso de los espacios públicos tiene un delicado umbral de equilibrio. Ni el ruido excesivo ni la masificación encajan con su personalidad, hecha de silencios, tiempo lento y secretos que no se desvelan al primer enamoramiento. Los peregrinos a Compostela han traído a Tui variedad de rostros y un notable movimiento a su frágil entramado medieval. Un revulsivo benefactor de la hostelería y el comercio, perceptible en tantos otros lugares del país.
Si los peregrinos leyeran a los grandes cronistas de Tui, de Chamoso Lamas a Otero Pedrayo y de Cunqueiro a Eliseo Alonso, considerarían con calma la posibilidad de prolongar la estancia, asomarse a los secretos jardines sobre el Miño y ponderar los vinos albariños, del Condado y del Rosal. Tui bien podría concentrar la capitalidad de los vinos del sur de Pontevedra y del Miño todo, en un permanente homenaje a la vieja cultura vitivinícola de ambas riberas, a sus grandes pioneros y a la diversidad de sus pujantes bodegas.
Recordar y celebrar
En la antigua ciudad obispal hay también un creciente espacio público dedicado a recordar y a celebrar. En el remate de la Corredoira está el monumento a José Calvo Sotelo, interesante conjunto de Xoán Piñeiro, y muy próximo a él unos caballos de Oliveira. En el contiguo paseo dedicado a la Familia Álvarez Blázquez, destaca el busto de Sócrates presidiendo las cuadrículas de plantas aromáticas de los jardines del viejo baluarte. Toda una expresa invitación al diálogo y la reflexión.
Al final de esta ruta panorámica sobre Tui, en una pared del Club Náutico, junto a la comandancia de Marina, han colocado una placa en memoria de Danny Sheehy, el poeta irlandés que encontró la muerte en los arenales de Moledo, tras naufragar él y sus compañeros cuando trataban de remontar el Miño hasta Tui en el verano de 2017. Habían recorrido en una embarcación artesanal movida a remos, en períodos de seis semanas y durante tres años, los 2.500 kilómetros entre Dublín y Santiago de Compostela. El Irish Times, como la prensa gallega, dieron puntual noticia de la tragedia. Un documental, The Camino Voyage (2018), da emocionada cuenta de la epopeya.
Cerca de Moledo, en Caminha, a la altura gallega de Camposancos y la desembocadura del Tamuxe, dice el escritor vigués Alfonso Armada que le gusta imaginar su retiro. No deben ser muchos, de uno u otro lado, y pese a los intercambios laborales, los que instalan su residencia en la orilla opuesta. Las eurociudades funcionan todavía en una esfera institucional y formal, en el uso compartido de piscinas públicas y conservatorios. Para casi todo lo demás optamos por el arraigo indicado en el DNI.
Frente a Caminha, por encima de los viveros de plantas y de los emparrados rosaleiros, se alza el monte Tegra, la mole cónica dominadora de la desembocadura del Miño y del mar que allí es inmenso. Decía Otero Pedrayo que el campesino gallego siente por los castros un vago respeto y también un cierto orgullo. El recogido y sorprendente castro del Tegra sería, en palabras del señor de Trasalba, “perenne testemuña de íntima comunión do celta coa terra que ten e domina... O castro non é nunca unha ruina”.
El Baixo Miño es todavía una comarca plegada sobre sí misma, quizá como todos los finisterres. Acostumbrada a cuidar de sí misma, poco habituada a que desde fuera se ocupen de ella. Lo que ha conseguido tiene el sabor fuerte de lo auténtico. Hay mucho talento y creatividad trabajando allí a diario.
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