Con motivo de la proyección, ayer en el Brain Film Fest de Barcelona, de su última película ‘Las consecuencias’, Carme Elías anunció que sufre la enfermedad de Alzheimer. Los pocos que ya conocían la amarga noticia leyeron en otra clave su discurso de recepción del Gaudí de Honor, hace justo un año, en el que la gran dama del teatro, el cine y la televisión habló de la angustia de perderse en el bosque y no poder salir. Es ahora, cumplidos los 71, que se veía con fuerzas para dar el paso adelante, pensando más en los otros que en sí misma.
–¿Es importante nombrar el alzhéimer en voz alta?
–Creo que hacerlo público ayuda a dar visibilidad a una enfermedad que queda encerrada en el interior de las familias. Pero me lo pensé mucho, ¿eh? Tengo extrañezas, pero todavía soy consciente de lo que hago, y mostrar mi intimidad de esta manera es un salto mortal. “¿Qué te mueve? –pensé–. Si estás más tranquilita en casa, sin exponerte a que la gente te vaya parando por la calle”. Pero decidí aprovechar mi condición de actriz y dar la cara.
–¿Cuánto ha durado el silencio?
–Recibí el diagnóstico hace tres años. Todo se destapó de una manera aterradora durante el rodaje de ‘Las consecuencias’ [2019], dirigida por Claudia Pinto, en la que no tenía el papel protagonista. No podía continuar las frases.
–¿Puedo preguntar cómo encajó la certeza?
–¡No daba crédito! Hubo llanto y crujir de dientes, y una enorme conmoción familiar. Fui visitando a médicos, a ver si el diagnóstico estaba equivocado. No podía parar de llorar. Finalmente, aceptas lo inaceptable.
–¿Vive sola?
–Toda la familia me arropa. No podría estar mejor cuidada. Siempre me acompaña alguno de ellos. Entran y salen de casa, pero hay días en que estoy sola y no paro de llamarles. Sinceramente, yo lo que quiero es una muerte digna.
–¿...?
–Tengo una amiga que sufre este mal y sé lo que es no estar en este mundo y seguir vivo. Lo tengo escrito: quiero morir dignamente. ¡No comprendo por qué en este país la eutanasia no se puede entender!
–Quizá aparezca una solución.
–Ahora no la hay, y no me merezco estar postrada en una silla, dependiendo de que alguien me dé de comer y me haga la higiene. ¿Por qué? Mi familia respetaría mi voluntad. Es la sociedad la que no lo permite. Pienso defender el derecho.
–¿Qué recuerdo le gustaría conservar por encima de todos?
–El de la niña de 15 años que subió, con el permiso del señor Balcells, a un escenario de Sant Josep de Calassanç. Desde ahí he llegado hasta aquí, y eso me da un cierto consuelo. Ser actriz ha sido el mayor regalo de todos. He vivido la vida que quería, aunque no haya sido siempre fácil.
–¿No lo ha sido?
–Ha habido tramos de tremendo drama. En un momento dado empecé a trabajar con pánico escénico.
–¿Usted? Con 50 años de carrera, un almodóvar, un Goya a la mejor actriz.
–Llegó un momento en que salía al escenario y tenía que repetirme “aquí y ahora”, que es lo que aprendí estudiando terapia Gestalt. El corazón se me salía del pecho. Pasé por un circuito de psiquiatras, psicólogos y neurólogos, y todos me dijeron que estaba estupenda. Pensé, entonces, que tenía que ver con mi sensibilidad, con la severa autoexigencia de mi estar en el mundo. “¿No será que la sensibilidad que me ayudó a construir los personajes fuera ya una semilla de este mal?”, me pregunto.
–¿Tiene algo bueno todo esto?
–Noto una creatividad inesperada. A todos los niveles. Escribo cada día una página. Es un volcar lo que me está pasando. Son pensamientos alrededor de la enfermedad. A veces son cómicos y otros, no. A ratos tengo ganas de llorar y digo: “¡Pero si esta situación hace reír!”.
–¿Qué es lo último que ha anotado?
–Ni siquiera sé si ayer escribí algo.
–No importa, de verdad.
–Parezco muy normal, pero en un rato puedo no parecerlo en absoluto. Mi día a día es una montaña rusa. De momento llevo una vida más o menos normal. Sigo cocinando, me dedico a la casa, que cada vez está más vacía... Estoy haciendo limpieza de todo. Voy mirando, una a una, las cajas de mi vida profesional.
–Los ojos le brillan, como siempre.
–¡Yo misma me extraño de estar hablando con usted! Pero llegará el momento en que no pueda. En que saldré de casa y no sabré volver. Tengo que vivir en el presente, porque ya no tengo futuro.