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Los antídotos gallegos contra la ‘fast fashion’

Grandes firmas del textil gallego y nuevos proyectos trabajan para hacer de la industria de la moda un sector sostenible

Ana Carpintero y Fran García, responsables de Somos Océano, en la tienda “Porta da Pía” de Tui, uno de los comercios locales en los que venden sus diseños Ricardo Grobas

Tiendas online de ropa low cost, cupones de descuento cortesía de las influencers, correos electrónicos generando necesidades con las últimas tendencias a precios sumamente bajos… Decenas de inputs invitan cada día a un consumo rápido, casi impulsivo y el sector de la moda es uno de los arrollados por esta tendencia. 

La industria textil se recuperó en España un 19% durante los cinco primeros meses de 2022, según el barómetro de la Asociación Nacional del Comercio Textil (Acotex). Este crecimiento contrarresta la caída experimentada durante la pandemia, un 40% en el 2020 y un 13% en el 2021, pero incluye también el consumo de la “moda rápida”. Este sistema se fundamenta en mucho volumen de producción y venta a precios muy bajos a corto plazo pero que lleva tras de sí una factura mucho mayor, entre ellas la medioambiental.

La industria de la moda era, ya en 2015, responsable del consumo de 79 billones de metros cúbicos de agua, 1.715 millones de toneladas de emisiones de carbono y 92 millones de toneladas de residuos, según los datos recopilados entonces por el Parlamento Europeo. Otro estudio publicado por la Asociación Ibérica de Reciclaje Textil (ASIRTEX) advertía a finales de 2020 de que más de 900.000 toneladas de ropa termina cada año en vertederos.

Cuando el consumidor se topa de bruces con esta estampa se disparan las alarmas, pero ¿cuánto dura? Un reciente informe de KPMG recoge que para el 81% de los agentes del sector consultados el precio es una prioridad, muy por encima de la experiencia de compra (42,8%) y la trazabilidad de la prenda (42,85).

Sin embargo, en medio de todo este contexto, el sector del textil y la confección miran de frente al reto de la sostenibilidad. Como contaba FARO hace unos meses, Galicia diseña una nueva industria de la moda y los grandes grupos ya trabajan en esta línea. Ahí están la colección Zero Waste de Adolfo Domínguez, el muestrario cápsula de cinco vestidos de noche de Zara que incorporan tejidos elaborados con dióxido de carbono o la alternativa al denim en la que trabaja Roberto Verino. Además, el textil gallego impulsa también la relocalización de la producción para ser más sostenible.

Los grandes músculos del sector en la comunidad capitanean un cambio de paradigma frente a gigantes, principalmente asiáticos, cuya estrategia gira en torno a la 'fast fashion' y al 'low cost' más agresivo. En paralelo, surgen además nuevos proyectos que se suman a ese golpe de timón hacia la sostenibilidad, la calidad y los precios justos.

Detrás de la 'fast fashion' hay dos personas pobres, la que compra buscando una sensación de riqueza teniendo muchas cosas que puede adquirir por poco dinero independientemente de la calidad, y el que produce, no la empresa, sino el que pone la mano de obra”. Esta fue una de las conclusiones a las que llegó Tamara Alonso, fundadora de la marca de ropa Slowcracy, tras formar parte de esa rueda y decidir replantearse su forma de consumir a todos los niveles.

Tamara Alonso, fundadora de Slowcracy Cedida

“Me hice vegana y tras muchos años comprando sin ningún tipo de criterio también quise cambiar eso, así que reformulé la forma en la que consumía, incluida la moda”, explica Tamara. Durante un buen tiempo “dejé de comprar, ¡tenía tanto acumulado!, cuando volví a necesitar algunas prendas no encontraba fácilmente productos que me gustasen y que cumpliesen mis estándares actuales”. Fue entonces cuando se lanzó a emprender desde el sur de Pontevedra. Consumir menos ropa pero hacerlo mejor, ese fue el punto de partida de Slowcracy, cuyas prendas -principalmente camisetas y sudaderas- se confeccionan en talleres locales, con proveedores de comercio justo y que han eliminado de su etiquetado y embalaje cualquier rastro de plástico.

Formando parte de la segunda industria más contaminante, considera que las marcas sostenibles tienen además una función divulgativa de los cómo y los porqués en torno a sus procesos de producción y precios.

Precisamente, Ana Carpintero, responsable junto a Fran García de la firma Somos Océano propone un ejercicio tan sencillo como eficaz para que el usuario medite: “En lugar de preguntarnos por qué una prenda es tan cara, preguntémonos por qué es tan barata, qué eslabón de la cadena está roto”.

