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Héctor Castiñeira, "Enfermera Saturada" Enfermero y divulgador gallego en Madrid

“Lo peor fue trabajar con miedo porque sabías que no te estabas protegiendo”

Héctor Castiñeira. FdV

Primero detrás de EPI improvisados con bolsas de basura y mascarillas que llegaron a sumar hasta siete turnos y después, armado con la jeringuilla con la anhelada vacuna, Héctor Castiñeira López (Lugo 1982) lucha en primera línea contra el COVID-19 desde hace dos años. El enfermero lucense atendió a su primer paciente con coronavirus el 5 de marzo de 2020, en el 12 de Octubre de Madrid. Desde entonces, ha sido testigo de muchas historias, esas que quedan simplificadas en las frías estadísticas de curados y fallecidos de la pandemia, historias de triunfos y de fracasos que recoge en dos libros protagonizados por su alter ego, Enfermera Saturada, “Nosotras, enfermeras” y “Orgullo enfermero”, que abarca desde esos primeros días de marzo de 2020 hasta la llegada de los “vacunódromos”. Como divulgador –está considerado el perfil más influyente en gestión sanitaria por la IMF Business School– también trabaja desde las redes sociales y distintos medios de comunicación para acercar los temas sanitarios a la población y para desarmar los bulos, de los que esta pandemia está sobrada.

–Se cumplen dos años de pandemia con una situación epidemiológica favorable. ¿Se atrevería a dar un pronóstico sobre cuándo saldremos de ella?

–Yo ya pequé de optimista en la primera ola, pensando que esto no iba a llegar a tanto, pero con el coronavirus hacer previsiones y lanzar algún tipo de mensaje es arriesgado porque todo está cambiando continuamente. Yo quiero pensar que sí, porque tenemos a mucha población inmunizada y, de hecho, se ha visto en esta sexta ola que, aunque ha habido un número de contagios desmesurado, no se ha traducido en un aumento exagerado de la presión hospitalaria. Espero que esa sea la tendencia y que no haya mutaciones raras, y que, poco a poco, vayamos relajando las restricciones como van a hacer en Francia, que el próximo 14 quitan las mascarillas en interiores.

–¿Deberíamos levantar esta restricción también en España?

–Creo que debemos empezar a flexibilizar las restricciones. Ya no porque la gente esté muy cansada, sino porque se han ido pidiendo sacrificios a la población: primero que se confinen, luego que se pongan mascarilla, que no vean a su familia, que se vacunen, que se pongan la segunda dosis, la tercera dosis… y no puedes seguir pidiéndole que siga haciendo más si no ve que repercuten en una mejora.

“Con la incidencia de ómicron sin vacuna no habría hospitales para atender a la gente”

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–¿Cómo recuerda los primeros días de la pandemia?

–Como si estuviésemos viviendo una película. Vivíamos una especie de calma tensa porque decíamos: “Se está confinando a la población, parece que va a venir un bum pero de momento aquí no lo tenemos”. Esa calma duró 3-4 días, no más, y a partir de ahí empezó la locura, y el miedo, la incertidumbre y el no saber a qué nos enfrentamos, muchas veces improvisando para salir adelante como podíamos.

–Luego vendría una segunda ola, una tercera y, por fin, la vacuna...

–Me hace gracia porque en su momento había gente que decía que los enfermeros y enfermeras no íbamos a ser capaces de hacer frente a la campaña de vacunación, que tenían que salir los militares a la calle a vacunar, que había que vacunar en farmacias… Yo estaba convencido de que sí porque llevamos muchísimos años encargándonos de campañas de vacunación y que lo único que necesitábamos eran viales suficientes y, de hecho, así se ha visto. La respuesta de la población fue increíble y nosotros como colectivo tenemos que estar muy orgullosos de lo que hicimos después de todas esas olas y el cansancio acumulado.

–¿Nos hemos olvidado ya de todo esto?

–Me da mucha pena porque me da la sensación de que ya no tenemos ni un solo recuerdo de esos 100.000 muertos que decían el otro día que habíamos alcanzado. Creo que se acuerdan sus familiares y poco más. La gente todo esto lo ha vivido casi como una anécdota. Se está hablando ya incluso de gripalizar el COVID. A mí me parece demasiado pronto porque no sabemos qué va a pasar o qué consecuencias va a tener ni qué va a suceder con las personas que tienen COVID persistente, olvidados en el grupo de los curados cuando a día de hoy han visto una merma enorme en su calidad de vida y en su estado de salud.

“Nos vimos al principio demasiado queridos y al final demasiado odiados”

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–Ustedes están acostumbrados a tratar con la muerte, pero ¿cómo se supera ver morir a un paciente tras otro y muchas veces solos?

–Es cierto que trabajar con la muerte es nuestro día a día, pero siempre hay casos y situaciones que te tocan. Nosotros estábamos acostumbrados a encarar este proceso con familiares en la habitación del paciente, pero en este caso no. Recuerdo un turno en el que llegué a tener a tres personas en la misma cama porque se nos morían en nada y las únicas personas que estábamos ahí con ellos éramos nosotros. La impotencia y el no saber nunca si has hecho lo suficiente es lo que más pesa.

–¿Qué es lo peor de estos dos años de pandemia?

–Sin duda, el trabajar con miedo, cuando no sabíamos ni cómo protegernos ni teníamos los medios adecuados. Nunca había vivido esa sensación y es muy paralizante. Sabías que no estabas bien protegido y que tenías muchas probabilidades de que el paciente al que ibas que atender te contagiara. Pensabas: “Mañana puedo ser yo el que esté en esa cama”. Eso no se me va a olvidar nunca, aunque, al final, hasta al miedo te acostumbras.

