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Billete de Vuelta

El esperpento de Djokovic

El esperpento de Djokovic

Por los resultados alcanzados y la edad que atesora, que le permitirá seguir sumando títulos, seguramente Novak Djokovic pasará a la historia como el mejor tenista de siempre. Ocurre que mientras el medidor del talento deportivo no engaña, puesto que se basa en cifras y datos objetivos, planean sobre el común serias dudas de que al serbio pueda reconocérsele como modelo deportivo y ejemplo para las nuevas generaciones.

La lista de agravios y desplantes de este genio de la raqueta es extensa, como innumerables los feos detalles de carácter irascible que han jalonado su carrera. Fue expulsado del US Open por propinar un bolazo en la cara a una jueza después de que el asturiano Pablo Carreño le rompiera el servicio. El gijonés fue testigo directo de otra barrabasada del serbio, en los juegos de Tokio, donde tras caer derrotado lanzó la raqueta al tercer anfiteatro de la pista central. De existir esa modalidad olímpica de lanzamiento, Djokovic habría ganado el oro.

¿Cuántas veces ha dado muestras de su soberbia y su pésimo carácter? Seguramente le ha perjudicado compartir escenario y flashes con Nadal y Federer, ejemplos modélicos de compañerismo, deportividad, saber estar y respeto escrupuloso de las reglas del juego.

En la tragicomedia de Australia, uno de los países con una legislación más severa con respecto al COVID, el tenista serbio bordeó el esperpento: en el indisimulado empeño de pasarse por la línea de fondo las leyes fronterizas, mintió y metió a la isla en un lío, alentando con su actitud a los antivacunas. Djokovic está en su derecho a no vacunarse. Nadie le obliga a prestar a la aguja el brazo de hierro. Pero sabe que si no lo hace, solo estratagemas ilegales le permitirían disputar el Open australiano, acudir a Wimbledon o al Abierto de Estados Unidos. A ver qué opinan de esta farsa sus patrocinadores.

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