“Espía accidental” (La Esfera de los Libros) es la primera novela de Jorge Dezcallar (Palma, 1945) pero no su primer libro. El éxito que ha tenido escribiendo no-ficción le animó a dar el salto a inventarse una historia que utiliza como telón de fondo el drama real de la guerra de Siria y la enemistad entre Israel e Irán. El Centro Nacional de Inteligencia también asoma en esta trepidante trama de espionaje.

–Primera novela. ¿Salto mortal con red o sin ella?

–Me daba respeto dar el salto a la ficción. Me daba miedo no ser capaz de construir personajes creíbles. Porque una cosa son tus recuerdos, todos ya sabemos lo que es la memoria, pero en mis anteriores libros había una base sobre la que construir que era real. Todo lo que he contado en mis anteriores títulos es absolutamente cierto. Aquí no, aquí había que inventarlo todo a partir de un trasfondo que sí es real, que es el drama de Oriente Medio, la confrontación entre Israel e Irán o el problema de Siria.

–¿Ha modulado a su manera algún elemento propio de las novelas de espías?

–Quizá sí. Hay una cosa que yo sí quería hacer. Cuando pensamos en un espía, nos viene a la cabeza James Bond, una imagen que no tiene nada que ver con la realidad. A todos nos gustaría tener un Aston Martin o todas esas señoras tan maravillosas. Pero no hay novelas que hablen del Centro Nacional de Inteligencia y yo quería hablar de ello. Porque tenemos un servicio secreto muy digno. Hay toda una tradición anglosajona de escribir sobre estos servicios y con una valoración en positivo por parte de la sociedad. Aquí, en cambio, la opinión es más bien negativa. La gente habla de cloacas del Estado y no, no es verdad. La gente que está en el CNI se dedica a defender los intereses del país y los españoles.

–¿Usted qué entiende por cloacas?

–Las cloacas del Estado son otra cosa, es algo que se puede aplicar a una policía política puesta al servicio de un dictador o de un partido político. Nosotros no lo hemos sido. Y lo demostré cuando estuve en el CNI. Me enfrenté con Aznar en un momento determinado. Yo le dije que no teníamos constancia de lo de las armas de destrucción masiva. Él me decía que él tenía sus fuentes de información. Y nosotros teníamos las nuestras, nuestros hombres sobre el terreno, informadores. Y se lo hice saber, le dije la verdad.

–¿Hemos idealizado a los espías?

–La gente tiene una visión completamente falsa de lo que es un servicio de inteligencia. Y es verdad que abrirlo es muy difícil porque es un mundo de sombras y porque la ley de secretos oficiales te obliga a mantener el silencio. No puedes contar lo que haces. Y una forma de hacerlo es la ficción.

–En España no hay tradición de este tipo de novelas. De hecho, el protagonista, Asís, tiene rasgos de pícaro.

–Sí, en efecto podría inscribirse un poco en ese tipo de personajes, como el Buscón o Lazarillo, de nuestra tradición literaria de la picaresca. Asís es un tipo que fracasa en el colegio, que se mete en el mundo de la droga porque es fácil, que tiene unos principios a veces discutibles, pero que de repente encuentra un sentido a su vida cuando llega otro tipo y le ofrece un trabajo que le permite regresar a su tierra. Es un vividor, un pintillas, un tipo simpático, fruto de un padre trapisondista y una madre que es una trepa. Pero es un personaje que va ganando en el libro: se enamora y, cuando llega el momento de la verdad, hay algo ahí que le hace adoptar la decisión más arriesgada pero la más digna y decente. Asís no es el personaje que prefiero del libro, me resulta más atractivo el de Amal, que toma sus propias decisiones y asume los riesgos.

–Amal dice en la novela: “Oriente Medio está lleno de gentes insatisfechas que aguardan a mesías desaparecidos que se toman su tiempo para regresar: lo esperan los cristianos, lo esperan los chiítas y también los drusos. Y ninguno vuelve. Al menos por ahora”. ¿Podría completar el diagnóstico?

–Oriente Medio lo que vive es un proceso de modernización frustrado. Tuvieron unas sociedades que fueron líderes en ciencia o astronomía. Y, de repente, llegó la colonización, que le rompió la columna vertebral, y luego llegaron unos regímenes que se dedicaron a copiar miméticamente los modelos occidentales. Son modelos que no les funcionan, que les producen corrupción política e ineficacia económica. Entonces se frustran. Y están buscando su camino. Cuando consiguen derribar esos regímenes corruptos, que es lo que hace la Primavera Árabe, lo que surgen no son democracias, sino lo que había antes, los Hermanos Musulmanes y las tribus. Por otra parte, eso de esperar a un mesías en pleno siglo XXI... Esperan demasiado de fuerzas que ya no son las que manejan el mundo. Asimismo, el peso de ciertas interpretaciones de la religión en este siglo es una enorme losa para el desarrollo de ciertas partes del mundo.

