Cuando me preguntaron si podía escribir una memoria de Antía Cal, no me sentí la persona más adecuada. Yo no sé relatar su biografía a la perfección, ni me sé la historia de mi familia tan bien cómo me gustaría. Pero yo sé quién era a miña avoa y eso sí que puedo (y quiero) compartirlo.

Tengo recuerdos borrosos de mi niñez, recuerdo la playa y mis primos y el mar, y la casa de la avoa siempre abierta para nosotras, para ir a comer, para ir a estar. A la avoa le gustaba hablar de ella y de su vida, y le encantaba que le contásemos lo que habíamos aprendido en el colegio. Fue la primera persona que me dijo que los exámenes no valían para nada, pero que por favor, nunca le llevara a nadie los deberes manchados de tortilla de patatas.

Miña avoa no demostraba amor con palabras, pero siempre me traía recortes de artículos de animales del País Semanal, y de otras cosas que no entendía. Aún recuerdo el ruido de su saliva chocando contra el hule de la mesa del comedor cuando me pedía que le leyera en voz alta. ‘Cáeseme a baba’.

Navidades, veranos, historias sobre Cuba, Ginebra, Muras, Antonio e o Vigoscopio. Yo sé que las cosas no siempre fueron fáciles, pero contigo yo siempre me sentí en casa. Recuerdo las comidas del domingo y a la empanada de mazá no la seguía una sobremesa interminable, sino el silencio sepulcral para ver ‘Saber y Ganar’. Recuerdo cuando un día me gritaste por hablar mientras veías las noticias, a lo que yo te respondí que no hacía falta hablarme de esa forma. Me miraste en silencio y la semana siguiente me entregaste una carta pidiéndome perdón.

También recuerdo enfadarme porque "estaba harta de que me regalaran libros por Navidad, que por qué no me daban juguetes como a los niños normales". Me escribiste una carta diciéndome que te había dolido mucho mi reacción, y que tenía mucha suerte de recibir regalos y libros. Siempre utilizabas la palabra escrita para las conversaciones difíciles, eran como pequeñas postales y aunque la comunicación nunca ha sido nuestro fuerte, recuerdo tus tarjetas y notas como postales de amor. Creo que fue la primera vez que un adulto se mostró vulnerable conmigo, y te quiero eternamente por ello.

A mi avoa la pasión por la palabra y la educación la acompañaron siempre. Recordaré siempre las tardes en la que te leía libros como ‘La Razón por la que Salto’ y hablábamos sobre las necesidades de los niños autistas o nos pasábamos una tarde hablando sobre migración a partir de un libro de cocina senegalesa. Siempre hemos sido ‘progres’ en la familia, pero solo contigo podía hablar sinceramente sobre el racismo de las políticas migratorias en Europa, la movilidad como nuevo abordaje en el entrenamiento físico y lo mucho que te gustaban mis tatuajes. Si algo te definirá para mi, es esa curiosidad incesante y esa forma que tenías de mirar todo lo que te rodeaba. Era como una chispa. Has sembrado mucho, pero ahora te toca irte. Y aunque Antía Cal fue una mujer brillante, miña avoa me enseñó a ser mejor persona y por ello, te llevo siempre.