«No podemos evitar un sentimiento de culpabilidad por no haber estado con él, por no acompañarlo ni despedirlo. Sabemos que no era posible, pero la sensación que se te queda en el cuerpo es muy rara». Ahora, día sí, día no, acuden al cementerio a visitar su tumba, a la que siempre llevan flores. «Nos reconforta estar un rato aquí».

El testimonio es de Manuela Felipe Vaquero, 44 años, vecina de Cáceres, y de su madre Máxima Vaquero Patrón, de 73. Ambas hablan frente al nicho de quien fue padre y marido.

La familia sufrió la cara más dura del virus: se llevó por delante a uno de los suyos de la manera más fría. Luis Felipe Ramos falleció por covid a los 74 años en el hospital San Pedro de Alcántara. Ocurrió el 27 de marzo de 2020, en la semana con mayor pico de ingresos de la primera ola. Tenía tres hijas, nueve nietos y un biznieto. «Ahora viene otro de camino», dice Máxima, su viuda.

Cuando EL PERIÓDICO EXTREMADURA homenajeó a las vidas apagadas de la pandemia tras la primera ola, Luis Felipe fue uno de los protagonistas. Casi un año después, ellas recuerdan aquellos momentos y todavía les cuesta creer que sea verdad.

Justo hoy se cumple un año de la primera muerte por covid en Extremadura, una vecina de Arroyo de la Luz de 59 años. Las familias de aquellas primeras víctimas no tuvieron derecho a duelo, a decir adiós. Y la herida perdura.

Un ejemplo más

La historia de Manuela y Máxima es solo un ejemplo más de lo que tocó vivir. El relato de lo ocurrido lo detalla Manuela, la más pequeña de las hijas: "Él estaba constipado y llamé el médico, que le mandó unas pastillas. Eso fue un lunes. El miércoles empezó a estar un poco asfixiado, pero en ningún momento pensamos que podía ser coronavirus porque él tenía problemas en los bronquios y le pasaba a veces. Ese día llamamos a la médica, que se acercó a casa y nos dijo que tenía que ir al hospital. Una ambulancia se lo llevó y no lo volvimos a ver".

"Al día siguiente de su ingreso -prosigue Manuela- nos llamaron para que le lleváramos la insulina porque mi padre era diabético. También les dimos un teléfono móvil para poder contactar con él. Eso fue el jueves, ese día ya nos habían confirmado que tenía covid. Mi madre estuvo hablando un rato con él". El protocolo sanitario no permitía ningún tipo de visitas.

"Y el viernes a las cinco de la tarde -interviene Máxima- también hablamos, y nos pidió que le lleváramos las cosas para poder afeitarse. Al despedirnos le dije que lo llamaba a las nueve de la noche, pero ya no me lo cogió".

A medianoche llamaron del hospital para comunicar el fallecimiento. "Y en ese momento es que no reaccionas. Ni siquiera pregunté como había sido ni cuánto tiempo estuvo mal", expresa Manuela. "Te queda la duda de si se lo encontraron muerto, de si le pusieron respirador, porque antes no había para todos..., si lo sedaron un poquito...", añade. "Yo pienso que se quedó dormido", dice su viuda.

Desde el hospital les indicaron que debían ponerse en contacto con la funeraria. "No nos dieron sus pertenencias, todo daba miedo y no querían tocarlo. Tampoco elegimos la caja, no pudimos entrar en el cementerio. Tuvimos que quedarnos fuera, detrás de la verja, viendo cómo salía el ataúd", rememora su hija. "No quisieron enseñárnoslo", se lamenta Máxima.

Las fuertes medidas de seguridad se imponían a todo lo demás en aquel momento.

"Hasta dos meses después no supimos cuál era su nicho. Cuando abrieron los cementerios (fue a finales de mayo) mi hermana estuvo dos horas buscándolo. Nos habían dado un número pero se había borrado y no lo encontraba. Al final, por las referencias de las demás lápidas, dio con él. Aunque bueno, siempre te queda la duda de si es tu padre el que está ahí dentro", reflexiona Manuela.

En el cementerio Nuestra Señora de la Montaña de Cáceres, los fallecidos por covid se enterraron en los patios 1 y 2.