–Estamos en plena retirada de EE UU de Afganistán. Momento oportuno para publicar Espía accidental.

–Eso me dijo el editor de Península, que publicó mi anterior libro. Fui ocho años director general de Política Exterior para África y Oriente Medio. Es un mundo que conozco muy bien. En Siria he estado muchas veces. Me han escoltado mukhabarats desde Damasco hasta Beirut cuando asesinaron a nuestro embajador allí y tuve que ir a buscarlo. He hablado con los cristianos en Malula, donde todavía se habla arameo, y donde el Estado Islámico ha hecho destrozos, también he estado en Palmira. Es un mundo que conozco y me resultaba fácil tejer una trama creíble sobre él basándome en mi experiencia profesional.

–¿Qué valoración hace de la retirada de Afganistán?

–Obama quería irse ya y los militares no le dejaron. Durante una charla, el periodista Bob Woodward afirmó que en Afganistán nunca había habido una estrategia clara. Biden ha leído muy bien la posición dominante en EE UU sobre esa guerra. Los americanos ya no sabían para qué servía ese conflicto, porque no les explicaban bien por qué se continuaba allí, consideraban que se había gastado mucho dinero, que había muchos muertos y que estar allí no contribuía a hacer el país más seguro. Trump también dijo que se iba y llegó a un acuerdo muy malo. Lo que ha sido un desastre es la ejecución de esa retirada. Abandonar la base de Bagram, a sesenta kilómetros de Kabul, sin decir nada a nadie, por la noche... Y que no fueran capaces de ver que la estructura que se quedaba se deshacía... Esta forma de retirarse es algo que va a pesar sobre la imagen de Biden y sus expectativas de futuro.

–Tiene otro reto por delante, restablecer el acuerdo nuclear iraní. ¿Le ve capaz de solucionarlo?

–Espero que sí. Pero a Biden lo que le preocupa es China. Es enemigo visceral de Rusia porque es lo que ha vivido siempre, desde que está en política ha conocido lo que era el Telón de Acero, el temor soviético. Ahora lo que está deseando es salir de Oriente Medio. ¿Por qué? ¿Qué perseguía Estados Unidos en Oriente Medio? Tres cosas. Una, el petróleo. Dos, la seguridad de Israel. Y tres, evitar que los rusos se metieran ahí. En este momento, los americanos no necesitan el petróleo porque son autosuficientes con los esquistos y el shale oil. Por otra parte, Israel se defiende solo porque, entre otras razones, Obama antes de irse le dio un programa de 38.000 millones de dólares a lo largo de diez años en armamento. Y luego está Rusia, que está intentando meterse, pero no tiene la capacidad que tenía la Unión Soviética. Ante este nuevo escenario, EE UU se va. La pregunta es, ¿quién va a aprovecharse de este vacío? China por un lado, que ya ha hecho un acuerdo importante con Irán, el propio Irán, Turquía y Rusia. Los tres imperios: el persa, el otomano y el zarista. La historia se repite.

–La acción de la novela arranca cuando el jefe del Mossad aterriza en España para pedir un favor. ¿Eso ha sucedido?

–Nuestros servicios secretos tienen relación con el Mossad, con el MI6, con la agencia marroquí, la francesa, con los italianos del SISMI, etc. Los servicios de inteligencia tienen buenas relaciones entre ellos. Es más, en los momentos en que las relaciones diplomáticas no funcionan, la conexión entre los servicios sigue funcionando. En el momento peor de la crisis de Perejil, que los marroquíes no querían hablar con nosotros, la relación personal mía con el general el Harchi, el jefe de los servicios secretos marroquíes, seguía en pie. Ahora mismo, israelíes, marroquíes y argelinos han roto relaciones diplomáticas. Estoy convencido de que los servicios secretos se siguen hablando. Y ese pasarse mensajes entre los servicios es una forma de calmar tensiones, porque en definitiva trabajan para lo mismo: conseguir la seguridad para unos y para otros. No están complotando para derribar gobiernos. Aunque sí hay cierta gente que se dedica a eso.

–¿Los rusos?

–Mira, yo no sé si es verdad o no lo que contaba hace unos días The New York Times sobre la injerencia de los servicios secretos rusos en Cataluña, pero no me extrañaría nada, porque hay una coincidencia de intereses. A los independentistas les interesa conseguir ayuda y allí les interesa desestabilizar la cuarta economía de Europa.

