Con el coronavirus la novela de Javier Moro “A flor de piel” ha recobrado actualidad. El escritor habló para este diario de esta obra y de sus protagonistas, que llevaron a cabo “la primera campaña de inmunización masiva de la historia.

–Antes de centrarnos en su último libro ‘A prueba de fuego’, me gustaría referirme a otra de sus obras, ‘A flor de piel’, que a pesar de haberse publicado en 2015 está más de actualidad que nunca porque habla de una pandemia, la de la viruela, y de vacunación.

–Lo que inicialmente me sedujo de esta historia era la aventura sumamente original y casi descabellada que supuso llevar a América la vacuna con niños huérfanos, de brazo en brazo. Lo que no sabía al empezar a escribirla era la importancia tan grande que había tenido esa expedición de principios del siglo XIX en la historia de la medicina mundial. Si bien los ingleses fueron los que inventaron la vacuna, fueron los miembros de esta expedición con el doctor Balmis e Isabel Zendal a la cabeza los que, con el fin de erradicar la viruela, inventaron la primera campaña de inmunización masiva que se ha hecho en la historia. Hasta entonces, la vacuna, recién creada, solo se inoculaba a las élites. Balmis y su equipo, que sabían que para acabar con la enfermedad tenían que lograr la inmunidad de grupo, no solo consiguieron transportar la vacuna en perfecto estado a América sino que inventaron las juntas de vacunación, que crearon en cada territorio al que llegaron y que son el embrión de lo que hoy es la sanidad pública en esos países. Si la viruela es la primera y única enfermedad hasta hoy en día erradicada por el hombre es en parte porque Balmis tuvo la genial idea de llevar la vacuna a América, pero no para inocularla a las élites españolas sino con un plan de sanidad pública único e inigualado en el mundo.

–Supongo que en aquellos tiempos también habría negacionistas.

–Por supuesto que había. Salió una revista en Londres con una caricatura que decía que “si usted se vacuna (la palabra viene de vaca) le van a crecer cuernos”. Siempre ha habido antivacunas porque el principio mismo de la inmunización va en contra de ciertas ideas primigenias. Piensa que te inoculaban un virus de la vaca. Era la primera vez que se mezclaban virus humanos con virus animales. Lo que hay ahora no es nuevo, pero también lo que es verdad es que hay que conseguir la inmunidad de grupo para estar todos a salvo. No hay otra salida. Uno se vacuna no solo para salvarse a sí mismo sino también para salvar al grupo. Por eso lo que está pasando hoy en Estados Unidos y en muchos países en los que hay gente que se niega a vacunarse es bastante indecente. Las vacunas han salvado miles de millones de vidas.

–Hablamos de paralelismos entre ambas pandemias, pero hay aspectos en los que difieren...

–Lo que ha cambiado es que la del coronavirus es la primera pandemia simultánea en el mundo entero. Antes las epidemias tardaban años en expandirse. Solían empezar en China, eso no es algo nuevo, y viajaban despacio por Medio Oriente y Europa para saltar luego a América. Hoy en día, con los viajes en avión y la rapidez de los contactos, la pandemia ha llegado a todo el mundo a la vez. Esa ha sido la novedad, esto no se daba antes. Pandemias han existido desde el principio de la historia, se han encontrado marcas de viruela en rostros de faraones, y ninguna ha sido eterna. No se sabe lo que duran, pero todas acaban.

–Uno de los grandes atractivos de ‘A flor de piel’ es su protagonista femenina, Isabel Zendal.

–He luchado todo lo que he podido para promover su figura porque me pareció siempre una heroína completamente olvidada. Ten en cuenta que la Organización Mundial de la Salud (OMS) la reconoce como la primera enfermera en misión internacional de la historia y en México hay una escuela de enfermería que se llama Isabel Zendal. Pero en España hasta hace poco nadie sabía quién era Zendal. Nacida en una aldea de Galicia en el seno de una familia campesina muy pobre se convirtió en la única mujer a bordo del barco que llevó la vacuna de la viruela a América. Se encargó de la supervisión de los 22 niños huérfanos y consiguió que ninguno se le muriera, ni en la travesía del Atlántico ni en la del Pacífico, con 26 niños mexicanos, que se hizo en el galeón de Manila, que por cierto, es el más antiguo servicio de transporte público del mundo.

