Antes del COVID-19, la peste; la viruela; el cólera; la gripe de 1918; la poliomielitis; enfermedades infecciosas emergentes como el síndrome pulmonar por hantavirus, la tuberculosis y el sarampión; el sida; el mal de las vacas locas; el SARS y el MERS; el ébola, y las arbovirosis emergentes y reemergentes han acompañado al hombre desde los albores de la humanidad. De ellas y de su lucha –entre la que destaca la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna que partió de A Coruña en 1803 y que puede considerarse la primera campaña de vacunación masiva de la historia– habla el profesor Juan Gestal, una de los máximas autoridades en Salud Pública, en “Pandemias. Las epidemias que asolaron la humanidad” (Editorial Bolanda), un libro de divulgación científica en el que repasa las epidemias que han asolado el mundo desde la peste de Justiniano, considerada la primera pandemia documentada, hasta el COVID-19, y analiza el desafío que suponen en la era global.

–Como dice en el libro, el COVID-19 dejó al mundo en shock, aunque esta situación no es insólita.

–Vivimos en un mundo tan desarrollado, con una sanidad que es capaz de hacer trasplantes, estudios genéticos, cosas que parecen de ciencia ficción que una situación como esta nos parece algo único, pero no. Ha habido muchas otras pandemias que asolaron a la humanidad en diferentes momentos de la historia y en situaciones mucho peores, pero aun con este mundo tan desarrollado, el COVID-19 ha puesto al planeta patas arriba.

–¿Qué diferencia esta crisis de otras acontecidas anteriormente?

–Por una parte, considerábamos que, estando tan desarrollados, no íbamos a sufrir una pandemia tan terrible como esta, de las que yo digo que pasan una vez cada cien años, y se han cometido muchos errores por desconocimiento y otros por no fijarse lo suficiente o por no tener el sistema de vigilancia de salud pública adecuado. Esto ha llevado a la extensión de la enfermedad. La OMS le dio demasiada poca importancia a los aerosoles y a los espacios cerrados, cuando son el principal mecanismo de transmisión, y, por el contrario, se exageró muchísimo la importancia de las superficies, que no tienen nada que ver con la transmisión. Tampoco hemos sabido los países occidentales fijarnos y aprender de los orientales. Ellos han ido a cortar la circulación del virus, cerrando las ciudades en cuanto hay varios casos. Si nosotros hubiéramos hecho esto ahora estaríamos en una mejor situación no solo sanitaria, sino también económica. Hay que luchar activamente contra el virus y no transigir, ayudando, por supuesto, a los sectores económicos perjudicados.

“La cenicienta de nuestro sistema sanitario es la salud pública. Nadie se acuerda de ella"

–¿Hemos transigido mucho?

–El verano pasado salimos antes de tiempo, y este el estado de alarma cayó en mayo, aunque las comunidades autónomas pedían que se continuara unas semanas más. El descenso hubiera sido más rápido si se hubiera aguantado más. ¿Vamos a aprender de cara al futuro? Ojalá, pero no lo sé.

–¿Contamos con herramientas para poder anticiparnos a otras posibles pandemias?

–Tenemos los medios, pero ya hemos visto la elevada mortalidad que ha ocasionado esta pandemia, de forma especial en nuestro país, con unas cifras que pasan los 100.000 fallecidos, y con unas incidencias también muy elevadas. Todo esto nos hace ver que seguimos siendo muy vulnerables. Hay una cenicienta en nuestro sistema nacional sanitario, que es la salud pública. Nadie se acuerda de ella y no está bien dotada. No contamos con un buen sistema moderno de vigilancia epidemiológica y si bien a escala nacional y autonómica la salud pública está bien desarrollada, aunque necesitaría más medios, en la periferia prácticamente no existe porque las jefaturas provinciales no tienen mucho sentido si la organización sanitaria es por áreas de salud. Los servicios de medicina preventiva de los hospitales, con sus pocos recursos, han desarrollado un importante muy papel; se podría aprovechar esa infraestructura para desarrollar una salud pública en el área de salud y conectada con la atención primaria y con la dirección general de salud pública.