“Espía accidental” (La Esfera de los Libros) es la primera novela de Jorge Dezcallar (Palma, 1945) pero no su primer libro. El éxito que ha tenido escribiendo no-ficción le animó a dar el salto a inventarse una historia que utiliza como telón de fondo el drama real de la guerra de Siria y la enemistad entre Israel e Irán. El Centro Nacional de Inteligencia también asoma en esta trepidante trama de espionaje.

–Primera novela. ¿Salto mortal con red o sin ella?

–Me daba respeto dar el salto a la ficción. Me daba miedo no ser capaz de construir personajes creíbles. Porque una cosa son tus recuerdos, todos ya sabemos lo que es la memoria, pero en mis anteriores libros había una base sobre la que construir que era real. Todo lo que he contado en mis anteriores títulos es absolutamente cierto. Aquí no, aquí había que inventarlo todo a partir de un trasfondo que sí es real, que es el drama de Oriente Medio, la confrontación entre Israel e Irán o el problema de Siria.

–¿Ha modulado a su manera algún elemento propio de las novelas de espías?

–Quizá sí. Hay una cosa que yo sí quería hacer. Cuando pensamos en un espía, nos viene a la cabeza James Bond, una imagen que no tiene nada que ver con la realidad. A todos nos gustaría tener un Aston Martin o todas esas señoras tan maravillosas. Pero no hay novelas que hablen del Centro Nacional de Inteligencia y yo quería hablar de ello. Porque tenemos un servicio secreto muy digno. Hay toda una tradición anglosajona de escribir sobre estos servicios y con una valoración en positivo por parte de la sociedad. Aquí, en cambio, la opinión es más bien negativa. La gente habla de cloacas del Estado y no, no es verdad. La gente que está en el CNI se dedica a defender los intereses del país y los españoles.

–¿Usted qué entiende por cloacas?

–Las cloacas del Estado son otra cosa, es algo que se puede aplicar a una policía política puesta al servicio de un dictador o de un partido político. Nosotros no lo hemos sido. Y lo demostré cuando estuve en el CNI. Me enfrenté con Aznar en un momento determinado. Yo le dije que no teníamos constancia de lo de las armas de destrucción masiva. Él me decía que él tenía sus fuentes de información. Y nosotros teníamos las nuestras, nuestros hombres sobre el terreno, informadores. Y se lo hice saber, le dije la verdad.

–¿Hemos idealizado a los espías?

–La gente tiene una visión completamente falsa de lo que es un servicio de inteligencia. Y es verdad que abrirlo es muy difícil porque es un mundo de sombras y porque la ley de secretos oficiales te obliga a mantener el silencio. No puedes contar lo que haces. Y una forma de hacerlo es la ficción.

–En España no hay tradición de este tipo de novelas. De hecho, el protagonista, Asís, tiene rasgos de pícaro.

–Sí, en efecto podría inscribirse un poco en ese tipo de personajes, como el Buscón o Lazarillo, de nuestra tradición literaria de la picaresca. Asís es un tipo que fracasa en el colegio, que se mete en el mundo de la droga porque es fácil, que tiene unos principios a veces discutibles, pero que de repente encuentra un sentido a su vida cuando llega otro tipo y le ofrece un trabajo que le permite regresar a su tierra. Es un vividor, un pintillas, un tipo simpático, fruto de un padre trapisondista y una madre que es una trepa. Pero es un personaje que va ganando en el libro: se enamora y, cuando llega el momento de la verdad, hay algo ahí que le hace adoptar la decisión más arriesgada pero la más digna y decente. Asís no es el personaje que prefiero del libro, me resulta más atractivo el de Amal, que toma sus propias decisiones y asume los riesgos.

–Amal dice en la novela: “Oriente Medio está lleno de gentes insatisfechas que aguardan a mesías desaparecidos que se toman su tiempo para regresar: lo esperan los cristianos, lo esperan los chiítas y también los drusos. Y ninguno vuelve. Al menos por ahora”. ¿Podría completar el diagnóstico?

–Oriente Medio lo que vive es un proceso de modernización frustrado. Tuvieron unas sociedades que fueron líderes en ciencia o astronomía. Y, de repente, llegó la colonización, que le rompió la columna vertebral, y luego llegaron unos regímenes que se dedicaron a copiar miméticamente los modelos occidentales. Son modelos que no les funcionan, que les producen corrupción política e ineficacia económica. Entonces se frustran. Y están buscando su camino. Cuando consiguen derribar esos regímenes corruptos, que es lo que hace la Primavera Árabe, lo que surgen no son democracias, sino lo que había antes, los Hermanos Musulmanes y las tribus. Por otra parte, eso de esperar a un mesías en pleno siglo XXI... Esperan demasiado de fuerzas que ya no son las que manejan el mundo. Asimismo, el peso de ciertas interpretaciones de la religión en este siglo es una enorme losa para el desarrollo de ciertas partes del mundo.

