La población de Todoque dormía anoche con la noticia que no querían conocer: la colada de lava comenzaba a engullir las casas de este barrio de 1.279 habitantes que el volcán amenaza con hacer desaparecer. A lo lejos, desde la montaña de La Laguna, decenas de vecinos vislumbraban desde por la mañana cómo la lengua caminaba lentamente con dirección al mar sin que nada pudiera interponerse en su camino. Al cierre de esta edición, el magma ya se había llevado por delante varias viviendas y asediaba el centro urbano, donde se erige su iglesia de San Pío X que el pasado lunes fue desvestida para salvar el mayor número de tallas y objetos.

Algunos residentes como Adonay Santos Acosta, de 25 años, mantenían a media mañana de ayer una esperanza de que su casa se salvara. “Dicen que está por allá de la iglesia –al sur–, y si va para allá puede que se salve”, “puede”, incidía repitiendo esa posibilidad mientras contemplaba con dos amigos el ambiente enrarecido por las partículas de ceniza que caían desde el cielo. A esas horas, la colada ya se había llevado por delante la bodega de sus abuelos y la de sus tíos, situadas en lo que denominan Todoque Alto. “Ahí he pasado toda mi infancia, en una casa que hicieron mi padre y mi abuelo cuando yo aún no había nacido”, decía. Y añadía: “Tanto trabajar para nada, ojalá escape” refiriéndose a su casa.

Otros como el alemán Edwin Reichert respiraban aliviados. Su semblante, y el de su mujer, cambió después de que pudiera observar con unos prismáticos su vivienda, que compró en diciembre del año pasado. “Ahora estoy bien”, acertaba a decir en español al tiempo que reconocía que aún se encuentra en estado de shock por lo ocurrido. “Esto es catastrófico, tengo mucha pena por las personas que lo han perdido todo”.

Reichert podían tener noticias a través de sus propios ojos gracias a la ayuda de Rubén González, un biólogo leonés que junto a su pareja decidieron apostarse en la montaña de La Laguna con un telescopio y unos binoculares que iban pasando de mano en mano. “Veníamos a curiosear, pero también con la idea de echar una mano porque te das cuenta de que la gente está preocupada”, explicaba. No obstante, algunos como Reichert se quedaban más tranquilos tras ver la realidad.

A la espera del final

Otros como los hermanos Alejandro y José Miguel González Martín deciden subir hasta lo alto de la montaña donde pasan todo el día para seguir la evolución del volcán. “Nos estamos aquí hasta por la noche”, apuntaba Alejandro apoyado en un coche aparcado en una improvisada carretera de tierra. Aseguraba que el domingo pasado abandonaron su vivienda con lo puesto. “Nadie se cree que te fuera a pasar por tu casa y te esperas al final; ya después no da tiempo a sacar nada”. Tienen familia que lo han perdido todo, pero que pueden dormir bajo techo gracias a otros vecinos que les han dado cobijos en viviendas vacías. “Estamos nerviosos, porque coja por donde coja, va a hacer daño a amigos o familiares porque en Todoque nos conocemos todo el mundo”. Este empresario de la construcción mantiene parado su negocio. “No sé ni dónde están los empleados, todo el mundo está intentando salvar lo suyo”, apostilla.

A pocos metros, Jeffrey Lorenzo Pérez permanecía sentado en el interior de su todoterreno. Desde esta atalaya, divisaba con sus prismáticos el barrio. “Tengo ya dos casitas enterradas” bajo la lava, decía. Dos casitas que estaban dedicadas al turismo como viviendas vacacionales, un negocio que iba bien, que suponían la jubilación para sus padres. “Tienen 62 años, ahora les queda más lomo para seguir trabajando”, comentaba entre la indignación y la pena por lo sucedido. Esas viviendas vacacionales acogían el sábado a unos huéspedes recién llegados que, al día siguiente, decidieron marcharse. “Me contaban que habían pasado una noche de locos”. No obstante, los dos apartamentos se encuentra a un kilómetro de la boca del nuevo volcán. Jeffrey acudió por la mañana para despedirlos y dejar la vivienda preparada de nuevo para otros clientes. “Ahí sentí el primer temblor y a los diez minutos otro”. Aquellos eran, sin saberlo, los últimos minutos que podía disfrutar de aquellas casas que con tanto ahínco habían preparado para el turismo. “Me senté en la terraza un momento para apreciar las vistas que tenía”, describía, con sentimiento, un panorama que ya no existe tal y como él lo conocía. Cuando estalló el volcán nada pudo hacer por salvar algo de las casas vacacionales. “Fue la locura”, contaba al tiempo que se quejaba de la presencia del presidente Pedro Sánchez, que en su opinión “sólo vino a sacarse la foto”.