Ana Carpintero y Fran García, responsables de Somos Océano, en la tienda “Porta da Pía” de Tui, uno de los comercios locales en los que venden sus diseños Ricardo Grobas

Fue en 2016 cuando ambos empezaron a buscar cómo diferenciar su marca y encontraron en la sostenibilidad su futuro “porque realmente creemos que es el único futuro”. Hicieron de una prenda tan particular como los calcetines su buque insignia y continuaron con camisetas o sudaderas, todo bajo las mismas premisas. “Se trata de colecciones estables, nada que obligue a cambiar el armario cada seis meses, que duren tanto por la calidad como por el patronaje”, detallan. Esto no significa que renuncien al diseño, ni mucho menos, “simplemente ofrecemos una visión más atemporal”. Para ello también emplean talleres de proximidad, aunque no tan cercanos como le gustaría. “Producimos en Portugal porque no tenemos a nuestra disposición el tejido industrial que necesitamos para nuestras prendas, por ejemplo los calcetines, en Galicia”, aclara.

Sin stock y sin tallaje

El reclamo de “envío gratuito en menos de 24 horas” añade una muesca más al torbellino de las compras a través de Internet. Esto implica en muchas ocasiones un enorme stock que termina quemado o en vertederos. Basta recordar las imágenes del desierto de Atacama (Chile) convertido en un gigantesco basurero de prendas y calzado, en muchos casos sin vender ni usar, que tantas veces se han viralizado.

La marca Nevoira ha dicho basta a esta manera de producir. En sus confecciones utilizan por un lado algodón procedente de Asia o India pero cuyos procesos han sido auditados desde la propia plantación para garantizar que no proceden de agricultura intensiva, no se han utilizado pesticidas y las condiciones de los trabajadores. Para otro tipo de materiales recurren al reciclaje. Una vez tienen los tejidos los trasladan a una reserva el Bélgica, en bruto, sin diseño, estampados o etiquetados.

“Cuando hay un pedido con un volumen sostenible es cuando se completa el proceso de creación de las prendas”, apuntan desde la empresa. Los tiempos de producción son más largo, sí, “trabajamos con plazos de 15 días”, a cambio de reducir significativamente los residuos y emisiones. Así llevan funcionando desde 2021 (actualmente se encuentra reformulando su espacio online). En lo gordo de la pandemia apostaron por un consumo más informado e inteligente, “no buscamos caer en el estereotipo de si no es vegano o no cumple con ciertos requisitos es malo, sino que el consumidor sepa qué consume y por qué”.

Sobre encargo y a medida trabaja también Nuria Freire, nacida en Valdoviño, criada en Murcia y asentada actualmente en Madrid desde donde creó Cléa Studio. Tras estudiar magisterio y ejercer como profesora confirmó lo que ya sabía, que lo suyo era la moda, pero con perspectiva sostenible. “Trabajo sobre todo con algodones, viscosas, he intentado algo con poliéster que después he reciclado. Y todo hecho a mano bajo pedido, sin stock o con un stock muy muy reducido”, explica a FARO.

Nuria Freire, fundadora de la marca Cléa Studio, en su taller. // Cedida Cedida

Las prendas de Nuria muy poco o nada tienen que ver con las de marcas como SheIn, sin embargo sí que comparten un punto fuerte: mientras la china ofrece un amplísimo rango de tallaje, Cléa Studio trabaja directamente sin tallas, confecciona a partir de medidas. “Mi taller es mi casa, aquí las clientas pueden venir a probarse o tomarse medidas, hay prendas que puedo hacer si me pasan las medidas, por ejemplo camisetas, otras solo las confecciono después de ver a la persona”, cuenta sobre su proceso de creación.

Al plus que supone adquirir una prenda hecha a mano y respetuosa con el medio, Nuria termina con “el trauma del me aprieta o del no encuentro lo que quiero en mi talla y así dejamos de castigar a nuestro cuerpo”.

La presión de las redes sociales

La marca Cléa Studio vende principalmente a través de Instagram de modo que Nuria Freire conoce bien todo lo que se cuece en el mundo de las redes y la “tiranía” que imponen. Ella misma confiesa que canalizaba frustraciones y problemas a través de las compras, “literalmente no sé en qué me gasté mi primer año de sueldo”.

Pone el foco sobre la salud tanto mental, “estar refrescando el carro de compra de una tienda online con ansiedad para ver si un producto está rebajado o disponible no es sano” y que decir “de los tintes y materiales que por ejemplo se usan para una camiseta de tres euros y que nuestra piel absorbe, vayamos a las causas, todo ello es salud”.

“A las 'influencers' no debería pesarles tanto la cartera"

Nuria Freire - Cléa Studio

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No duda en apuntar hacia las ‘influencers’ “a las que no debería pesarles tanto la cartera, claro que pueden promocionar marcas, pero no debería ser un mero intercambio económico disfrazado de una opinión fundamentada” y pide “mucho más control en redes como Instagram”. “Algún día todos nos daremos cuenta de que no es un discurso real y de que se puede influenciar con la verdad, pero lo que se hace ahora es dinero más fácil”, concluye.

De lo que no cabe duda, y ahí están los datos, es de que la tierra se deteriora a pasos agigantados y que, si bien, gobiernos e industrias deben liderar el cambio, cada individuo puede sumar con sus acciones diarias: escogiendo lo que come, como se desplaza o, por supuesto, con que se viste

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