–Estamos en plena retirada de EE UU de Afganistán. Momento oportuno para publicar Espía accidental.

–Eso me dijo el editor de Península, que publicó mi anterior libro. Fui ocho años director general de Política Exterior para África y Oriente Medio. Es un mundo que conozco muy bien. En Siria he estado muchas veces. Me han escoltado mukhabarats desde Damasco hasta Beirut cuando asesinaron a nuestro embajador allí y tuve que ir a buscarlo. He hablado con los cristianos en Malula, donde todavía se habla arameo, y donde el Estado Islámico ha hecho destrozos, también he estado en Palmira. Es un mundo que conozco y me resultaba fácil tejer una trama creíble sobre él basándome en mi experiencia profesional.

–¿Qué valoración hace de la retirada de Afganistán?

–Obama quería irse ya y los militares no le dejaron. Durante una charla, el periodista Bob Woodward afirmó que en Afganistán nunca había habido una estrategia clara. Biden ha leído muy bien la posición dominante en EE UU sobre esa guerra. Los americanos ya no sabían para qué servía ese conflicto, porque no les explicaban bien por qué se continuaba allí, consideraban que se había gastado mucho dinero, que había muchos muertos y que estar allí no contribuía a hacer el país más seguro. Trump también dijo que se iba y llegó a un acuerdo muy malo. Lo que ha sido un desastre es la ejecución de esa retirada. Abandonar la base de Bagram, a sesenta kilómetros de Kabul, sin decir nada a nadie, por la noche... Y que no fueran capaces de ver que la estructura que se quedaba se deshacía... Esta forma de retirarse es algo que va a pesar sobre la imagen de Biden y sus expectativas de futuro.

–Tiene otro reto por delante, restablecer el acuerdo nuclear iraní. ¿Le ve capaz de solucionarlo?

–Espero que sí. Pero a Biden lo que le preocupa es China. Es enemigo visceral de Rusia porque es lo que ha vivido siempre, desde que está en política ha conocido lo que era el Telón de Acero, el temor soviético. Ahora lo que está deseando es salir de Oriente Medio. ¿Por qué? ¿Qué perseguía Estados Unidos en Oriente Medio? Tres cosas. Una, el petróleo. Dos, la seguridad de Israel. Y tres, evitar que los rusos se metieran ahí. En este momento, los americanos no necesitan el petróleo porque son autosuficientes con los esquistos y el shale oil. Por otra parte, Israel se defiende solo porque, entre otras razones, Obama antes de irse le dio un programa de 38.000 millones de dólares a lo largo de diez años en armamento. Y luego está Rusia, que está intentando meterse, pero no tiene la capacidad que tenía la Unión Soviética. Ante este nuevo escenario, EE UU se va. La pregunta es, ¿quién va a aprovecharse de este vacío? China por un lado, que ya ha hecho un acuerdo importante con Irán, el propio Irán, Turquía y Rusia. Los tres imperios: el persa, el otomano y el zarista. La historia se repite.

–La acción de la novela arranca cuando el jefe del Mossad aterriza en España para pedir un favor. ¿Eso ha sucedido?

–Nuestros servicios secretos tienen relación con el Mossad, con el MI6, con la agencia marroquí, la francesa, con los italianos del SISMI, etc. Los servicios de inteligencia tienen buenas relaciones entre ellos. Es más, en los momentos en que las relaciones diplomáticas no funcionan, la conexión entre los servicios sigue funcionando. En el momento peor de la crisis de Perejil, que los marroquíes no querían hablar con nosotros, la relación personal mía con el general el Harchi, el jefe de los servicios secretos marroquíes, seguía en pie. Ahora mismo, israelíes, marroquíes y argelinos han roto relaciones diplomáticas. Estoy convencido de que los servicios secretos se siguen hablando. Y ese pasarse mensajes entre los servicios es una forma de calmar tensiones, porque en definitiva trabajan para lo mismo: conseguir la seguridad para unos y para otros. No están complotando para derribar gobiernos. Aunque sí hay cierta gente que se dedica a eso.

–¿Los rusos?

–Mira, yo no sé si es verdad o no lo que contaba hace unos días The New York Times sobre la injerencia de los servicios secretos rusos en Cataluña, pero no me extrañaría nada, porque hay una coincidencia de intereses. A los independentistas les interesa conseguir ayuda y allí les interesa desestabilizar la cuarta economía de Europa.