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Marta Quelle | Enfermera que participa en la obra “Relatos de pandemia”

“Cuando todo esto mejore, o se acabe, nos tocará que nos cuiden a nosotros”

“Estuve cuatro meses sin ver a mi familia por miedo a coger el virus y contagiarlo”, dice

La enfermera gallega Marta Quelle. | // CEDIDA

“Todos tuvimos miedo, nadie estaba a salvo de tenerlo. Pero entre todos nos ayudamos y nos hicimos más fuertes”. Es una de las frases del emotivo relato de la enfermera coruñesa Marta Quelle, recogido en la obra “Relatos de pandemia”, un recopilatorio, editado por Sanitas y Bupa Chile, con testimonios de 62 profesionales de enfermería que han estado en la primera línea de la atención a personas con COVID-19 durante la pandemia en hospitales y centros de mayores en España y Chile.

–¿Qué le ha llevado a formar parte de este proyecto?

–Llevo ya 13 años en esta profesión y después de lo que ha pasado guardas un montón de cosas que ahora intentas valorar como buenas. Al final entras en una rutina y te crees que ya sabes hacer todo y con la pandemia te das cuenta de que te tienes que renovar, a idear e imaginar cosas. Acabas aprendiendo mucho y a valorar también el trabajo en equipo.

–Usted trabaja en una residencia, un sector especialmente afectado por el virus...

–Tuvimos la suerte, también fruto del trabajo duro, de ser una de las residencias que no tuvo ningún residente con COVID y, en ese aspecto, hemos tenido mucha suerte, pero el trabajo es muy duro.

–El miedo era entendible entonces, ¿y ahora?

–También. Pero ya no tanto porque vas conociendo más el virus, porque ya estamos todos vacunados y, al final, eso te alivia, porque también tenías miedo de ser asintomática y contagiar a los residentes, que son frágiles. Ahora sigues teniendo miedo porque sí que es verdad que a nivel institucional hay una red mejor que al principio, pero siguen sin tenernos mucho en cuenta y se toman a veces decisiones que puede que sean acertadas pero que nosotros igual desde dentro no las vivimos así.

–El foco se puso mucho sobre las residencias.

–Era como que estaban endemoniadas. Parece, y sigue pareciendo, que si tienes a un familiar en una residencia que se va a morir de COVID, y el esfuerzo que hacemos todos los trabajadores y todo nuestro trabajo parece que no estaba bien visto y la verdad es que sufrimos mucho en ese aspecto también.

–¿Dónde cree que está la clave para que no se contagiara nadie en su centro?

–En nuestra empresa se adelantaron un poco a la situación y ya habíamos cerrado tres semanas antes de que se empezaran a cerrar todas y esa anticipación creo que fue lo que nos ayudó. Luego, tener unas medidas muy estrictas y empezamos a usar las mascarillas FFP2 desde el inicio.

–Hubo muchas cosas que tuvieron que ir aprendiendo sobre la marcha.

–Sí. Tuvimos que documentarnos y estudiar mucho. Había poca información, pero entre la suerte y el trabajo, porque está claro que la suerte no te lo da todo, conseguimos estar como estamos ahora.

–¿Cuál es el recuerdo más duro?

–Yo creo que la parte más dura fue, durante el confinamiento, cuando los teníamos en sus habitaciones y no podían salir para nada, ni en grupos burbuja. Cada uno en su habitación y no podían salir de ahí. Yo creo que fue lo más duro porque tienen un deterioro físico y cognitivo y al no poder moverse ni estimularse con el resto de la gente fue lo más duro. Además, había gente que necesitaba mucho cariño y a veces te pedían un abrazo y no podías dárselo. Sí que es verdad que, viéndolo desde el punto de vista sanitario, te convencías de que no darle un abrazo era evitar que se enfermase era lo mejor y por eso a veces surgían sentimientos contradictorios.

–Y entre los residentes, ¿también notó ese miedo?

–Más que miedo, tristeza. Han estado muy solos.

–¿Trabajan ahora ya con más confianza, con más tranquilidad?

–Un poco sí porque hay cosas que antes parecían más complicadas que ahora ya son parte del día a día y ya resultan más fáciles, pero sí que es verdad que sigo trabajando con miedo, pese a estar ya vacunados. Sigues con miedo porque de la gente que viene a visitarlos, o cuando salen fuera, no todo el mundo está vacunado y tienes ese temor de que en cualquier momento salte la alarma. Se reducen las probabilidades de muerte, pero siguen siendo personas muy frágiles.

–¿Temió también por su propia familia o su entorno?

–Yo estuve mucho tiempo aislada de mi familia. Estuve unos cuatro meses sin verlos porque tenías miedo de coger el virus y contagiarlo; antes no había test como ahora, que nos hacen una prueba cada semana y estamos muy controlados, y estuve mucho tiempo sola, con el teléfono como una vía de comunicación con mi familia y amigos. Pasas por muchas etapas.

–En ese momento, ¿es especialmente dura esa soledad?

–Lo es. Ahora también, un año y pico después, ya va pesando y empiezas a notar también síntomas de todo lo que has pasado y has vivido. Al principio, como era todo una locura, tenías que ir a trabajar, asumir cambios, doblar turnos, pero no te parabas a pensar; ahora creo que ya va haciendo mella, estás más cansada.

–En su relato lo dice: “va a llegar el momento en que todo esté controlado y ahí posiblemente todos o una mayoría vamos a tener un bajón y ese será el próximo problema a resolver y superar”.

–Sufres altibajos. Es verdad también que ahora se está haciendo todo muy largo, porque pensábamos que esto sería más corto y no vemos el fin, pero yo creo que si esto se acaba, o mejora la situación en algo, ahí será cuando vamos a caer. Esto es muy cansado, es mucho estrés, mucha responsabilidad, tanto con tus pacientes como con tus compañeros.

–¿Han sentido reconocida su labor?

–Yo creo que sí, que nos lo reconocen. Pero es lo que dice el libro, no somos héroes. Yo soy enfermera y este es mi trabajo, pero sí que es verdad que hay y hubo momentos y personas que no ha respetado nuestro trabajo. Vas viendo las olas y ves a la gente que hace cosas que no debe... Y sé que todo el mundo está muy cansado, pero nosotros estamos mucho más cansados y seguimos luchando. Mi trabajo es cuidar a la gente, pero no jugarme la vida. Ver que cada vez sabemos más cosas y que la gente no sigue ni las tres normas básicas de llevar mascarilla, la distancia y lavarse las manos es como una falta de consideración.

–¿De ahí la necesidad de este libro, para poner en valor su trabajo?

–Yo hablo de mi trabajo, pero detrás de cada trabajo hay una persona. Parece como que sabemos sobrellevar ciertos sentimientos pero nosotros también lloramos cuando se nos muere un paciente y lo pasas mal y es muy duro. El momento más complicado será cuando nos relajemos y echemos la mirada hacia atrás, porque al final todo esto lo tienes que digerir y ahora no lo estás haciendo, no te da tiempo. Supongo que en ese momento nos tocará que nos cuiden un poco a nosotros.

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