“Si se hubiera aguantado el estado de alarma unas semanas más, la incidencia habría descendido más rápidamente”

–El SARS y el MERS fueron la antesala del COVID. ¿Se podría haber previsto esta pandemia?

–Realmente lo que nos dice que hay una amenaza son las enfermedades infecciosas emergentes. El sida es la más paradigmática, pero hay otras muchas. No se le ha prestado la debida atención a este tema y no se ha desarrollado una adecuada vigilancia epidemiológica. No sé si el COVID se podía haber visto venir porque tuvo un comienzo muy explosivo y tampoco está claro cuál fue su origen y ya no creo que llegue a esclarecerse nunca si fue natural o consecuencia de un fallo en la seguridad de un laboratorio. Esa duda siempre estará ahí.

–Lo que ha evidenciado esta crisis sanitaria es la importancia de la investigación, con el desarrollo de vacunas en apenas un año.

–Esto es un hito importante y que tiene que ver con lo que la investigación básica había hecho antes. En realidad se han aplicado conocimientos que se habían desarrollado y aplicado a la vacuna del SARS en 2003: las vacunas ARN mensajero (ARNm), aunque finalmente no se pudieron probar porque el SARS dejó de circular. En cuanto se secuenció el genoma de este virus se empezó a desarrollar y a realizar los primeros ensayos con ARNm, primero por Moderna y luego por Pfizer. Esto ha sido un avance muy importante que, además, va a darle un vuelco al desarrollo de las vacunas. Hay un antes y un después del COVID. Hay otras vacunas, además de estas, de vectores virales, que utilizan las unidades proteicas, inactivadas... En nuestro país también se están desarrollando vacunas por grupos de investigadores que están en unas condiciones de precariedad terribles.

“La OMS le dio demasiada poca importancia a los aerosoles y exageró el papel de las superficies en la transmisión”

–¿Esta precariedad explica que ninguna sea una realidad aún?

–Hay tres jubilados al frente de los tres equipos más punteros de investigación de vacunas y algunos de los que forman parte de sus equipos no cobran ni 1.000 euros al mes. ¿Puede tenerse a personas en estas condiciones trabajando? La investigación en España tiene capacidad porque tiene una generación muy bien preparada; lo que necesita es inversión por parte de la administración pública, que tiene que potenciar la carrera investigadora, y también privada. Lo que no puede ser es que cuando viene una crisis lo primero que se retire sea el dinero de la investigación. Pero yo aún tengo confianza en que podamos utilizar alguna porque la pandemia no va a terminar cuando la tengamos aquí más o menos controlada, sino cuando lo esté en todo el mundo.

–¿Qué papel tiene el cambio climático en las pandemias?

–Las arbovirosis tienen que ver con aspectos de la globalización y la falta de respeto por el medio ambiente. Muchos artrópodos se han traído de unos lugares a otros. Por ejemplo, el mosquito tigre (Aedes albopictus), que puede ser vector de chikungunya, zika y dengue, ha llegado a Europa a través del tráfico de neumáticos usados desde Asia. En nuestro país se están extendiendo estos mosquitos porque a causa del cambio climático se están dando las condiciones para su desarrollo, e igual sucede con el paludismo, que se había eliminado en amplias zonas de planeta y que está reapareciendo, o con el chikungunya, que antes veíamos en algún trabajador Índico o algún turista y del que en 2007 ya se describieron casos autóctonos en Italia y Francia.

–¿El COVID no será la última pandemia?

–Hay muchos virus que pueden pasar de los animales a las personas. La gripe aviar, que tanto nos preocupó hace unos años, sigue siendo una amenaza. Por eso, hay que poner remedio al cambio climático, que se relaciona con esta amenaza infecciosa, y desarrollar un buen sistema de vigilancia epidemiológica y la investigación básica, fundamentales para detectar y luchar contra estas posibles pandemias.