María Martinón-Torres | Médica y paleoantropóloga
“La adolescencia parece una broma de la evolución”
“A la selección natural no le preocupa la salud ni la felicidad de las personas”, recuerda la investigadora gallega, directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana

La investigadora gallega María Martinón-Torres. | // ÁNGEL L.FERNÁNDEZ / Rafa López

¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Siniestro Total acaba de extinguirse, pero estas preguntas no dejan de resonar en nuestro cerebro. A ellas trata de responder la paleoantropóloga María Martinón en “Homo imperfectus” (Destino), un libro repleto de magníficos ejemplos literarios que el lector entenderá mejor en las páginas finales, cuando se desvela “la otra vida” de esta científica. La investigadora ourensana lleva casi un cuarto de siglo trabajando en Atapuerca y dirige el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana.
Siempre le fascinó el estudio del ser humano en el pasado, pero al no haber un campo definido para ello eligió llegar a la Paleoantropología desde la Medicina, siguiendo el ejemplo de su padre y de su hermano, reconocidos pediatras. “La Medicina te da la base para comprender el pasado desde el presente, y no puedo negar la influencia familiar, siempre crecí entre médicos y esa vocación me impregnó”, confiesa.

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–¿Ha sentido el gusanillo médico con la pandemia, al ver a su hermano Federico [experto en vacunas en el Hospital de Santiago] tan involucrado en ella?
–Sí, es una gran inspiración y hace una gran labor. Además de la investigación en la parte médica, a los ciudadanos nos ha dado mucha tranquilidad por la comunicación de lo que sucedía. La pandemia me ha hecho reflexionar mucho. El libro explica por qué tenemos esa vulnerabilidad a las enfermedades infecciosas. La fortaleza como especie de ser muchos trae esa otra cara de la moneda, la propensión a la infección, que tiene éxito en grupos numerosos que facilitan el contagio. Las pandemias son consecuencia de la civilización.
"Las pandemias son consecuencia de la civilización"
-¿Tenemos enfermedades infecciosas desde hace “solo” 100.000 años?
-Cuando tratamos con fósiles tenemos un sesgo para el tipo de infecciones que queremos registrar. Solo nos llegan los huesos, no las partes blandas. Pero sí hay infecciones que dejan marca en los huesos, y solo tenemos evidencias de hace 100.000 o incluso 50.000 años. En la evolución de las bacterias vemos también que patógenos como los de la tuberculosis o la salmonella mutan en torno a ese periodo. Fue cuando nuestra especie salió de África. Lo hizo porque había una presión demográfica suficiente, con grupos grandes. Podemos decir que las
enfermedades infecciosas son signos de modernidad. Ser una especie tan numerosa nos pone en una situación de vulnerabilidad.
–Dice que “comer carne nos hizo libres”, una afirmación no muy políticamente correcta hoy día...
–[Risas]. A nivel evolutivo, la posibilidad de incorporar a nuestra dieta proteínas y grasas animales fue un hito que posibilitó un cambio metabólico importante. Nos permitió ahorrar mucha energía en el tracto gastrointestinal, ya que las proteínas de origen animal son mucho más fáciles de digerir que la comida herbívora, que precisa intestinos mucho más grandes. Ese ahorro de energía se pudo invertir en que creciera el cerebro.

