El carismático cantante granadino, icono del rock español, reaparece con su primer álbum de estudio en 13 años, “Un largo tiempo”, obra de tonos acústicos bajo el influjo del blues, fruto de su alianza con el guitarrista Jose Norte.

–¿Qué le ha movido a volver al estudio para grabar “Un largo tiempo”, cuando parecía que ya no iba a volverlo a hacer?

–Las canciones. Las canciones son los motivos que mueven nuestro mundo. Si tienes temas nuevos hay que salir a tocarlos. Bueno, también tener un partner como Jose Nortes facilitó mucho las cosas. Su estudio es un lujo para la creación.

–El tacto del disco, decantado por el blues, la textura acústica, con pistas folk y country, puede hacer pensar en los álbumes que un maduro Johnny Cash grabó con Rick Rubin, o en los últimos de Tom Jones. ¿Han sido referentes?

–A esta altura de mi carrera se me amontonan las referencias. ¡Todo es aprehendido, el problema es saber dónde está la fuente! La idea del disco parte de una actuación en 2014, cuando estaba jubilado, en el Teatro Monumental de Madrid para la campaña “Un juguete una ilusión,” de RNE. Actué con Jose Nortes, Luis Prado y Edu Ortega. Aquel concierto solidario, quién lo iba a decir, fue el germen de este disco.

–Su cómplice es The Black Betty Trio, nombre que alude a una pieza de Leadbelly. ¿Descubrió en su día a los pioneros del blues a través de los Rolling Stones y los grupos británicos de los 60?

–Creo que no se ha acreditado suficientemente a los Stones por introducir la música popular americana, el blues en concreto. Ellos y John Mayall fueron el puente que facilitó su llegada. Aunque al principio pensé que era material propio, porque la música negra a mitad de los 60 estaba más identificada con el soul, Otis Redding, la gente de Atlantic Records, la Motown y demás.

–¿Este es el disco que siempre había querido hacer pero que comercialmente era demasiado arriesgado?

–No creo que hubiera estado preparado mucho antes para hacer este disco. Yo he padecido horror vacui musical. Me ha gustado llenar de sonido los discos: muchas guitarras, sintetizadores, orquestas sinfónicas, big bands… El tiempo para hacer este ‘striptease’ sonoro es ahora, cuando ya has superado todo tipo de saturaciones y las historias que cuentas solo se sostienen con el aliento.

–El blues de la tercera edad habla de su generación a través de una figura, Ana, de “pensión asistencial”. ¿Siente que esta franja de la ciudadanía no está siendo tratada como merece?

–Creo que no lo está. La mercantilización de la vida ha llegado a contabilizar hasta cuando eres rentable para el sistema. En el llamado primer mundo la senectud ha perdido prestigio contable. Pero los preboomers, mi generación, fueron los que consiguieron que ser joven tuviera su peso específico, y lo ‘joven’ se convirtió en un estatus. Ahora quieren arrinconar a la gente en residencias, pero hay muchos y muchas que siguen luchando. Están entrenados.

–La estirpe de Caín habla de la pandemia y dice “no es la catástrofe, es su ensayo general”. ¿Se siente apocalíptico?

–Esa frase se la robé a Lluís Bassets. Creo que se están dando los suficientes episodios medioambientales para que tomáramos medidas urgentes si queremos parar la catástrofe. El crecimiento desaforado y la desigualdad obscena, en un sistema que necesitaría los recursos de tres planetas para seguir por la senda del despilfarro suicida, no tiene salida si no es con medidas drásticas que nadie está dispuesto a tomar.

–”Hay ricos en Mercedes que gritan libertad”, canta en este tema. ¿Qué efecto le produce el uso de la palabra libertad por parte de la derecha?

–Me causa estupor la desfachatez con la que se apropian de los símbolos que más detestan. Pero con la llegada triunfal de Trump y sus métodos negacionistas, el reino de la mentira ha subvertido la realidad. En el caso de la utilización castiza del término, en las últimas elecciones de Madrid, de sainete.–

–Poco después de publicar el disco ha lanzado otra canción nueva, “Hola Ríos, hello”. ¿Cómo ha sido eso?

–Es una coña que trata de explicar de forma simpática los porqués de mi retirada fallida. Y no estaba en el espíritu del disco, ni en el tiempo. Esta es una canción para empezar un concierto de buen humor.

–“Os debo más de mil disculpas”, dice, y añade que “aquella gira de despedida” le convirtió en “embustero por vida”. ¿Se arrepiente de haber anunciado el retiro hace una década?

–No me arrepiento de casi nada, y menos de eso. Realmente pensé que era el momento ideal para dejarlo. Estaba un poco seco y no sentía la necesidad de estirar el chicle. Me costaba un mundo hacer canciones nuevas que merecieran la pena. Y me paré. El problema es que mi nombre proyectaba una larga sombra en la escena del rock patrio y, como cuando lo dejas ni pierdes la voz, ni se te cae el pelo, y los compañeros te siguen llamando para colaboraciones... sigues inoculando pequeñas dosis de veneno. Pero de todo eso habla la canción.

–¿Qué le espera al público que vaya a verle en el arranque de esta gira veraniega? ¿Conciertos con otra clase de electricidad en el ambiente?

–Verán conciertos absolutamente inéditos en mi carrera. Algo difícil cuando llevas casi 60 tacos en la carretera. Este es mi segundo concierto en Barcelona, y no pueden ser dos conciertos más dispares, aunque con el común denominador de lo acústico. En el anterior, el Symphonic Ríos, con más de 50 músicos, y en este, algo más desnudo, pero con el aliciente de las nuevas canciones. Martín Pérez, el factótum del festival, me dijo al final de mi concierto de debut: “No cambies ni una nota del repertorio, está perfecto”. Fue un piropazo, porque Martín sabe mucho del mundo del espectáculo.