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Crisis humanitaria

Acogida de refugiados de Ucrania en Mallorca: donde caben dos, caben dieciséis

Guillem Font y su mujer Maria Gracia reciben trece personas huidas del país en guerra y esperan en breve la llegada de tres más

Una imagen tomada este viernesde la nueva familia de Guillem Font y Maria Gracia y, por extensión, de todo Can Picafort.

Guillem resta importancia en todo momento a la inusual capacidad de empatizar con el sufrimiento de los demás que han demostrado tanto él como su mujer Maria con unas conocidas ucranianas que se han visto obligadas a abandonar su país por la guerra. Además estas dos personas de pueblo, humildes y de trato fácil, se han erigido en verdaderos hilos conductores de una oleada de solidaridad con Ucrania que se ha desatado por toda la localidad de Can Picafort con la misma fuerza con la que el mar acostumbra a batir sus costas.

A Guillem Font le conocen más en Can Picafort por el mal nom de Guiem Jamaica ya que regenta un restaurante con el mismo nombre. "Dime qué música escuchas y te diré quién eres. A mi me encanta el reggae con sus letras de paz y amor y por eso le puse el nombre al restaurante. Y eso que no fumo, ¿eh?", comienza este empresario que ya había empleado durante los tres anteriores veranos a Julia y Margarita, dos jóvenes ucranianas que venían a trabajar cada estío a Mallorca. "De haber venido este, hubiera sido su cuarto año", nos sitúa Guillem.

"En cuanto empezaron las noticias de que podía empezar una guerra me puse en contacto con ellas para que se vinieran a Mallorca. Pero estaban tranquilas, pensaban que se trataba de los conflictos habituales de la frontera y que la guerra, de producirse, no les llegaría a salpicar. Pero cuando empezaron a caer las bombas cambiaron de opinión", comienza el relato este mallorquín que en todo momento huye del protagonismo reivindicando que todo el pueblo se ha volcado con los que ya son sus nuevos vecinos.

"Son buenas chicas"

Preguntado por los motivos por los que inmediatamente se acordaron de las dos empleadas ucranianas que trabajaban con ellos en verano, articula una respuesta poco coherente, tan llena de imprecisiones como rebosante de humanidad: "No sé, las conocimos y pensamos, son buenas chicas, tienen un buen fondo. Así que cuando se nos presentó la oportunidad de ayudarles ni nos lo pensamos. Teníamos que prestarles apoyo y podíamos hacerlo. No lo hemos dudado en ningún momento (Guillem siempre habla en plural aludiendo a su mujer Maria) y, una vez hecho, nos sentimos súper bien. ¡Esto vale mucho más que un montón de dinero!", se congratula.

Julia llegó el pasado martes, pero no lo hizo sola. Le acompañaban su madre y su madrastra (de una segunda relación de su padre) y sus dos hermanos de 8 y 12 años. Junto a ellos vinieron otras ocho personas, familia sin serlo genéticamente de los primeros en un país que, a diferencia de Occidente, aún no ha olvidado tratar con humanidad a sus amigos más cercanos. "Vinieron otras dos mamás, una abuela, tres niñas de 6, 20 y 23 años y dos niños de 10 y 12", recuenta Guillem.

A todos ellos los han alojado en un apartamento de cinco habitaciones y dos baños de su propiedad.

"Lo primero que hicimos fue adecentar un poco la casa con estufas y radiadores por el frío. Compramos algunos muebles de segunda mano y les hemos puesto televisión e internet porque deben comunicarse frecuentemente con sus familiares que se han quedado allí y no pueden andar por el pueblo buscando cobertura. Se lo hemos puesto un poco especial, con todas las comodidades posibles para ayudarles a olvidar que lo han perdido todo", intenta justificar su generosidad.

Preguntado sobre si no se sorprendieron al ver llegar a trece personas de golpe, lo niega de inmediato revelando que fueron ellos mismos los que les animaron (a Julia y Margarita) a escapar de la guerra en compañía de todos sus familiares. "Las obligué. Les dije: Veniros con toda vuestra familia. Ya les encontraremos sitio", explica, de nuevo restándole importancia.