"Fue muy duro no poder despedirnos, no poder estar con él. Es que mi madre nunca lo dejaba solo". "Llevaba con él desde los 14 años", apunta Máxima.

Al principio recibieron atención psicológica, un servicio que puso en marcha la Consejería de Sanidad y Servicios Sociales para ayudar a las familias. "La psicóloga me decía que eso que nos había pasado de que mi padre estaba bien y al rato muerto también les había ocurrido a otros".

"La enfermera (una terapeuta ocupacional que la atiende ahora por pérdidas de memoria) me dice que me quite el luto. Pero yo no lo haré hasta que me sienta preparada, y creo que eso va a ser nunca", dice Máxima.

Una foto de cumpleaños

Luis Felipe Ramos había sido capataz en obras públicas. "Cuando salió el homenaje en el periódico mucha gente se enteró de su muerte", afirma su hija.

Poco antes de marcharse había cumplido los 74 años. Ese día se hicieron una foto familiar en casa, es esa instantánea con la que acuden al cementerio para participar en este reportaje.

También portan una imagen de Manuel Jesús Felipe Ramos, hermano de Luis, de 60 años y con síndrome de Down. Murió igualmente por covid. «Vivía en Martorell, cerca de Barcelona, donde residía otra hermana. Seguimos esperando para poder traérnoslo porque yo quiero que esté aquí con sus padres», manifiesta Máxima.

¿Cuarta ola?

Con el vacío que arrastran, cuando se les pregunta por cómo de concienciada está la ciudadanía, responden casi al unísono que son peores los mayores que los jóvenes. Manuela, que tiene un bar en La Madrila, se lamenta también del castigo que sufre la hostelería, pero reconoce que hay muchos clientes que no cumplen. "Es que llegan a la mesa y se quitan la mascarilla. Menos mal que la policía ya está multando a los que lo hacen".

Madre e hija confían en que la peor parte de la pandemia ya ha pasado, pero hablan del temor a una cuarta ola si no se toman medidas preventivas.

Ellas, mejor que nadie, saben cuáles son las consecuencias.

Extremadura: un año después, 1.700 muertos

El 11 de marzo de 2020 saltó la alarma roja en Extremadura, aunque todavía en ese momento no hubiera conciencia plena de lo que estaba por venir. Ese día la región vivió su primera muerte por covid: Claudia, una vecina de la localidad cacereña de Arroyo de la Luz de 59 años. Su edad asustó por tratarse de una persona más joven que el perfil habitual hasta ese momento de las víctimas de coronavirus, pero el hecho de que padeciera una patología cardiaca previa tranquilizó de alguna manera; se confirmaba que el virus atacaba con cierto criterio y se podrían crear mecanismos de control y protección (después los cánones se fueron rompiendo).

Esa jornada del 11 de marzo se marcó a fuego en el calendario; a partir de entonces todo fue a peor. Después de aquello vino el cierre de colegios, el Estado de Alarma, el confinamiento... y se multiplicaron los contagios (no todos fueron detectados) y las muertes. Un año después, la cifra de pérdidas humanas llega a las 1.713 en Extremadura.

Un viaje de ocio

Claudia se contagió en un viaje de ocio a Sevilla; una excursión programada para ver el Circo del Sol.

El conductor de la ambulancia que la trasladó desde su localidad hasta el hospital San Pedro de Alcántara de Cáceres así como toda la familia de la víctima tuvieron que permanecer en cuarentena.

El miedo y la incertidumbre empezaron a gobernar la vida. También el dolor. El de Claudia fue el primer entierro a puerta cerrada. Sin besos, sin abrazos, sin el calor de familiares, amigos y vecinos. Era solo el principio.

Tres olas

La primera ola se cebó en Extremadura con las residencias de mayores, sobre todo en la provincia de Cáceres. Si en esos primeros meses de pandemia se contabilizaron 516 fallecimientos por covid, casi todos (el 90%) fueron en estos centros; algunos tuvieron que ser intervenidos por el SES.

En la segunda ola se notificaron 525 muertos. Y la tercera sacudida lleva acumulados ya 672. Además, enero de este 2021 fue el mes con más mortalidad de toda la pandemia y donde se llegó al máximo de fallecidos diarios (31).

Ayer no hubo que lamentar ningún deceso, pero el goteo ha sido constante con más o menos intensidad.