Si no fuera porque el juego de palabras es demasiado fácil, hoy que es el Día de la Tierra, se podría decir que la conciencia para proteger el medio ambiente en el siglo XXI es el fruto surgido de una semilla plantada hace dos siglos. El nombre de Ernest Haeckel no le suena a nadie, pero fue este zoólogo alemán quien, en 1869, creó un término para sintetizar con una sola palabra sus teorías sobre el equilibrio de la sociedad en armonía con la naturaleza. Se le ocurrió unir los vocablos griegos oikos (casa, hogar donde se habita) y logia (estudio) y acuñó el neologismo germánico ökologie, que poco a poco se fue incorporando al resto de lenguas.

Retrato de Ernst Haeckel, 
padre del término “ecología”.

Retrato de Ernst Haeckel, padre del término “ecología”. Xavier Carmaniu Mainadé

La ökologie de Haeckel era un concepto amplio, que le servía para explicar la adaptación de la especie humana en el entorno social. Inspirándose en las teorías de Darwin –fue uno de sus principales valedores en Alemania– sostenía que la selección natural escogía a los más fuertes y capaces para sobrevivir.

Su visión, pues, no se limitaba al ámbito de lo que ahora se llama medio ambiente sino que intentaba hacer una aproximación total. Aunque murió en 1919, algunas de sus reflexiones, como que “la política es biología aplicada”, influyeron en la construcción del ideario nazi, que en los años treinta adaptó el pensamiento de Haeckel a sus intereses. Paradójicamente, Hitler se mostró sensible con los temas relacionados con la naturaleza y la protección de los animales, hasta el punto de que la ley castigaba su maltrato. Todo ello hace aún más aberrante, si esto es posible, sus políticas genocidas contra judíos, gitanos, testigos de Jehová, homosexuales, disidentes políticos...

Mientras tanto, en Francia, históricamente la aproximación a la naturaleza fue muy diferente. Basta pasearse por los jardines de Versalles. En el siglo XVIII durante la Ilustración, la relación con el entorno se hacía a través de la razón y el orden, porque se consideraba que el ser humano estaba por encima de todo. Una de las máximas expresiones de este planteamiento era la arquitectura paisajística, donde el individuo modelaba la naturaleza según sus gustos, intereses y criterios. En los jardines reales nada crecía al azar ni de forma descontrolada.

El utilitarismo de la naturaleza aún fue más allá con la eclosión del socialismo y el comunismo. Según su punto de vista, tenía que estar al servicio de la producción de bienes para el pueblo. Lo industrial prevalecía por encima de lo natural. Incluso la agricultura solo era valorada si se mecanizaba y se tecnificaba, como si el campo fuera una fábrica más, al igual que unos astilleros o unos altos hornos.

Lo cierto es que el capitalismo tampoco se preocupó demasiado por lo que pasaba en el medio ambiente y, poco después de la Segunda Guerra Mundial, se empezaron a sufrir las consecuencias. En Londres, en 1952, se creó una comisión para analizar el hecho de que la polución (la famosa niebla) provocara 4.000 muertos. El año siguiente la alarma saltó en Japón, donde los vertidos de metilmercurio en el mar provocaron graves problemas de salud a los pescadores. Y en 1956, en Los Ángeles, la mortalidad de personas mayores de 65 años se disparó de los 70 a los 317 casos diarios por culpa de la contaminación.

Todo aquello aún no fue suficiente y fueron necesarios hechos aún más contundentes como el derrame de 300.000 toneladas de petróleo en el Canal de la Mancha en 1967 por el accidente de un buque mercante o las 15 toneladas de peces muertos en el río Ródano en 1972 a causa del vertido de residuos tóxicos.

Este tipo de noticias empezaron a despertar la conciencia de la sociedad. El 22 de abril de 1970 se celebró la primera edición del Día de la Tierra en Estados Unidos por iniciativa del senador Gaylord Nelson. El año siguiente se fundó Greenpeace y la Unesco creó el programa Hombre y biosfera. En 1972 Estocolmo acogió la primera cumbre dedicada al medio ambiente. Ha pasado casi medio siglo y la situación se agrava cada día que pasa. La diferencia es que nunca había habido tanta gente convencida de que nuestra supervivencia depende de ello y no es necesario que nos lo vengan a contar ni Darwin ni Haeckel.

Por una mala traducción

Si hoy se utiliza el término “medio ambiente” es porque en la cumbre de Estocolmo se preparó un glosario de términos traducidos al español. A la hora de poner el equivalente a “environment”, quien pasaba el texto a máquina se olvidó la coma entre medio y ambiente. En realidad el término es reiterativo porque las dos palabras significan lo mismo.