La escritora de terror fantástico y periodista Anna Starobinets (Moscú, 1978) participó en España en diferentes actos en los que presentó su último libro publicado en nuestro país, ‘Tienes que mirar’ (Impedimenta).En 2012, descubrió que el hijo que esperaba no llegaría a vivir. Empezó un periplo por el sistema sanitario de su país para el cual la expresión violencia obstétrica se queda corta. Todo empieza con un ginecólogo que, antes incluso de decir a la madre que su embarazo no llegará a término, convoca a sus estudiantes para que contemplen las “interesantes” malformaciones del feto. Y prosigue por la jungla médico-burocrática heredada del pasado soviético, cuando intenta aclarar si el diagnóstico es definitivo, en el que faltó poco para que la acabasen ingresando de forma forzosa en un psiquiátrico.

–Empieza el libro explicando que pasó de escribir historias de miedo a ser la protagonista de una.

–Cuando escribo historias de horror lo hago por placer, dejando ir mi imaginación alrededor de los horrores que tengo en mi mente. Pero como persona, no como escritora, me encontré dentro de una historia de terror.

–¿Su denuncia del trato recibido tuvo eco?

–Hubo un gran escándalo. Una reacción furiosa de la sociedad médica, porque rompía un tabú. Recibí mensajes feroces. La jurado de un premio literario me acusó, en un acto público, de antirrusa, de vender mis miserias en lugar de guardarlas en casa. Pero también hubo gente agradecida por visibilizar esta situación. Y la clínica donde me trataron después del libro empezó a formar a los médicos sobre cómo dar malas noticias y consolar a quien lo está pasando mal.

–¿Cómo explica que en un país donde el aborto fue legalizado en 1920 encontrase tantas trabas y hostilidad?

–Lo que sucede es que el aborto se normalizó tanto que fue utilizado como instrumento anticonceptivo en tiempos soviéticos, si no había condones, abortar era como tener una gripe. Y si el feto tiene malformaciones, esa cosa macabra que nace dentro de ti es un fruto podrido, no se te brinda apoyo por tu pérdida sino que se supone que te tienes que sentir aliviada por perderlo. Quizá en países tradicionalmente católicos la sociedad te fuerza a tener un niño aunque sea malo para él o para ti; en Rusia es lo contrario, si hay algún problema todo te empuja a interrumpir el embarazo, aunque no quieras. Son dos extremos negativos, en ambos casos no se respeta el derecho a elegir sobre tu propio cuerpo. En Alemania (donde acudió finalmente) me encontré que lo que primaba era tu elección, en función de tu estado y de tus creencias religiosas. Y se te trataba de forma humana. No tenías que esconder lo que sentías.

–¿En determinadas reacciones pesa también el resurgimiento de la religión? ¿O la misoginia?

–No, ninguna de las dos cosas. En realidad, la tradición religiosa quedó arruinada con la revolución, ahora es algo artificial. Se trata más bien del sistema médico soviético que hemos heredado, que era muy cruel, en la ginecología y en la psiquiatría, sin tener en cuenta sus sentimientos y vulnerabilidad. Forma parte de un ambiente totalitario en que no debías tratar a las personas como seres humanos. En todas las situaciones en las que estás indefenso, como ante el cáncer, el sistema funciona de una manera espartana. El dolor se debe esconder. Si te muerden y gritas, eres débil, te desprecian. Lo que pido con mi libro es respeto por el paciente, especialmente en las situaciones en las que estás más débil. Solo ahora se están introduciendo criterios éticos en la medicina rusa.

–¿Esta rudeza es una característica general de la sociedad rusa?

–La sociedad soviética es realmente muy ruda. Me sentí realmente sorprendida cuando llegué el otro día a Madrid y en el avión la gente pacientemente esperaba su turno para salir. En Rusia el más fuerte y grande gana, empuja y es el primero que sale a codazos. Y si esperas, eres un flojo. En sociedades europeas cuando te comportas de manera educada se te reconoce un nivel más elevado.