El filósofo Víctor Pin ha dado un giro a su trayectoria para escribir ‘La España que tanto quisimos’ (Arpa Editores) a modo de “ajuste de cuentas” consigo mismo. La obra mezcla ensayo y memoria para reflexionar sobre la pérdida del sentimiento de desarraigo de muchos españoles. En ella defiende la diversidad cultural y lingüística del país y busca “liberar la palabra España”, tan manida y tan denostada por muchos.

–¿Resulta polémico hablar de España?

–Hay una polémica intrínseca en torno a la palabra misma. Hay quien ha intentado evitarla de alguna manera, quien la ha repudiado y quien la ha utilizado e instrumentalizado, incluso canallescamente. No es lo mismo referirse a España en este país, que a Francia en Francia, o a Italia en Italia.

–Dice que no se ha liberado la palabra España.

–Durante mucho tiempo, para algunos la palabra España había sido una palabra a repudiar. Lo sigue siendo. Otros, en cambio, considerábamos que era una palabra a liberar de aquellos que la instrumentalizaban con fines poco dignos. Yo soy de los segundos.

–¿Cuesta asumir el pasado del país sin sentimiento de culpa? Hablo, por ejemplo, del colonialismo.

–El sentimiento de culpa me interesa poco, no soy católico. Lo que sí que creo es que para superar el pasado hay que empezar por asumirlo. Hay que mirarlo, medirlo, sondearlo y descender a él. En España se ha dado esta contradicción: a algunos les ha parecido que asumir los principios de la Ilustración no era compatible con una parte de la cultura ancestral de España. Esto es una tragedia.

–¿Qué hay de Europa?

–En Francia, Alemania o Italia, asumir un proyecto europeo es vivido como la extensión de los propios códigos, ritos y valores. De no ser así, Europa deja de interesar sin ningún complejo. En cambio, España buscaba en Europa un espejo de su identidad quebrada. Buscaba, a modo de metáfora, una piel más blanca que le diera legitimidad.

–¿Por qué?

–La historia de España es de alguna manera trágica. Somos conscientes de lo que supuso la pérdida de los idearios de la República. Creo que fue un momento en el cual ciertos idearios ilustrados parecieron compatibles con la identidad española, sin complejos y sin ambivalencias. En el libro no juzgo, intento constatar. De hecho, intento evitar nombres hasta de personas que en un momento dado han tenido responsabilidades que ejercieron de la manera más catastrófica para el país. Pero los temas sociológicos no son mi profesión. Esta es una excepción muy grande en mi trabajo.

–En el libro señala que debemos asumir con lucidez nuestro presente y nuestro pasado. También nuestras contradicciones. ¿Cómo se consigue esto?

–La contradicción, si no la contemplas, te come. El pasado imperial de España se ha dado en otros tantos países. Yo me inclino por tratar de luchar por las condiciones sociales, para que no vuelva a repetirse aquello que lamentamos, y no repudiar ese pasado sin el cual no estaríamos aquí. Temo que la impotencia para transformar la realidad social actual hace que nos refugiemos en una polémica, a veces nominalista, que nos hace situarnos en el lado bueno pero no transforma absolutamente nada. No hay un país sin un pasado trágico. Se trata de construir el futuro.

–¿Por qué el legado histórico y cultural de los pueblos se lee como una amenaza y no como riqueza, sobre todo en la lengua?

–Algunos de los que hablan de la riqueza de España no hacen absolutamente nada por considerarla como tal. Efectivamente, ciertas circunstancias han hecho que la diversidad lingüística de España, que podría haber sido vivida de tal manera que todo fuera compatible, se ha vendido como oposición, como contradicción y, a veces, como repudio de unas a otras. Hasta tal punto que un gran lingüista como [Antonio] Tovar llegó a hablar de la lucha de lenguas en la península Ibérica. España es un país de enorme diversidad cultural en todos los sentidos. No hemos conseguido resolver la polaridad de tal manera que no se convierta en contradicción a muchos niveles. De ahí el título de mi libro y el peso del tiempo verbal que utilizo: quisimos.

–En el libro nombra numerosas veces a Miguel Hernández. ¿A qué partido cree que votaría ahora?

–Con toda contradicción votaría al Partido Comunista si estuviera en Madrid; en Catalunya al PSUC (Partit Socialista Unificat de Catalunya). Lo haría con un sentimiento de que a lo mejor sus propios compañeros le obligarían a repudiar una parte de sí mismo.

–¿Coincidiría su idea de España con ellos?

–Asumiría cierta contradicción. Desde luego, Miguel Hernández no votaría a aquellos que de forma ignominiosa utilizan la palabra España. Ni él ni tantos otros.

–No quiere nombrar el partido.

–Es algo muy triste. Están recuperando muchas cosas. El franquismo también intentó recuperar desde las procesiones o el Rocío, hasta la jota. Y, por supuesto, los toros. En estos momentos ocurre lo mismo: hay tentativas de recuperación de muchos aspectos de la vida española por “enemigos enconados de la vida”, como dice el poema de Cernuda.

–También señala que si en Cataluña ya no se ve tanto lazo amarillo y tanta ‘estelada’ es porque la gente está cansada.

–Es algo más profundo. Es verdad que si alguien viene ahora a Cataluña piensa que el problema se ha terminado. Pero esta aparente calma no es el resultado de un acuerdo ni un paso que facilite la afección. Como español me gustaría que hubiera un lazo con Cataluña y que la mitad de su población no tuviera ese sentimiento de que con España no hay remedio.