Poco después, estallaría la pandemia y las consultas por un dolor que, en vez de disminuir, aumentaba con el paso del tiempo, fueron siempre por teléfono. “Cada vez que llamaba mi padre, porque el dolor era cada vez más fuerte, la médica le decía que no se preocupara, que no era nada, y le mandaba más calmantes. Después de mucho insistir, a finales de junio, accedieron a hacerle una radiografía y como no salió nada, le dieron más calmantes, pero no se le hizo ninguna prueba más”, explica su hija Laura, que en esos momentos se encontraba en Ibiza, donde vivía desde hacía siete años, con su marido y su hijo.
"No tiene sentido que en el siglo XXI una persona se muera retorciéndose de dolor. El COVID le ha privado de calidad de vida en sus últimos meses de vida; ni siquiera tuvo acceso a unos cuidados paliativos”
Laura Sánchez - Hija del fallecido
Laura Sánchez en Vigo Marta G. Brea
Cuando Laura llegó a Mos en julio para pasar quince días con su familia y celebrar el cumpleaños de su padre –el 30 de julio cumplía 68–, le encontró muy desmejorado. Había perdido muchísimo peso, apenas se aguantaba en pie y tampoco soportaba estar mucho tiempo sentado por el dolor. Sin embargo, la médica seguía insistiendo en el diagnóstico de lumbalgia. “Hasta que una madrugada, a las seis, me despertaron sus gemidos de dolor. Esa noche lo trasladaron al hospital, le hicieron la PCR para descartar que fuera COVID, lo remitieron a traumatología y lo enviaron a casa a la espera de que lo viera el traumatólogo”, recuerda.
La cita con traumatología fue rápida, aunque no la fecha que le dieron para la resonancia preferente que solicitó el especialista, para la que había una lista de espera de un año. A partir de ese momento, el estado de salud Carlos empeoró a gran velocidad, con repetidas visitas a urgencias, hasta que una médica solicitó más pruebas al ver que el dolor le alcanzaba ya la ingle. El TAC puso nombre y apellidos a la causa del dolor: un adenocarcinoma pulmonar invasivo en fase 4 con metástasis en los huesos. “Mi padre ya no volvió a salir del hospital. En tres semanas falleció”, relata.
“Si mi padre hubiese presentado síntomas de COVID todo habría sido distinto"
“Si mi padre hubiese presentado síntomas de COVID todo habría sido distinto. "Y no hablo desde el dolor. Al principio de la pandemia, mi madrina tuvo fiebre alta y al sospechar que era COVID fue trasladada al hospital y gracias a eso le diagnosticaron cáncer, el mismo que tenía mi padre. Pero a ella se lo detectaron en fase 3, se lo trataron y hoy sigue teniendo cáncer, pero lleva una vida normal. Si mi padre tenía que morir de cáncer, se habría muerto igual, pero de otra manera. No tiene sentido que en el siglo XXI una persona se muera retorciéndose de dolor. El COVID le ha privado de calidad de vida en sus últimos meses de vida; ni siquiera tuvo acceso a unos cuidados paliativos”, se lamenta.
Laura afirma que la situación fue insoportable también para su madre y que si pudo enfrentarse a ella fue gracias al apoyo de la psicóloga de la AECC de Vigo, que estuvo con ella desde un principio mientras ella preparaba su regreso a Galicia, donde llegó una semana antes del deceso de su padre. “Ayudó a mi madre a tomar muchas decisiones difíciles, a afrontar el miedo y la incertidumbre y aún hoy nos está ayudando, porque las secuelas que deja una situación así son grandes. Te queda una sensación de rabia y de impotencia enormes”, explica.
Esto no quiere decir que no comprenda que el mundo se enfrenta a una situación de emergencia excepcional. “Yo entiendo la gravedad de la situación, pero hay otras enfermedades que también están matando a gente, aunque parece que estas muertes no son tan importantes. Hay muchas familias a las que les ha sucedido lo mismo, que han visto morir a su padre, a su madre, a su hermano... en dos o tres semanas porque cuando les diagnosticaron el cáncer ya era demasiado tarde. No se puede priorizar unos enfermos por encima del resto”, comenta.
Para Laura tampoco fue fácil seguir la enfermedad de su padre desde la distancia. Ya regresó a su casa en Ibiza preocupada tras las vacaciones y por eso, cuando su madre le comunicó los resultados del TAC, no lo dudó un momento y pidió a su empresa el traslado a Galicia. En cuanto se la concedieron, hizo las maletas y cogió un avión. Quería estar con sus padres en todo el proceso, aunque, finalmente, la enfermedad no dio a su padre una oportunidad.
Laura lleva viviendo desde finales de agosto en Mos, donde viajó con su hijo, de tres años y medio. Su marido continúa en Ibiza, aunque la previsión es que la familia pueda reencontrarse en los próximos meses aquí, en Galicia.
El cáncer, la otra gran pandemia silenciosa
El COVID está teniendo un fuerte impacto en los enfermos de cáncer, la otra gran pandemia silenciosa. La Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) calcula que unas 55.000 personas con esta patología han empezado tarde su tratamiento, por el diagnóstico tardío ocasionado por la paralización de los cribados y la imposibilidad de muchos de ser atendidos en los centros de salud, o no lo han comenzado. Esta demora tendrá una consecuencia directa: un incremento de las muertes por cáncer en 2021 y en los siguientes años.
Esta situación se puede trasladar a personas con problemas cardiovasculares, respiratorios y enfermedades mentales, lo que da una idea de la dimensión del drama. La semana pasada, el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud (CISNS), formado por el Ministerio de Sanidad y las comunidades autónomas, aprobaron la actualización de la Estrategia en Cáncer y realizar un estudio para analizar el impacto de la pandemia en la atención sobre cáncer.