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Ceferino de Blas Exdirector de FARO, publica “Carmen Laforet sonrió en Rodeira”

“La última vez que Laforet se sintió plenamente realizada fue en Cangas”

“Escribí el libro para saber más de este personaje fascinante y misterioso que me enganchó desde que leí “Nada””

Ceferino de Blas, ayer, con su nuevo libro. ALBA VILLAR

Acaba de cumplirse el centenario del nacimiento de Carmen Laforet (Barcelona,1921-Madrid, 2004), y aunque se han publicado varias biografías sobre la ganadora del primer Premio Nadal, algunas relacionadas con los lugares donde vivió, faltaba la de Galicia, donde pasó más de nueve meses en tres veranos y otras visitas.

Ese libro lo acaba de escribir el exdirector de FARO Ceferino de Blas, que ahonda en sus veraneos en Cangas, un tiempo que soslayan o minimizan otros autores, cuando fue la última y más creativa etapa de Laforet.

–¿Por qué escribió este libro?

–Desde que leí “Nada”, la novela mítica de Carmen Laforet, sentí una gran admiración por ella como escritora, y a medida que me adentré en su biografía, me pareció un personaje apasionante, cargado de incógnitas.

–¿Y quiso resolverlas?

–En cierto modo. La posibilidad de escribir un libro sobre ella me la suscitó la gran biógrafa Anna Caballé, cuando me preguntó sobre su marido, el exdirector de FARO Manuel Cerezales, mientras preparaba la mejor biografía que existe sobre Laforet, “Una mujer en fuga”. Es cuando me di cuenta de la importancia que había tenido Galicia, y en concreto Cangas y Vigo, en la vida de la escritora.

–Pero ya se sabría, porque son muchos los libros que se han publicado sobre ella.

–Sobre Laforet se han escrito varias biografías y muchos estudios, que hablan de todos los lugares donde estuvo, incluido Tánger, donde también pasó dos veranos, pero sus estancias en Vigo y Cangas quedan en la irrelevancia. Algunos incluso ignoran que estuvo aquí. Y fue un tiempo decisivo. En sus vacaciones en Cangas, en los veranos de 1962 y 63, acabó su última gran novela “La insolación” y dejó muy encauzada “Al volver la esquina”, que ya no vio publicada en vida, aunque la editaron póstumamente sus hijos. Puede decirse que Cangas es su última etapa plenamente creativa.

–O sea que escribió mucho en esos veranos.

–Tanto o más que nunca. Laforet solo publicó cuatro novelas largas, las tres anteriores –“Nada”, “La isla y los dominios” y “La mujer nueva”–, y lo que escribió en Cangas, “La insolación”, y la que no llegó a publicar , “Al volver la esquina”, en solo dos veranos. Tenía 43 años cuando se fue de Cangas. A partir de entonces, y vivió hasta los 82 años, solo publica unas novelas cortas o relatos y algún libro menor, como su primer viaje a EE UU. Y los artículos de los que vivía, no muchos. Es decir, fue una escritora de poca producción, pero mientras estuvo en Cangas tuvo una gran actividad.

–¿Qué hizo además de trabajar en sus novelas?

–Gozar de Rodeira, participar en fiestas populares y pensar. En Cangas maduró su gran proyecto novelístico, la Trilogía, a la que puso el bonito título de “Tres pasos fuera del tiempo”, que pensaba que iba a ser su consagración como escritora. Y sobre ella habló en tres conferencias: una, en Madrid. Y dos en Galicia, en el año 63. La primera, en Pontevedra, la segunda, en A Coruña. Dos de las novelas las escribió en Cangas. De la tercera, “Jaque mate”, solo se recuerda el título. Porque después de Cangas dejó de escribir obra importante.

– ¿No es una opinión excesivamente subjetiva?

–Es mi tesis sobre la causa de que Carmen Laforet haya dejado de publicar grandes obras después del 63, una cuestión sobre la que todos se interrogan y se aportan múltiples teorías. La mía es muy sencilla: Carmen Laforet deja de escribir desde que se separa de su marido, Manuel Cerezales, cuando este regresa a Madrid, en noviembre de 1964. Y yo digo que Laforet estaba encantada con la forma de vida que llevaban, ella en Madrid con sus cinco hijos, y Cerezales en Vigo, en el periódico, que se veían en los veranos cuando ella venía a Cangas. Aquí estaba cargada de inspiración. Pero al juntarse en Madrid, ella rompió y ya no encontró un lugar como Rodeira para centrarse y no volvió a escribir ninguna gran novela.

– ¿Por eso titula su libro “Carmen Laforet sonrió en Rodeira”?

–Si. Yo creía que conocía bien Cangas, pero en el que veraneó Laforet y yo descubrí por fotos, el de principios de los años sesenta, me dejó asombrado. Todo el litoral que ahora es tierra firme no existía. La primera casa en la que veraneó la escritora y sus hijos, llamada “Riamar”, estaba cerca de las dunas de Rodeira. No existían ni el Instituto ni el Cuartel. Eran un arenal. Incluso la segunda casa, en la que veraneó en el 63, la del artista Antonio Nores, quedaba entonces cerca de la playa. Y a Laforet que tanto le gustaba nadar y los arenales, aquella playa de Rodeira, sin gente en buena parte de los días, le resultó divina.

