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Ya no abren ni la mitad de los furanchos: "Tienden a desaparecer”

Juan Coruxeira y su padre en el furancho de Rande. Pablo Hernández

¿Treinta coches aparcados a pie de carretera en un sitio aparentemente cualquiera? Es el indicio de que ahí hay un ‘loureiro’. La señal final es una rama frondosa de laurel solitaria colgada de un poste o una pared. Los furanchos se han convertido en algo fundamental en la tradición vitivinícola, gastronómica y del ocio gallegos (con detractores tan acérrimos como defensores). En esta pandemia, también se han visto afectados. En Redondela, Cangas, Moaña y Bueu estos espacios con licencia se han reducido casi a la mitad respecto a las cifras de 2019.

Lo demuestran los datos sumados de las autorizaciones municipales otorgadas por estos concellos. En 2019, en los cuatro municipios se concedieron 123 licencias. En 2020, la cifra bajó a los 65. En lo que va de actual temporada (datos recabados hasta el viernes pasado) han abierto –con autorización municipal– un total de 64.

Fuentes consultadas de los ayuntamientos, furancheiros y asociaciones creen que se superará la cuantía del año pasado, ya que como medida excepcional, podrán abrir todo julio ya que durante invierno y parte de la primavera no pudieron vender por las limitaciones sanitarias para controlar la embestida del coronavirus.

Los “loureiros” deben cumplir con la normativa del Plan de Hostelería Segura de la Xunta (cumplimiento de distancia entre mesas, uso obligatorio de mascarilla si se levantan, código QR, cumplimiento de aforos) y, a mayores, con el reglamento de furanchos: vender solo vino de la casa, ofrecer cinco tapas y no abrir más allá del periodo permitido, entre otras normas.

Clientes en un furacho en Rande, Redondela. Pablo Hernández

La obligatoriedad de contar con un QR es una de las razones por las que algunos furancheiros siguen cerrados. “Abren menos que antes porque algunos no tenían licencia y tendrían que tener el QR de la Xunta. El que no estaba legal tiene miedo a abrir. Antes, estaban jugando con pólvora. Esto está bien para que todo el mundo se ponga al carro (de la legalidad)”, explica Antonio Joven, presidente de la Asociación de Furanchos de Sanxenxo-O Salnés.

Joven, con 65 años de edad, reconoce que, en su caso, “era para no abrir pero los clientes me rompieron la cabeza. El primer día... fue una invasión. A principios de julio, cierro”, explica este furancheiro de Bordóns (Sanxenxo).

Preguntado por la cantidad de furanchos legales que este año abren en su comarca, este hombre explica que es difícil dar una cifra: en algunos concellos hay muy pocos –dos o tres–, en otros ayuntamientos abundan los sin licencia y, como consecuencia, los hosteleros piden mano dura a los concellos para actuar no solo en Arousa sino también en Mos y Redondela. Como añadido, hay bares que buscan camuflarse con furanchos.

“Ponen el laurel en la puerta y ya dicen que son furanchos, pero no lo son. Son bares y tienen licencia para ello”, avisa Joven. Desde el portal defuranchos.com, donde los usuarios confeccionan un mapa de furanchos gallegos, destaca una nota con humor: “Si el 70% de las sillas no son de distinto color y material NO es furancho, se trata de un bar de diseño camuflado… ¡huid! “, recoge la ya mítica web.

Juan Coruxeira: “No hay relevo generacional”

En Rande, Redondela, a pie de la N-552, un furancho abre cada 17 de mayo fiel a una tradición de hace más de 50 años. El coronavirus, sin embargo, ha alterado su historia: en 2020 y 2021 se retrasó la apertura. Juan Coruxeira, abogado de 39 años, es su furancheiro, de cepa. Antes lo fueron sus abuelos; y su padre, extrabajador de Citroën que atiende en el loureiro y a quien está el nombre la licencia. Toda la familia y parejas, un total de ocho personas, se afanan cada día en atender el lugar. “Hay mucha polémica, pero la mayor diferencia entre un bar y un furancho es que a este último se puede traer comida de fuera, incluso refrescos para los niños. Si no te permiten entrar con comida, no es furancho. Me gusta que traigan comida porque yo quiero vender vino”, en concreto, 3.000 litros, defiende. Añade que “hay locales que ponen de todo como si fueran bares. Eso a mí me hace daño porque hace que la hostelería esté contra nosotros”. Coruxeira reconoce que ir de furanchos está “en auge. Supongo que es porque la gente valora cada vez más comer al aire libre. Es un concepto de moda, pero requiere a gente con tiempo para atender las viñas. Tienden a desaparecer porque no hay relevo generacional en el trabajo del campo o para atender el furancho”.

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