Entra el Loco en la sala de ensayo, hay sonrisas y abrazos con los músicos, pero están para lo que están, y el sentido del deber impone su ley: sin que el mariscal alce el tono, cada uno se coloca en su posición para pasar una vez más el rastrillo por las canciones. “Y yo solo observo el sol”, canta impávido Loquillo deleitándose con los engranajes de la superbanda y cuidando del recién llegado, el bajista Pablo Rodas (ex-Sex Museum), que suple a Alfonso Alcalá, cuya baja por COVID motivó el aplazamiento de la nueva gira. Estamos en el Espacio Las Armas, de Zaragoza, el cuartel general, sede de su ‘management’, cruce de caminos entre Madrid, Barcelona y el País Vasco. “Un lugar perfecto para mí”. La banda se pone a tono para el arranque del ‘tour’: el pasado viernes en Peñíscola y hoy en el barcelonés Festival de Pedralbes. En un receso, nos sentamos a hablar mientras Igor Paskual apura el último ‘riff’.

–Viene de San Sebastián, donde vive.

–Desde hace 15 años. Josu (García) es nacido en Donosti, criado en Zaragoza y vive en Madrid. Igor es de Gijón. Luego está la sección madrileña, y Pablo, uruguayo, que ha entrado en el grupo para hacernos un gran favor. Alfonso Alcalá estuvo en la UVI y ha sido muy duro para todos. Una más de las cosas que nos han pasado. La pandemia empezó una semana antes de comenzar los ensayos y llevo 975 días sin hacer un concierto de rock. El verano pasado, como no podíamos hacer rock’n’roll, llamé a Gabriel (Sopeña) y decidimos defender nuestro oficio y lanzarnos a la carretera con un espectáculo de poesía en el peor momento posible. Yo no iba a degradar mi repertorio de rock saliendo con una guitarra acústica y una zambomba. Quiero agradecer a los artistas que se atrevieron a salir, como León Benavente. Dar la cara costó mucho. Yo convivo con una persona de riesgo, y Gabriel fue baja al final de la gira y estuvo un mes en el hospital. Y eso coincidió con una situación mía, un susto tremendo. Tuve la sensatez de no decir nada.

–¿Un susto? ¿De qué se trató?

–Unos bultos que me aparecieron en el cuello. Estaban al lado de las cuerdas vocales y la primera opción era operar. Eso significaba que me las podían rozar y que igual me quedaba sin voz. Así que antes dije: “Señores, vamos a grabar”. Pensé: “Si la garganta se va a la mierda, habré hecho un último gran disco”. Por suerte, esos bultos desaparecieron. Se trataba de un bocio, autoalimentado, a raíz del estrés, supongo, del golpe que sufrí con la suspensión de la gira. De un día para otro, 35 personas habían dejado de trabajar, todos con sus familias. Pero la vida es una batalla campal, y cuando te caes, te levantas.

–La pandemia no le ha llevado a la introspección ni a la melancolía.

–Yo le tenía más miedo al silencio que a la pandemia, y lo que hice fue poner todo a funcionar. Llamé a los compositores más importantes de mi vida, Sabino Méndez, Gabriel e Igor, y nos pusimos a trabajar en un disco. La idea es sacarlo a principios del año que viene. No es un disco sobre qué mal lo he pasado en la pandemia, sino el que tiene que hacer un artista con 60 años.

–Pero ahora sale de gira con el álbum “El último clásico”, publicado en noviembre de 2019 y que no llegó a presentar en vivo.

–Ese es solo el nombre de la gira, porque lo que iba a hacer ya no podrá ser. Quien tuviera una imagen de mí de marzo de 2020, que piense que esa imagen ya no existe. Esta es una gira de inicio y quienes estén atentos lo verán. Hay una banda en progreso y un artista diferente, y en los conciertos habrá canciones del disco, pero todo ha saltado por los aires. Me siento un poco como en una película de Jacques Tourneur: una pantera encerrada, un zombi entre dos mundos, alguien que tiene un pasado.

