La escena pasaría por la celebración de una conquista deportiva. Unos 2.000 jubilosos vecinos de Pekín agitaban banderas en las calles tras finalizar las tres semanas de encierro domiciliario ordenado tras la detección de un positivo. Esa es la fórmula del éxito chino: protocolos ágiles y estrictos que el pueblo acepta sin quejas.

El levantamiento del confinamiento en la capital coincidió el lunes con la noticia de que también es China el primer país en domar a la variante delta del coronavirus. El cero en la casilla de contagios locales finiquitó la peor crisis desde el estallido en Wuhan. Se contaron 1.200 casos repartidos en 50 ciudades y más de la mitad de las provincias. Se confirma que la estrategia de tolerancia cero exige altos costes pero funciona, aunque persisten las dudas de si esos costes son sostenibles a largo plazo.

El virus se había colado a través de un avión ruso que desinfectaron trabajadores del aeropuerto de Nanjing sin la protección adecuada y el rebrote se le atragantó a China tras haber sofocado los anteriores sin apuros. Alcanzó Wuhan, la ciudad más segura, acabó con seis meses en blanco de Pekín y se extendió por todas las esquinas.

Alarma nacional

La acrisolada capacidad de rastreo quedó desbordada, fue emitida la alarma nacional y autoridades políticas y sanitarias exigieron precauciones acentuadas ante una variante mucho más infecciosa. Ciudades cerradas, confinamientos estrictos, testeos masivos… China acudió a su libreto y lo llevó al extremo. La decena de millones de vecinos de Wuhan y Nanjing pasaron por análisis de ácido nucleico hasta una docena de veces, Pekín cerró sus rutas de larga distancia y muchas provincias desaconsejaron los viajes.

Las medidas disruptivas castigaron la economía. Cayeron los vuelos domésticos un 20%, el turismo se hundió, se ralentizaron el consumo y la producción industrial y los analistas rebajaron las expectativas de crecimiento anual. Durante esas semanas en las que el virus parecía esquivo emergieron los argumentos para que China enterrara su tolerancia cero y aprendiera a convivir con el virus. La hipótesis era descabellada en el inicio de la pandemia, cuando la propusieron gobiernos occidentales, pero con la masiva campaña de vacunación suena razonable. China se acerca a las 2.000 millones de inoculaciones y a finales de año alcanzará la inmunidad del rebaño con el 80% de la población cubierta. La altísima capacidad de contagio de la nueva variante dificulta su erradicación, los expertos hablan de una enfermedad estacional como la gripe y no hay peligro de que se colapse la red hospitalaria. Varias voces reputadas chinas sugirieron un cambio de paradigma y ninguna resonó tanto como la de Zhang Wenhong, epidemiólogo de Shanghái y referido a menudo como el Anthony Fauci chino.

Bofetadas a Zhang

Anticipó Zhang que China necesitaría de toda su sabiduría para coexistir con el virus a largo plazo y sobre él cayó la tormenta. Le vilipendió el nacionalismo más troglodita en las redes por cuestionar la receta, su universidad investigó un posible plagio en la tesis presentada veinte años atrás y fue desdeñado en la prensa. Zhang y Fauci comparten las bofetadas por desviarse de la línea gubernamental. Ocurre que la excelencia china contra la pandemia es ensalzada por el gobierno y la ciudadanía frente a las tibias políticas y el egoísmo occidentales. Cualquier disensión, incluso desde razonamientos científicos, merece las suspicacias. Y al nacionalismo se le ha sumado el control del rebrote para ahogar el debate.

Es dudoso que la estrategia sea exportable. Australia no ha controlado el virus tras encerrar a la mitad de su población durante semanas y tampoco varios gobiernos que se aplicaron en la tolerancia cero con la variante Delta. China se queda sola en la fórmula, tozuda en su soledad frente a un mundo que se abre paulatinamente. Ha acreditado que puede someter incluso a las variantes más peligrosas del virus pero no está clara la vigencia futura del plan.

Los Juegos Olímpicos de invierno que Pekín celebrará en febrero obligarán a desempolvar el debate porque el cerrojazo actual confabula contra la prometida fiesta global.