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Zapata: “Pavarotti me aconsejó ser paciente y aprender a sobrellevar la soledad”

José Manuel Zapata (d.) y Daniel Diz, ayer en el Club Faro. | // RICARDO GROBAS

“Para mí Pavarotti es lo más grande junto con María Callas, soy pavarottiano hasta la muerte”, dijo ayer en el Club FARO el tenor José Manuel Zapata, que en animada charla con Daniel Diz, director artístico de la Asociación Amigos de la Ópera de Vigo, desgranó anécdotas de su vida artística y aspectos de su pasión por la música. “Pavarotti me aconsejó ser muy paciente y aprender a sobrellevar la soledad”, contó el cantante conocido como Zapata Tenor, que ha aparcado la faceta lírica para volcarse en la divulgación.

Zapata Tenor es autor de “Música para la vida”, un ameno relato autobiográfico que rompe clichés sobre la música clásica. “La palabra que lo define es esperanza”, dijo Diz sobre este libro, con prólogo del presentador Roberto Leal y elogios en la faja del pianista James Rhodes. “La música, la humanidad, la bondad y el amor son las cosas que nos mantienen realmente vivos. Este libro está lleno hasta el borde de todo esto y más”, escribe el pianista británico recientemente nacionalizado español.

Zapata protagonizó, en palabras de Daniel Diz, una “carrera meteórica” que comenzó en 2002 en Pamplona y culminó en 2008 en el Metropolitan Opera House de Nueva York, pasando por el Teatro Real de Madrid, Viena y Berlín, entre otros escenarios del máximo prestigio. Hasta negó tres veces a la Scala de Milán. Pero además de cantar ópera, Zapata creó espectáculos destinados a acercar la música clásica al gran público, como “From Bach to Radiohead” y el “Concierto para Zapata y orquesta”. Además, colabora con el programa de Pepa Fernández en Radio Nacional de España y ofrece conferencias para empresas.

“Mi propósito, que durante un tiempo fue interpretar ópera, sobre todo rossiniana, es que un mayor número de gente pueda sentir lo que yo siento con esa música a la que he dedicado mi vida –explicó Zapata sobre esa faceta divulgativa, vertebrada por los espectáculos y las secciones en radio–. Le pillé el gustico a contar cosas y veía el efecto que produce en la gente. Me enamoré de eso”, confesó. Ese paso de tenor a divulgador “se explica por algo tan prosaico y egoísta como buscar la felicidad”, dijo.

El tenor andaluz quiere que la gente que piensa que la música clásica es para eruditos viva la emoción que sintió escuchando a Händel. Y es que el “Aleluya” del compositor alemán, en el ensayo de un coro, fue su primera epifanía con la música clásica. Después vio el histórico vídeo de los Tres Tenores en las termas de Caracalla, en Roma, y encontró su vocación. “Vi cantar a Pavarotti y ya me sobraban los otros dos. ¡Yo quería ser el gordito del pañuelo!”, recordó.

Eso fue a los 20 años, pero con 3 ya cantaba por el patio y las vecinas le tiraban dulces. Su repertorio era ya, digamos, maduro: “Me decían: ‘Niño, qué bonico eres, pero parece que te has tragado un viejo’. Mi repertorio era de cortarse las venas. Yo supero la tristeza con canciones tristes”, aseguró.

Esa tristeza le llegó tras triunfar en el Met neoyorquino, la meca mundial de la ópera, ante más de 4.000 espectadores, y verse solo. “No tenía familia ni amigos para celebrarlo”, recordó. Habló de episodios de miedo escénico: “Quieres ser perfecto para un público que ha escuchado a Pavarotti 17 veces en su casa, te cargas de una responsabilidad absurda”. Y también de la sensación de “oír el silencio” del patio de butacas cuando la interpretación cala en el público. “Cuando acaba y sabes que lo has hecho bien te sientes el tío más poderoso del mundo, ríete tú de los presidentes del Gobierno”, contó.

Explicó lo que él llama “psicomoco”, una viscosidad que obstaculiza la voz en momentos de nervios. “Cuando mejor cantas es a las 2 de la madrugada con un cubata”, aseguró.

Entre otras anécdotas, contó que interpretó 53 veces en Basilea “El barbero de Sevilla” vestido de abejorro, y además cantando el tema de “La abeja Maya” en español; de la música que sonaba en su casa de niño –Lucho Gatica, Los Panchos y Gardel, nada de clásica– y de sus favoritos al margen de lo operístico, entre los que se encuentran Miguel Poveda, la italiana Mina y Tony Bennett. “Cada música tiene su instante. Yo no me levanto escuchando a Bach ni quiero que pongan a Beethoven en la discoteca. No solo de Beethoven y ‘Nessun dorma’ vive el hombre”, sentenció.

Metropolitan Opera House de Nueva York

Tres artistas han contribuido en los últimos años a acercar la música clásica al gran público español. Uno es el pianista James Rhodes, otro el violinista Ara Malikian y el tercero, José Manuel Zapata (Granada, 1973), que trata de revertir la “migración” que ha provocado la, dice, “horriblemente llamada música culta”. De padre taxista y madre ama de casa que luego regentaron un restaurante, a los 7 años empezó a tocar la guitarra y a cantar. Dejó de estudiar guitarra como carrera porque odiaba el solfeo, y su primer acercamiento a la música clásica fue una cinta de Luis Cobos. Animado a cantar por su abuela Concha cuando aún tenía el chupete entre los dientes, e influido de niño por Perales, del que se sabía –y se sabe– todas las canciones, Zapata se convenció de que quería ser cantante al ver el vídeo de los “Tres Tenores” –Carreras, Domingo y Pavarotti, su gran ídolo– y llegó a ser el primer tenor español en debutar en el Metropolitan de Nueva York tras 32 años de sequía. Su voz suena en el “Nessun dorma” de la escena de “Mar adentro” en la que Javier Bardem, como Ramón Sampedro, vuela con su imaginación sobre la costa gallega. Y su primer disco, “Tango mano a mano”, fue una fusión de tango, flamenco y ópera, grabado con la colaboración de José Mercé, Pasión Vega y Miguel Poveda, entre otros. “No hace falta ser un erudito pijo para abrazar con fe verdadera a Chopin, Mahler o Rossini, porque yo soy la prueba hecha carne de ello”, sostiene.

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