–¿En qué se siente diferente?

–Dejé el pabellón altísimo en la gira de 40.º aniversario, y después de eso se empieza de cero. Lo veo como una tercera oportunidad. La primera te la dan; la segunda la tienes porque la cagaste en la primera, y la tercera es porque la segunda la hiciste bien.

–¿Hacia qué temáticas va el nuevo disco?

–Mi tema es la libertad individual. Yo soy libertario. Nos preocupan las consecuencias de lo que ha ocurrido. No somos dueños de nuestro destino. Es la primera vez, desde la mili, que no lo soy. Hay artistas que son testigos de su tiempo, pero a mí me gusta ser protagonista. Donde está el lío, ahí estoy yo. Ahora temo que quede un poso, algo a lo que nos tengamos que adaptar. Me preocupan las libertades individuales, y lo políticamente correcto, y la cultura de la cancelación. Esas cosas ante las que la mayor parte de los músicos se han callado la boca. Cuando veo una entrevista a Jota, de Los Planetas, o a Kiko Veneno, la leo y digo “¡menos mal!”, porque igual no estoy de acuerdo con ellos, pero dicen lo que piensan. El nuevo disco tiene que ver con esto, y no tanto con “paz, amor, hermanos, qué mal lo hemos pasado…”. No, gracias.

–Hombre, por algo viene del punk y no de los ‘hippies’.

–Nuestra profesión tiene que tomar nota. Llevamos cerca de tres años sin desplegar el Estatuto del Artista y está pendiente la ley del mecenazgo. Cuando se han pedido ayudas, nos han dicho: “Págate un crédito ICO”. Lo digo desde un punto de vista de clase trabajadora, porque yo soy de clase obrera. No es verdad que se esté abriendo la actividad y “qué bien todo”.

–Hablaba de la cultura de la cancelación. Ya la vivió hace años con “La mataré”.

–“La mataré” empezó siendo una canción premiada por ‘Rockdelux’ y Radio 3, que denunciaba la violencia de género, y un buen día se decidió que significaba lo contrario. ‘Cancelación’ es un concepto anglosajón. Aquí lo cambiamos por ‘paseíllo’. Estamos acostumbrados a eso.

–En su caso, hablamos del artista de rock’n’roll, un género o estética musical de la que se cantan las exequias. ¿Siente que está amenazada la figura que representa?

–Mira, ya desde los años 80, a todo el mundo le encanta la estética del rock’n’roll. Todos quieren ser como nosotros: desde el cantautor que se electrifica hasta el trapero que adora los excesos de las estrellas del rock. ¡Y el político, que se cree ‘rock star’! Lo veo desde fuera y me parto. ¿Alguien se ha parado a pensar en C. Tangana y Ramoncín, que tantas cosas tienen en común?

–Y va y gana Eurovisión una canción de rock con brillos ‘glam’.

–¡Si yo pensé que estaba ahí tocando Igor! El público más fiel que existe es el ‘heavy’.

–¿Se ha alejado de su ciudad?

–Hombre, metí a 10.000 personas en el Palau Sant Jordi, algo que no había hecho en mi vida. Yo soy el artista con más temas sobre Barcelona, si bien empecé haciendo mi carrera en Madrid. Hay signos que indican que te debes ir, y creo que lo hice en el momento adecuado. No miro atrás, ni tengo una sensación de nostalgia. Yo soy barcelonés y voy a Barcelona a ver a mi familia, a las personas que quiero, y la ciudad está presente en mis canciones.

–Lo peor es ser un artista de culto.

–¡Ni de coña! Los artistas de culto suelen ser chicos de buenas familias. Nosotros tenemos claro que somos trabajadores. Esta banda es como la división 101ª, que la lanzas donde sea y hace su trabajo, y donde el peor soy yo. Siempre he procurado trabajar con los mejores, y ser yo el peor, y me ha ido muy bien.