La cumbre doméstica de los vulcanólogos
La erupción en La Palma ha desatado un furor que no decae 60 días después

Un miembro de la Unidad Militar de Emergencias (UME) observa los flujos de lava, el miércoles. | // L. ORTIZ / juan ruiz sierra
Juan Ruiz Sierra
Cuando el volcán entró en erupción, el domingo 19 de septiembre a las 16.12 hora peninsular, casi toda España se encontraba sesteando o en plena sobremesa, bastante ajena a lo que se gestaba en La Palma. Los científicos habían descartado un “desenlace inminente”, pero los volcanes son caprichosos.
Al emerger la lava, en el primer fenómeno de este tipo que se registra en medio siglo sobre la superficie terrestre española, la población comenzó a contemplar aquello hipnotizada, pendiente de cada novedad, por mínima que fuera. Ahí sigue. Dos meses después, en una sociedad que consume y desecha noticias como si fueran chicles, no hay apenas signos de fatiga volcánica.
Primero, lo más trágico: pérdidas económicas de entre 550 y 700 millones de euros, 1.037 hectáreas de la isla canaria cubiertas de lava y 2.734 inmuebles afectados por el magma, la mayor parte destruidos, con cientos de familias que han perdido casas y pertenencias, junto a la intranquilidad permanente que supone estar sujeto a los habituales seísmos. Solo el miércoles pasado hubo 300, un nuevo récord diario que los especialistas tratan ahora de calibrar, para saber si se trata de un fenómeno esporádico o por el contrario el volcán, que continúa sin tener nombre, se adentra en una nueva fase de erupción. Nadie, en cualquier caso, se atreve a aventurar cuándo cesará su actividad.
Las cifras solían venir acompañadas de un asterisco que les restaba algo de dramatismo: no había ningún fallecido. Pero eso cambió la semana pasada, cuando un hombre de 72 años fue hallado muerto, en circunstancias todavía por aclarar, mientras limpiaba cenizas de su vivienda, situada en Los Llanos de Aridane.
Pero alrededor de todo este rastro de desolación hay, al mismo tiempo, una fiebre volcánica que se traduce en actividades banales y lúdicas. Hacer turismo, por ejemplo, con los visitantes llegando en masa al oeste de la isla. Comprar cenizas que provienen, supuestamente, del volcán. Aprender un nuevo vocabulario y sentirse vulcanólogo: boca (el cráter), domo (el centro de emisión del magma cuando es viscoso y lento), fumarola (los gases que emanan de pequeñas grietas), piroclasto (fragmento sólido expulsado por una erupción), lapilli (fragmento que sale en estado líquido y se solidifica en el aire) o los tipos de erupción: hawaiana, estromboliana, vulcaniana, pliniana y peleana. Hace un par de meses estas palabras eran patrimonio exclusivo de un grupo reducido y altamente cualificado. Ahora están en cada casa.
El 20 de septiembre, un día después de que empezara a salir la lava, la ministra de Turismo, Reyes Maroto, dijo que se trataba de un “espectáculo maravilloso” que había que aprovechar. “La isla se convierte en un reclamo”, señaló en Canal Sur. Al calor de las pérdidas materiales, la tesis estuvo carente de tacto, algo que le valió a Maroto un alud de críticas. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, evitó respaldarla, y la propia ministra se retractó poco después. Pero el caso es que tenía toda la razón: el volcán de La Palma es un reclamo turístico.
Aun así, las cifras de ocupación hotelera se han resentido: muchos visitantes del norte de Europa, que iban a La Palma en esta época del año a pasar largas estancias por sus cálidas temperaturas, han decidido quedarse en casa o viajar a otro lugar, por miedo a la erupción.
Atascos frente al mirador
El Fancy II es un catamarán con ventanas submarinas especializado en el avistamiento de cetáceos: delfines, cachalotes, calderones. Dos horas y media, 38 euros. Desde hace unos días, sin embargo, dedica más tiempo a que sus clientes contemplen la erupción desde el mar. Es imposible reservar un asiento hasta el 3 de diciembre; está todo completo. Otras empresas ofrecen visitas a la zona sin quedarse en la isla. Por 109 euros se puede salir en ferri desde Los Cristianos, en Tenerife, atracar en La Palma, subirse a un autobús, contemplar la lava («¡el ruido y las imágenes serán impresionantes!», promete la empresa, llamada Get Holiday) y volver al puerto de origen 11 horas después. Durante el puente de Todos los Santos, hubo incluso atascos para llegar al mirador de la iglesia de Tajuya (El Paso), con vistas privilegiadas a la erupción.
También se puede tener una experiencia volcánica a mucha más distancia. Poco después de que comenzara a salir la lava, en Ebay aparecieron anuncios que ofrecían ceniza (80 gramos a 10 euros, pero es posible adquirir cantidades más grandes) e incluso lapilli.
Y después, en un plano mucho más altruista, están las muestras de solidaridad con la isla: envíos de ropa y enseres, programas específicos, campañas, jornadas escolares. El pasado viernes se celebró una en el Colegio Montserrat, en Madrid. Los niños escribieron cartas e hicieron dibujos que después se enviaron a La Palma. Muchos de ellos, al menos los más pequeños, pintaron volcanes en erupción. Quizá no era lo más oportuno, pero lo que importaba era el detalle. Ellos, al fin y al cabo, también se han convertido un poco en vulcanólogos.
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