La escritora y periodista Valeria Vegas visita A Coruña en el marco del Festival de Artes Escénicas Corufest, en el que ha tenido que doblar cita: la escritora, autora de ¡Digo! Ni puta ni santa, las memorias de La Veneno y ¡Libérate! mantuvo ayer un encuentro literario con sus lectores en el centro Ágora, que replicará hoy en el mismo lugar a las 20.00 horas.

–Visita la ciudad como invitada al Corufest. Su popularidad ha aumentado drásticamente desde la publicación de la serie Veneno, basada en la biografía que usted escribió. ¿Cómo lo gestiona?

–Lo llevo bien. Esta visibilidad viene desde hace un año, a raíz de la serie, aunque el libro se publicó en 2016. Lo que ha ocurrido es que me he vuelto visible, yo ya publicaba en otros medios, aquí y allá, escribía como freelance que soy. “Veneno” es una serie que no solo está basada en el libro, sino que los Javis decidieron que un personaje estuviese basado en mi historia con ella. Esto te sitúa en un lugar más visible, algo que es muy agradable. Hoy, viniendo para A Coruña, dos chavales me han dado las gracias. Yo también vengo de ese lugar, de agradecer a la gente cosas en las que me han influenciado.

–Con respecto a su personaje en “Veneno”, ¿cómo es ver las vivencias de una misma reflejadas en pantalla?

–A mí se me hizo algo difícil, soy muy pudorosa. Soy una persona sociable, puedo participar en un programa de televisión o hacer radio, pero lo veo más como una labor profesional. Luego me cuesta pedir la hora o preguntar en una tienda, me vuelvo una persona súper tímida, me empequeñezco. Además, no suelo mostrar mi vida en redes sociales. Muy poca gente pone cara a mi pareja con el que llevo 13 años, o no saben que mi pareja tiene un niño, no le ponen cara a mi madre. No suelo compartir eso. Me dio muchísimo pudor luego verlo plasmado, me daba apuro escuchar mi nombre, o ver que alguien hacía de mi madre. Fue muy satisfactorio, por otra parte.

–¿Mereció la pena el resultado?

–Sí, además está hecho desde el respeto y el cariño absolutos. Estoy agradecida por ese tratamiento ya no solo por mí, sino por La Veneno y por todo el colectivo.

–Desde que salió la serie, se le hizo justicia a la figura de Cristina Ortiz, un referente algo polémico hasta el momento.

–Sí, era un referente imperfecto. Los referentes no tienen que ser perfectos, eso es lo que demuestra que son referentes humanos, con sus virtudes y sus defectos. La Veneno arrastraba eso en una época en la que había menos tolerancia, y se la juzgó sin entender de dónde venía. Se decía que era maleducada, ordinaria, polémica, pero venía de la discriminación, lo había mamado. Venía de la calle, de la cárcel, de unos lugares que yo no conozco y no he vivido, pero, seguramente, si hubiera pasado por el mismo recorrido vital que ella, tendría muchas de sus actitudes.

–¿En qué sentido abrió el camino Cristina La Veneno?

–Cuando la sacan de ese parque y la llevan a la televisión, ella, cuando contaba sus vivencias, estaba contando una realidad, que era la realidad de otras muchas ‘venenos’. Estaba hablando de un pueblo que la discriminaba y maltrataba, de la triste situación en su casa, de la violencia a la que la sometía su pareja. Lo contaba con humor, pero estaba narrando cosas, como la prostitución, que muchas veces en los 90 no queríamos escuchar, y que mirábamos con ese morbo del desconocimiento. Ella, sin intención de activismo, puso su granito de arena visibilizándolo y contándolo.

–La televisión no se portó del todo bien, llegando a ridiculizarla. ¿Hoy se la habría tratado de otra manera?

–Totalmente, porque no se la tomaba demasiado en serio. Era una televisión de consumo muy rápido, de encasillar muy fácilmente. Era una televisión que quemaba muy rápido, y ella también fue víctima de eso, a pesar de que ella nunca tuvo una actitud de víctima, mostraba siempre esa autoestima. A veces, no es del todo culpa de la televisión: Pepe Navarro le dio una oportunidad y ella la supo aprovechar, de mejor o de peor manera.