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–¿Pero comer carne nos dio más libertad?
–Nos permitió sobrevivir en ambientes más variados. Tener la posibilidad de comer carne permitió al género homo salir de África. Si dependes de las plantas y frutos que puedas recolectar en un lugar determinado, con clima estable, estás más expuesto a un cambio climático o a una sequía. Si puedes comer carne, tu mundo se amplía y tu menú se mueve contigo.
–Somos una especie “cocinívora”, todo grupo humano cocina, afirma. ¿No se ha encontrado ninguna tribu aislada que no cocine?
–No. Igual que no existe ningún grupo humano sin lenguaje, no hay ninguno que no cocine. La cocina va ligada en origen al control del fuego. Hace más fácil la digestión y la extracción de ciertos nutrientes, y es detoxificadora: hay alimentos que si no los cocinamos resultan tóxicos. También desinfecta. Luego entra la parte culinaria, y entraríamos en la esfera cultural.
“Igual que no existe ningún grupo humano sin lenguaje, no hay ninguno que no cocine”
–A algunos les entra lo que usted define como “paleomelancolía” y siguen la “paleodieta”: pretenden alimentarse como en los tiempos de Atapuerca.
–Que hubiera en el pasado hábitos más saludables que en la actualidad no quiere decir que yo compre en bloque todo lo que hacíamos entonces. Había una mortalidad infantil y materna muchísimo mayor. La mitad de los niños no salían adelante. Y se morían mucho antes. Sí que tendríamos que recuperar una mayor actividad física, más vida al aire libre y una mayor exposición a los rayos ultravioleta para tener más vitamina D. En eso pasamos del blanco al negro, a estar tres cuartas partes del día sentados o acostados. Pero en general hemos mejorado la esperanza de vida y la supervivencia a muchas enfermedades que antes eran mortales.
–No es una enfermedad, aunque a veces lo parezca: la adolescencia. ¿Qué papel desempeña en la evolución?
–Es un periodo de crecimiento que podría ser exclusivo de nuestra especie, enigmático y fascinante; parece una broma de la evolución. Después de todo el esfuerzo que se ha invertido en sacar adelante las crías, el adulto entra en una revolución de hormonas y de cambios físicos y mentales que lo pone en riesgo. ¿Qué sentido tiene esta autobroma de la naturaleza? Es un periodo con una gran incidencia de muertes traumáticas, como accidentes y suicidios, además de depresión y trastornos del comportamiento. Esto pone de relieve que la maduración del
cerebro no se completa hasta la treintena, lo cual es fascinante.
–¿Por qué?
–Es como si le diéramos al cerebro una segunda oportunidad. El individuo puede “jugar” a ser adulto en un ambiente de cierta seguridad, porque no ha abandonado el hogar familiar y puede entrenar las habilidades que le harán falta como adulto. Pero en su cerebro se produce la “poda sináptica”, un recableado de las conexiones de las neuronas. La adolescencia es también es el periodo de mayor creatividad, y que una generación cuestione siempre a la anterior es positivo para una especie innovadora como la nuestra.

Atapuerca. Creditos Susana Santamaria
-¿Enfermedades como el alzhéimer son un peaje evolutivo?
-La evolución nos da dos claves importantes sobre esta gran incidencia de cuadros neurodegenerativos que tenemos. Por una parte, como ocurre con el cáncer, suelen dar la cara en edades más o menos avanzadas. Una especie que es tan longeva aumenta las posibilidades de que aparezcan estos cuadros. Cuando miramos al pasado, encontramos pocos casos de cáncer, probablemente porque la gente se moría antes de que llegaran a desarrollarse. Con las enfermedades neurodegenerativas ocurre lo mismo.
–¿Por qué la selección natural no elimina las enfermedades neurodegenerativas?
–A la selección natural no le preocupa la salud ni la felicidad de las personas, sino la reproducción de la especie. Se favorecen aquellas características que hacen que un determinado grupo se reproduzca más. Y estos cuadros se producen cuando el ciclo reproductivo se ha terminado, no tienen ninguna influencia en que la especie tenga éxito.
-¿Pagamos también un peaje por la plasticidad de nuestro cerebro?
-Sí. Cuando tenemos un órgano más complejo, tiene más procesos o más “piezas” proclives al fallo, de igual forma que no es lo mismo un reloj de arena, menos preciso pero más sencillo, que el reloj con el que se mide el tiempo global, que es más preciso pero también más sensible al desajuste. Un cerebro de mayor tamaño y con mayor filigrana tiene mayor propensión al fallo.

