La (oficiosa) séptima ola de COVID se está dejando notar sensiblemente en la mortalidad. Galicia ya lleva a estas alturas de julio más fallecimientos que en la totalidad de junio: son ya 103, cuando en todo el mes pasado se registraron 102. La Consellería de Sanidade reporta este jueves, 14 de julio, otros 14 decesos de personas con edades entre los 63 y los 95 años, cinco mujeres y nueve hombres. Once de estos óbitos corresponden al pasado martes, día 12.

Desde que irrumpió la variante ómicron, detectada por primera vez en Sudáfrica en otoño de 2021, Galicia no ha bajado del centenar de muertos mensuales. Llevamos atravesando una larga meseta de meses con cifras de mortalidad mucho más altas que la cuarta y quinta olas. Así, en diciembre de 2021 se registraron 104 muertes; en enero de este año, 117; en febrero, 160; en marzo, 103; en abril, 127; en mayo, 159; en junio, 102; y en lo que llevamos de julio, menos de la mitad del mes, 103.

La estadística es mucho más lamentable cuando se mira a los mismos meses de verano de los anteriores años pandémicos. En junio y julio de 2020, Galicia registró 3 y cero fallecidos por COVID, respectivamente. No había vacunas, pero se acababa de terminar el estado de alarma, que incluyó un confinamiento. El año pasado se registraron 16 muertos en junio y 21 en julio, menos de la quinta parte de las cifras actuales. La variante delta y el aumento de las interacciones sociales por el verano provocaron que en agosto de 2021 la cifra de muertos se elevara a 106, para descender en los tres meses siguientes a 65, 14 y 19 fallecidos, respectivamente. Después, en diciembre de 2021, llegó a Galicia ómicron, la variante supuestamente “menos grave” de la que algunos expertos anunciaron que acabaría en poco tiempo con la pandemia. Sin embargo, las cifras de muertos volvieron a elevarse.

Pese a que la ministra de Sanidad, Carolina Darias, ha tratado de quitar hierro a la situación epidemiológica, evitando referirse a una “séptima ola” y hablando simplemente de “aumento” de contagios, restando importancia a las subvariantes BA.4 y BA.5, ahora dominantes, lo cierto es que la mortalidad ha repuntado significativamente. Como se demostró con la variante ómicron original (BA.1), no hace falta que una variante produzca intrínsecamente una enfermedad más severa para causar más fallecimientos. Basta con que tenga una ventaja de crecimiento significativa y aumente el número de casos de tal forma que, aunque sea igual de grave o menos, al final el número de decesos sea más alto. Esto es lo que está ocurriendo con ómicron y sus diferentes linajes, BA.1, BA.2 y BA.4 y BA.5, las dos últimas dominantes en España, Europa y Estados Unidos. La letalidad (ratio entre infecciones y muertes) ha descendido notablemente gracias a las vacunas y a la inmunidad por infección previa, pero la mortalidad (fallecidos por el virus en relación a la población) ha repuntado debido a la mayor ventaja de crecimiento de ómicron y sus subvariantes.

La mortalidad ha aumentado de manera considerable, al igual que ocurrió en Portugal, país con una estructura demográfica (población envejecida) y una cobertura vacunal (superior al 90%) muy similar a la de Galicia, y que experimentó las mayores cifras de mortalidad de toda Europa a partir de mayo, cuando estas variantes se hicieron dominantes en allí, semanas antes que España. Una vez más, el claro ejemplo del país vecino no ha servido para que las autoridades sanitarias, tanto nacionales como autonómicas, tomasen medidas para evitar la saturación en atención primaria y el aumento de la mortalidad.

Hay que recordar que, en todas las muertes reportadas desde la tercera ola, como ha confirmado Sanidade, se considera como desencadenante del fallecimiento el SARS-CoV-2, que en la gran mayoría de los casos descompensa patologías de base. No hablamos, por tanto, de muertes “con” COVID, sino “por” COVID.

Es cierto que las cifras actuales están lejos de los peores meses de la pandemia, que fueron abril de 2020, con 429 muertos; y enero y febrero de 2021, con 416 y 424 decesos, respectivamente, pero entonces no había vacunas o habían comenzado a administrarse poco antes, por lo que la población no estaba protegida. El actual protocolo de “gripalización” de la pandemia, que en España comenzó el pasado 28 de marzo, no está dando unos resultados satisfactorios. Aunque los picos de mortalidad no son los de antes de las vacunas, porque éstas siguen protegiendo frente a hospitalización y muerte, las inyecciones no deben ser la única medida preventiva, como recuerda constantemente la OMS, y en algunos casos no bastan para proteger a personas que por su elevada edad y sus múltiples patologías no tienen un sistema inmunitario competente o son especialmente vulnerables.