–Estará contento de que se bautizara con su nombre el nuevo hospital de emergencias de Madrid que se construyó con motivo de la pandemia...

–Que Díaz Ayuso pusiese a ese hospital de pandemia el nombre de Isabel Zendal fue el colofón para mí. Fui a darle las gracias porque de alguna manera ha hecho justicia a este personaje, que ahora está en boca de todo el mundo. Me comentó que en agosto de 2020 estaba leyendo mi libro y se le ocurrió.

–¿Se ha notado un repunte en las ventas de ‘A flor de piel’ desde que estalló la crisis del coronavirus?

–La novela ya había hecho su carrera y había funcionado bien, pero desde que comenzó la pandemia ha resucitado, se han hecho cinco ediciones.

–El COVID ha sido un duro golpe para el sector editorial y especialmente para las librerías. ¿Cómo le ha afectado a usted como escritor?

–A mí me ha afectado positivamente porque un escritor para hacer su trabajo tiene que autoconfinarse y hacer un esfuerzo para rechazar las tentaciones que ofrece el mundo exterior. En este caso no he tenido que hacer este ejercicio de autodisciplina. El confinamiento me ha ayudado a acabar ‘A prueba de fuego’. En ese sentido sí me ha sido útil, pero en el lanzamiento del libro no me ha ayudado, porque a mí lo que me gusta es el contacto con los lectores y poder debatir con ellos, firmarles los libros y hacer giras de promoción. Eso es lo que me gusta y no he podido hacerlo. Ha sido todo por Zoom. Además, no he podido ir a América cuando el libro ha sido un gran éxito allí.

–¿Cómo descubrió la historia de Rafael Guastavino, protagonista de esta novela junto a su hijo?

–Viví una temporada en Nueva York hace treinta años y allí me enteré de su existencia porque me gustan mucho las ostras y fui a comerlas al Oyster Bar, un restaurante que está en los bajos de la estación Central de Nueva York, que hizo Rafael Guastavino. Ahí supe por primera vez de él. Años después mi editora me habló de nuevo de este arquitecto y me propuso escribir sobre él. Yo primero quería ver si su vida era interesante y si podía conseguir documentación, porque no quería hacer una fábula de Guastavino. Soy historiador de formación y aunque novele la historia para que el lector la entienda mejor, la base tiene que ser muy rigurosa, si no no me meto.

–¿Fue complicado recabar información?

–Estuve investigando y dejé el proyecto varias veces porque no encontraba documentación. Había muy poca y difícil de digerir. Al final conseguí las cartas familiares de los Guastavino a través de un heredero. Fui a Estados Unidos a por ellas y las compré. Eran unos documentos totalmente inéditos y allí estaba toda la historia de los Guastavino. Ahí me di cuenta de que no era la historia de un hombre, sino de dos, padre e hijo, que se llamaban igual y no se podían contar una sin la otra. En ese momento se me encendió la bombilla, ya no era la historia de un genio español que había hecho muchas cosas, pero cuya vida podía ser o no interesante, sino la historia de un padre y un hijo que habían impreso su huella en toda la arquitectura norteamericana. ‘A prueba de fuego’ está novelado, pero realmente está basada en los hechos que revelaron esas cartas. Sin esas cartas yo creo que no hubiera escrito el libro. Ha sido un proceso muy trabajoso, pero yo creo que hay que hacer justicia a gente como Guastavino, que ha dejado un legado muy importante que los propios norteamericanos están ahora reivindicando.

–¿Qué proyectos tiene entre manos?

–Da mala suerte hablar de los nuevos proyectos, tengo una idea para un libro, pero poco precisa. Vendré a Ibiza a escribirlo.