– ¿Por eso dice que su etapa en Cangas fue la más creativa?

– Sí. Porque se sentía a gusto y porque su relación matrimonial le resultaba cómoda, al vivir separados. Por eso, cuando Cerezales abandona Vigo, y no vuelve a veranear a Cangas, se seca. Cuando Laforet marchó de Cangas, en el 63, pensando que su vida iba a seguir su curso como hasta entonces, estaba pletórica y convencida de que acabaría su gran obra, de la que había publicado una novela y tenía a punto la segunda. Pero ya no pudo ser. Emprendió un sendero de confusión, de sitio en sitio, sin saber a donde iba ni poder acabar lo iniciado.

–¿La conoció usted?

–No. Pero sí traté a personas que la conocieron. A Cerezales, con el que hablé varias veces, aunque nunca de su mujer. Pero sí conversé sobre ella con José Díaz Jácome, que fue director mío en el periódico “La Voz de Asturias”. Díaz Jácome, un excelente poeta, coincidió con Cerezales cuando trabajaron en Navarra, al final de la guerra, y después en FARO. Y su hijo, Juan Ramón Díaz, futuro director de “La Voz de Galicia”, que cuando era redactor de FARO entrevistó por orden de Cunqueiro a Laforet antes de que saliera su barco para EE UU, en 1965. Fue la última vez que pisó Galicia. O Grondona, que fue redactor de Cerezales en “España de Tánger”, y la conoció cuando veraneaba allí. Y Chuchi Kruckenberg y Manuel de la Fuente, que la conocieron en Vigo.

–Pero en Galicia no fue muy comprendida.

–En parte, debido a su discreción, cuando era una persona muy próxima para quienes la trataban. Fue amiga de Cunqueiro, que la presentó en su conferencia de A Coruña, y también de José María Alvarez Blázquez, que aunque muchos no lo recuerden, había quedado finalista del primer Nadal, con su novela “En el pueblo hay caras nuevas”, cuando ella ganó con “Nada”. Y participó, como nunca había hecho, en festejos populares, en la sardinada de Castrelos, en la fiesta del vino de Cambados. Los lectores de FARO también sabían de ella.

– ¿Publicó mucho en FARO?

–Tampoco fue pródiga como columnista. Habrá escrito en distintos periódicos y revistas unos trescientos artículos. Veintitantos los publicó en FARO, la mayoría en el periodo en el que Cerezales fue director. Uno de ellos trata de su viaje en tren, cuando vino a veranear a Cangas. Y otro está dedicado al pintor Prego de Oliver, a quien conoció en una visita que hicieron a Vigo, en 1956, cuando veraneó en Raxó. Algunos artículos son piezas sociológicas y literarias excelentes.

–En Vigo vivió muchos años Consuelo Burell, su profesora.

–Si, pero no coincidieron. Cuando llegó Cerezales, en noviembre de 1961, Consuelo Burell, que había sido catedrática 22 años en el Santa Irene, acababa de trasladarse a Segovia. Fue un personaje clave en la vida de Laforet, la que la inició en la Literatura, en Las Palmas, y quien le prestó un piso en Madrid cuando se separó de Cerezales. Burell era hija de un ministro de Alfonso XIII, justamente el que le otorgó la cátedra en la Universidad a Pardo Bazán.

– Al principio decía que Laforet le pareció una personalidad fascinante.

–Si, llena de misterios, como su silencio literario después del año 63, su relación con personajes como la tenista Lili Alvarez o con Ramón J. Sender, sus fugas a París o Roma donde traba amistad con Alberti. ¿Porqué se marchó de casa definitivamente en el año 70 y dejó a sus hijos con su marido Cerezales? Su última etapa con Alzheimer, que tan bien analiza su hija Cristina Cerezales, en su precioso libro “Música blanca”. Por cierto, creo que era ahijada de Consuelo Burell.

–O sea, que está encantado con su libro.

–Si. Es un librito de 125 páginas, pero me satisface haberlo escrito. Aunque tiene muchos defectos. Por ejemplo las fotos, la mayoría de las cueles están sacadas directamente de periódicos, y son las que visibilizan la estancia de Laforet en Galicia. Debería haber las originales. Pero del texto, que es muy mejorable, estoy relativamente satisfecho. Aporta muchos datos, algunos de ellos inéditos. Y me alegra haber colaborado a que la figura de Carmen Laforet quede unida a Cangas.

– En estos veranos la acompañó otra escritora.

–Si, Rosa Cajal, conocida por su pseudónimo de María Morgan, con el que firmaba sus novelas rosa o de prosa sentimental, como lo denominan los puristas, estuvo en los dos veranos con ella. Y la ayudó mucho, ya que le pasó a máquina parte de “La Insolación”, y lo que llevó escrito de “Al Volver la esquina”. Es otra excelente escritora vinculada a Cangas.

–¿Cómo debería corresponderla Cangas?

–Pienso que debe tener algún recordatorio que vincule su figura a Cangas, donde fue dichosa. Hace unos años propuse que se diese a la biblioteca su nombre. Pero debe ser la gente de Cangas la que decida. Puede ser un atractivo turístico. En “Riamar” podría colocarse una placa que dijera: “Carmen Laforet veraneó en esta casa en 1962, en la que escribió La Insolación”.

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