–¿Y lo mejor?

–En la primera ola tenías por un lado ese miedo, pero por otro veías una solidaridad que nunca te hubieras esperado. Decíamos que nos vendrían bien máscaras de buceo para protegernos y enseguida la gente te traía cajas con cientos de máscaras. Hay un segundo punto: la vacunación. Yo esperaba que la gente respondiese bien, pero no tanto. Y luego cuando una persona se hacía una foto tras recibirla y hasta te daba un abrazo, volvías a creer en la humanidad.

–Pero no tardaron de pasar de ser héroes, con esos aplausos desde los balcones, a villanos...

–Lo de los aplausos fue uno de esos gestos que en su día agradecimos muchos porque te sentías muy solo y de repente veías el apoyo de la gente que estaba en sus casas, pero en cuestión de meses pasamos de ser aplaudidos como héroes a ser villanos. Nos vimos al principio demasiado queridos y al final demasiado odiados. Creo que no nos merecíamos que nos llamasen héroes, pero mucho menos villanos. Somos personal sanitario haciendo nuestro trabajo lo mejor que podemos y sabemos y con los medios que tenemos. No hemos inventado el virus ni la pandemia ni la vacuna es para no se qué.

“La gente ha vivido la pandemia casi como una anécdota”

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–Esta ha sido la pandemia de los bulos.

–Durante la primera ola no hubo, pero de repente empezaron a aparecer todo tipo de desinformaciones y tuvimos que estar más presentes que nunca. Hacíamos un doble trabajo: primero el asistencial en el hospital y la vacunación, y luego en casa, trabajo de divulgación en redes para tratar de luchar contra bulos de los más locos.

–Cuesta más desmontarlos que crearlos, ¿por qué?

–Siempre, porque la realidad es mucho más aburrida. La realidad es que tú te pones una vacuna y estás más protegido frente al coronavirus y ya está. Es una vacuna más, no tiene nada más, ni tienes poderes magnéticos ni te van a poder localizar por bluetooth ni nada de eso.

–¿Estaríamos en otra situación con ómicron sin vacuna?

–En esta pandemia ha habido dos grandes hitos: uno es el test de antígenos, que nos posibilita tener el resultado en 15 minutos sin depender de un laboratorio, y otro, sin duda, la vacuna. Si tenemos la incidencia de ómicron sin la vacuna no hay hospitales ni hoteles para poder atender a los pacientes.

–¿Es partidario de una cuarta dosis?

–Es terrible que estemos pensando en la cuarta dosis cuando hay países en que no se han puesto ni la primera. O estamos todos vacunamos todos o no salimos de esta crisis, y el mecanismo COVAX no ha cumplido las expectativas: mandamos las vacunas casi a punto de caducar y al final se tienen que tirar en el país de destino.

"Con un sistema sanitario fuerte y sólido podemos hacer frente mucho mejor a cualquier situación que pueda venir"

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–¿Se han recuperado del cansancio acumulado en las primeras olas?

Yo creo que hemos pasado a una situación más de hartazgo, de desidia, de cansancio, que invade a todo el colectivo. Se ha cronificado ese estado. Al menos, esa es la sensación que tengo. Hay menos compañerismo en los hospitales del que había antes de la pandemia y está instalada esa sensación de desidia y de hartazgo general por lo que, aunque haya menos presión hospitalaria tienes la sensación de que la gente simplemente viene, hace su trabajo y se marcha; no se implica como antes en el cuidado y en la atención de los pacientes.

–¿Qué enseñanzas deberíamos sacar de la pandemia?

En primer lugar, a tener un sistema sanitario fuerte y resistente. Estamos muy acostumbrados a que el sistema sanitario tenga ciertas carencias de personal, de material, de infraestructura, etcétera y esa situación se va parcheando, hasta que llega una pandemia ante la que no hay parche que valga. Por eso, deberíamos aprender a que con un sistema sanitario fuerte y sólido podemos hacer frente mucho mejor a cualquier situación que pueda venir. Y como sociedad, tenemos que aprender muchas cosas de la pandemia. No hemos salido mejores, sino más individualistas aún, más egoístas y pensando únicamente en solucionar lo de cada cual. En la calle se ve que hay más crispación, menos unión en general.

"Se tiende a infantilizar a la población con mensajes como "Todo va a salir bien"

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–¿Ese hartazgo es consecuencia a dos años de restricciones?

Creo que sí, que la gente está muy harta de las restricciones. Esta situación se ha alargado demasiado en el tiempo. Creo que, erróneamente, todos pensábamos que esto iba a ser cuestión de un par de meses e incluso los sanitarios nos equivocamos también al lanzar mensajes demasiado positivos en su momento.

–¿Tal vez para no alarmar demasiado?

Sí. Ese era el mensaje del principio: "Todo saldrá bien". Y dices. "Vale, todo saldrá bien si no te contagias, si no eres una de esas cien mil personas fallecidas o familia de una de esas cien mil personas fallecidas, o si no te quedan secuelas por haberlo pasado". Se tiende muchas veces a infantilizar a la población con ese tipo de mensajes y creo que al final no son positivos. Es verdad que contar toda la verdad también puede asustar demasiado, pero yo soy de los que prefieren que me cuenten toda la verdad y no que vayan dosificándola poco a poco.

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