Maria Marinon despacho 3 MG 0229 / Manuela Sanchez Martin
-¿La evolución de nuestro cerebro tendrá marcha atrás, cuando transcurran varias generaciones usando Google y un “segundo cerebro” en nuestros móviles?
-Lo que se ha visto es que el tamaño del cerebro no solo no ha aumentado, sino que ha disminuido en los últimos 10.000 años. ¿Quiere decir eso que nos hemos hecho más tontos? Un ordenador sofisticado no tiene por qué ser más grande. Pero es verdad que hemos descansado en memorias externas muchas de las funciones de nuestro cerebro. Nadie memoriza un teléfono ni la lista de la compra. Tenemos aplicaciones que nos avisan de lo que tenemos que hacer. Podemos ser individualmente “más tontos”, pero porque ha habido una globalización del
conocimiento tan grande que tenemos un cerebro colectivo. Nos apoyamos en el conocimiento colectivo, y así ha ocurrido con las vacunas [contra el COVID-19], que se han desarrollado en un tiempo récord. Auguro que el cerebro puede reducir su tamaño porque es un órgano muy costoso, consume mucho, siempre y cuando no reduzca capacidades intelectuales del grupo al que pertenecemos.
-La evolución no ha estropeado nuestra capacidad de autoengañarnos con la ficción, de creernos una película, una obra de teatro o una novela.
-Sí, es fascinante. Necesitamos toda nuestra capacidad de abstracción y creatividad para vivir. Hay un mimetismo entre la ficción y la manera en que funciona el pensamiento humano. Cuando tenemos un problema, ante la decisión de qué hacer, pasamos la cinta de varias películas en nuestra cabeza. Proyectamos un mundo que no existe. Nuestro pensamiento funciona creando ficciones, imaginando las consecuencias de nuestros actos. Nos gustan las películas, las series y la literatura porque nos permiten empatizar y ponernos en otro lugar. Y siempre
se aprende algo, porque ganas otra perspectiva.
–La evolución parece muy rápida en algunos casos y muy lenta en otros. Por ejemplo, un perro chihuahua y un caniche proceden del lobo, aunque parecen de una especie diferente, y todo en solo 50.000 años desde la domesticación del lobo. Por otro lado, aún tenemos muelas del juicio, que desde hace muchos miles de años no nos sirven para nada y nos causan dolor.
–Es una idea muy interesante. Los perros ya no son producto de la selección natural, ha entrado en juego la selección artificial creada por el hombre, que ha escogido razas para hacer cruces. El perro es el mayor exponente de la domesticación, el que mejor refleja cómo el homo sapiens ha tenido un impacto en la selección de otras especies, y eso se refleja también en la agricultura y la ganadería. Y puede que lo hagamos también con nosotros mismos... Ese debate ya está sobre la mesa.
-El transhumanismo.
-Sí, la selección genética. Empieza a haber un pulso entre la selección natural y la selección artificial o humana. En el fondo ha sucedido siempre: la cultura puede modular la evolución. Vivir en determinados ámbitos o comer determinados alimentos puede condicionar la selección natural. La domesticación acelera la aparición de variedades y razas, y llegará un tiempo en que lo hagamos con nosotros mismos.
-Ya.
-La selección natural es un filtro implacable que elimina lo que es incompatible con la vida. Lo que no interfiere en la capacidad de supervivencia no le molesta. Por eso un molar se reduce porque ya no hace falta tener dientes grandes, porque cocinamos y tenemos fuego y cuchillos. Desaparece la presión selectiva para que haya dientes grandes, pero no los eliminamos porque no molestan. Hay enfermedades que son reflejos a peligros que ya no existen, como las fobias a las arañas, a las serpientes y a algunos insectos. En el pasado nos venía muy bien, pero en nuestra vida de ciudad es un miedo obsoleto, se ha quedado ahí colgando. Son vestigios que quizá lleguen a desaparecer del todo o no. La velocidad a la que se adapta nuestra biología es mucho más lenta de lo que estamos transformando el mundo.
-Por ejemplo, dice que muchos dolores de espalda son consecuencia de habernos hecho bípedos.
-Claro, y eso no afecta a la supervivencia. Sí hay algo que afectaría a la supervivencia: al habernos hecho bípedos se ha estrechado cadera y tenemos más dificultades en el parto, lo que son palabras mayores. ¿Cómo hemos ganado la partida? Gracias a la sociabilidad. Somos una especie que no nace sola, el parto es un acto social. Nuestra vulnerabilidad individual se amortigua gracias al conocimiento colectivo.

maria09c. Creditos Angel L Fernandez
Ficha personal
María Martinón-Torres (Ourense, 1974), miembro de una gran familia de científicos, es doctora europea en Medicina y Cirugía por la Universidad de Santiago y está especializada en Evolución Humana por la Universidad de Bristol y en Antropología Forense por la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente es la directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH) en Burgos y catedrática honoraria del Departamento de Antropología de la University College London. Es miembro del Equipo de Investigación de Atapuerca desde 1998 y coinvestigadora principal del Proyecto Atapuerca desde 2019. Sus publicaciones científicas están entre las más citadas internacionalmente en su campo.
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