Apunta a continuación que además están al caer Margarita, la otra empleada con la que intimaron en su restaurante, con su hermana (de 14 años) y su prima (18). "A ellas les meteremos en un piso de mi familia, de mis hermanos y mi madre que llevan el restaurante El Molino y que normalmente utilizaban para alojar a los camareros venidos de fuera para trabajar en verano", quiere subrayar también Guillem que la generosidad es una cosa de familia.

Y sigue insistiendo en huir del protagonismo reiterando por enésima vez que no se trata tan solo de una acción altruista de él y su mujer, sino que todo el pueblo se está volcando con sus nuevos vecinos.

Este mismo viernes por la mañana, explica, se presentó una señora mayor con patatas, cebollas y yogures para los niños preguntando si esa era la casa de los ucranianos. "Y no me sonaba su cara del pueblo, no la conocía", se sorprende aún.

También alude a la plataforma We Love Can Picafort que cuenta con seis mil seguidores, fundamentalmente turistas alemanes que acuden a este enclave del norte de Mallorca. "No han parado de traernos cosas hasta que les he tenido que decir que ya estaba bien, que de ahora en adelante basta con que nos traigan una compra semanal de fruta y verdura, que dirijan sus esfuerzos a otras personas que lo necesiten más".

Guillem rememora la oleada de solidaridad que ha recorrido las calles de Can Picafort porque no quiere olvidarse de nadie. Así, se acuerda del Ayuntamiento y de la asociación hotelera de la zona, que les ha suministrado los colchones, las sábanas, las toallas y el menaje necesario para equipar los, de momento, dos pisos de acogida que han montado sin ningún tipo de ayuda oficial, tan solo con la fuerza del pueblo.

Durmiendo con el traje de fútbol

Tres de los niños a los que les gustaba el fútbol ya están jugando en el Joventut Can Picafort, el club de fútbol de la localidad que tuvo la deferencia de suministrarles todo el equipamiento y las mochilas necesarias para acudir a los entrenamientos. "Anteayer todos ellos durmieron con la equipación puesta", se congratula el empresario de lo que parece un pequeño paso para que estos menores recuperen su infancia robada.

Él y Maria conviven con ellos -"anoche cenamos todos juntos y nos echamos unas risas. Nos comunicamos con el traductor de Google y con la ayuda de Julia", apunta- y cada día los acogidos intentan agasajarlos con los platos tradicionales de su país que cocinan en su nuevo hogar temporal.

Y hablan. "Necesitan apoyo psicológico porque tienen muchas dudas por el paso que han dado. No saben si han hecho bien al venir a Mallorca dejando allí solos a sus maridos. Está la abuela que no se ha querido ir para seguir cuidando a su hijo, la hermana que ha decidido seguir con su marido... Y ellas dudan", explica Guillem dando su parecer: "Debían salir de allí. Han hecho lo correcto", aprecia.

Intentando encontrar una razón a una forma de actuar impropia de estos tiempos -"Se pueden quedar el tiempo que quieran, el que sea necesario. Y no van a pagar nada por el alojamiento, aunque encuentren un empleo y se pongan a trabajar. Lo necesitarán para enviarlo a sus familiares de allí", vuelve a sorprender -, le preguntamos al restaurador si ha estado antes en Ucrania, si conoce al país y a sus gentes. Responde que no. Aunque tiene bien claro que cuando todo esto acabe tendrá obligatoriamente que devolver una visita a unas personas que se desvivirán por intentar corresponder a su generosidad.

Regresar a por su padre discapacitado

"El papá de Julia tiene una discapacidad que le ha impedido salir del país así que hemos decidido ir con ella a buscarle", revela Guillem Font con total tranquilidad, como ajeno al riesgo que puede entrañar ese viaje.

Tienen previsto partir el 19 de este mes con rumbo a Polonia, donde alquilarán un vehículo con el que cruzarán la frontera para ir a recoger al progenitor. Su mujer Maria, como no podía ser de otra manera, participará en esta aventura junto a Julia, fundamental por su conocimiento del idioma, y a él mismo, que no duda en calificar el viaje en ciernes como "planes más propios de una película". Y es que la vida de este matrimonio es digna de plasmarse en celuloide. Tras una larga convivencia de siete años, contrajeron matrimonio hace poco. ¿Y a qué no saben dónde fueron de viaje de novios? A la isla de la Palma a ayudar a los damnificados por la erupción volcánica.

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