–Usted ha colaborado en televisión. ¿Cree que ha cambiado el trato que se le da a determinadas figuras públicas?

–Sí, ha cambiado. Por ejemplo, la docuserie de Rocío Carrasco. Te puede caer mejor o peor, pero se ve como la propia cadena hace un ejercicio de autocrítica de cómo fácilmente se podía machacar a un personaje y demonizar su imagen. Hay una prensa muy amable en los años 80, cuando las folclóricas abrían su casa y enseñaban a sus hijos, pero en los 90, con la llegada, quizás, de las cadenas privadas y toda esa competencia, todo era al mejor postor, para buscar el peor lado. Hoy se está reparando un poco todo aquello.

–El título de su último libro, “¡Libérate!”, es casi una orden. ¿Es la visibilidad o el liberarse un acto de supervivencia para el colectivo LGTBI?

–Sí, totalmente. Creo que liberarse nos viene bien a todo el mundo. Al colectivo LGTBI, a las personas que se diferencian por su raza o religión, o a las personas de la tercera edad, que se liberen de complejos y vergüenzas. En el caso del colectivo LGTBI tiene un doble sentido, porque venimos de una opresión. Si tiramos de historia, tenemos unas leyes que venían de la República y que se formalizaron en la dictadura, que nos perseguían a las personas LGTBI, aunque la T ni existía: la Ley de Peligrosidad Social, que luego se transforma en la Ley de Escándalo Público. En este país, hemos pasado de tener unas leyes que persiguen a un colectivo, a que haya unas leyes que nos protegen.

–El colectivo LGTBI tiene mucha historia, ¿hacía falta que alguien la escribiese, por fin?

–Sí, y no lo digo por mérito mío: muchas veces reivindicamos lo que nos viene de fuera, las películas, las canciones, los referentes...y hemos tenido aquí a nuestros artistas, transformistas, vedettes, drag queens. Tendríamos que ser un poco más reivindicativas de lo nuestro. ¿Por qué va a ser mejor la drag queen que imita a Madonna, que el transformista que imita a Lola Flores?

–¿Hubo en España un Stonewall, o aquí se avanzó más despacio?

–Creo que lo más parecido fue lo que ocurrió en Errentería, cuando un policía disparó a un transformista que se llamaba Francis en el año 1976. Al día siguiente hubo luto, huelgas y manifestaciones. No hemos tenido un Stonewall propiamente dicho, pero hemos bebido de él para crear el Orgullo. Yo diría que es hasta algo triste, porque la gente más joven no es consciente de por qué el Orgullo se celebra el 28 de junio, que fue cuando aquella mujer trans negra lanzó una pedrada a la policía tras muchos abusos.

–¿Cree que se ha borrado la memoria de las mujeres trans dentro del colectivo, siendo ellas las que iniciaron la revolución que luego se conoció como Orgullo Gay?

–Exacto, se borró tanto que se le llamó orgullo gay, ¿y dónde están las mujeres, las lesbianas, las personas trans? Hubo un tiempo en el que la fiesta borró la parte reivindicativa, cuando pueden convivir las dos perfectamente.

–¿Cuáles son los hitos de la historia del colectivo en España?

Se me ocurren películas como “La ley del deseo”, de Almodóvar, la primera película en la que los protagonistas son dos personas homosexuales que mantienen sexo abiertamente. Ya había películas con personajes gay, pero nunca les veíamos tener una vida sexual, el cine español se acostumbró a un sexo heterosexual. Aquella película despertó una polémica absurda, como todo lo que abre camino. Luego está Paco España, que dignificó la actividad del transformista y reivindicó que eran artistas y merecían respeto.

–Usted misma se ha convertido en un referente. ¿Qué le parecen los referentes LGTB actuales?

–Está muy bien, porque son diversos y plurales. Cada vez hay más referentes y más medios. Te puede llegar ese referente a través de una serie, hay veces que ni siquiera existen, que son personajes de ficción. Son muy necesarios, porque cuando eres diferente a lo normativo, necesitas que un espejo te diga que no eres malo, en la televisión, en las series, en la vida real. Para mí, lo de ser un referente me acarrea cierta responsabilidad que a veces me cuesta asumir.