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El viaje iniciático más difícil de los adolescentes

Dos adolescentes, conversando. | // FDV

“Ir a la playa con mis amigos, estar simplemente sentados y hablar, disfrutar de la libertad de ver el mar, sin tener que preocuparme por nada, ni por la mascarilla ni por las distancias”. Esto es lo que le gustaría hacer a Viviana Pérez Rodríguez. A sus 17 años, esta estudiante de 2º de Bachillerato ha visto reducida su vida prácticamente a las cuatro paredes del instituto y a las de su casa. Sin abrazos, sin quedadas, con relaciones sociales limitadas a la burbuja de clase, siempre con la mascarilla puesta y a esos dos metros de distancia invisibles que tanta huella, sin embargo, están dejando en los adolescentes, a quienes la pandemia ha sorprendido en la etapa de descubrimiento de la propia identidad (identidad psicológica, identidad sexual...), de la autonomía individual y del desarrollo de la capacidad afectiva para sentir y desarrollar emociones vinculadas con el amor.

“Me gustaría ir a la playa con mis amigos, simplemente para sentarnos y hablar, sin preocuparme ni por la mascarilla ni por la distancia social”

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Al amplio glosario de términos que acompaña al coronavirus, se suma un nuevo término, pandemial, empleado por sociólogos y antropólogos para designar a la población marcada por los cambios introducidos por el COVID-19. Y, aunque aún no está muy claro quiénes van a ser los que más se identifiquen con esta etiqueta transgeneracional, si los nacidos en esta época, los niños que se están creciendo en la distancia social y el uso de mascarillas o los adultos jóvenes, muchos expertos apuntan ya a estos últimos como el colectivo más marcado por esta crisis.

“Las secuelas de esta situación ya las estamos viendo, Un estudio de Javier Urra ya indica que antes del COVID-19, el 70% de las psicopatías aparecían entes de los 18 años. Ahora, los niños y los adolescentes están siendo afectados en su maduración emocional y están madurando más tarde y peor”, afirma María Ferreiro, psicóloga y psicopedagoga, directora del Instituto de Tratamiento de la Conducta de Vigo.

Sin duda la pandemia es un viaje iniciático muy duro para un adolescente, que está dejando profundas huellas en todas las facetas de su vida. Falta de concentración, nerviosismo, apatía, síntomas de ansiedad y miedos son algunos de los estados que se ven en los adolescentes tras un año de pandemia. Priscila Retamozo Ramos imparte talleres de igualdad a estudiantes de 1º a 4º de la ESO y este curso se ha encontrado con una audiencia más apagada. “Los encuentro muy apáticos y muy tristes”, afirma esta graduada en Ciencias Políticas y de la Administración. y máster en Igualdad de Género. En sus talleres se ha encontrado con casos de chavales con síntomas de problemas como depresión y ansiedad, e incluso un caso de agorafobia, lo que revela la dimensión del impacto emocional que el COVID-19 está teniendo en los adolescentes, a quienes, según Retamozo, no se les está prestando la suficiente atención.

“A principio de curso se les pasó un formulario para ver cómo estaban, pero nada más, Nadie les pregunta directamente cómo están viviendo ellos todo esto. No se les ha dado espacios para expresar lo que sienten, nadie les está diciendo que es normal que se encuentren así, no siendo acompañados, a no ser por algún profesor o profesora especialmente sensible”, afirma.

Los adolescentes tuvieron que recluirse en marzo del pasado año en sus casas, sin una fecha de regreso al mundo previamente señalada, y cuando retornaron a las aulas lo hicieron en una nueva realidad con una larga lista de restricciones muy difíciles de cumplir en una etapa de la vida caracterizada por romper las normas. Aun así, la mayoría de los adolescentes las acatan, aunque solo trasciendan los casos contrarios.

“El mensaje que les llega es que si no cumplen las normas serán responsables de lo que les pase a sus abuelos. Habría que ponen el foco en mensajes positivos porque si hay un colectivo que está sacrificando más este es el de los adolescentes. Ahora van a sacrificar el Carnaval, que para muchos supone la primera salida hasta tarde con sus amigos, y sin embargo, lo están asumiendo muy bien. Podrían estar más enfadados”, opina la formadora.

A Viviana Pérez le sienta mal que se tache de irresponsable a todo un colectivo por que un grupo concreto se salte las restricciones. “No todos somos así. No me parece justo que se culpe a un colectivo por lo que hacen unos pocos. Hay personas irresponsables de todas las edades”, opina la joven,

Muchas veces, incumplir las normas es un acto inconsciente, “Para los adolescentes la comunicación no verbal es fundamental, tocarse, mirarse. Por eso, una de las medidas que más les cuesta es mantener las distancias. Los niños de 5º-6º de primaria lo llevan más a rajatabla, pero a los alumnos de 3º o 4º de la ESO tienes que estar recordándolo constantemente. No lo hacen porque sean malos, simplemente se les olvida porque necesitan esa cercanía”, explica Sandra Rivera Baltanás.

Según esta orientadora escolar, la falta de concentración es, tal vez, el problema más común en los alumnos, especialmente al inicio de curso. “Venían de un periodo largo de letargo, por lo que a algunos niños les ha costado volver a retomar las clases”, explica Rivera.

Los resultados académicos también reflejan el impacto del COVID-19 en los adolescentes. “Están más bajos y estamos viendo que les cuesta más concentrarse, En los que son responsables con sus estudios no lo notas porque siguen siéndolo, pero la mayoría de los niños no tan constantes y tenemos que estar pendientes porque han perdido el hábito de estudiar”, afirma Rivera, para quien un nuevo confinamiento “sería nefasto”. “Para muchos, su vía de escape es el colegio, aunque no puedan relacionarse como antes”, opina.

El frío en el aula tampoco ayuda a concentrarse. Durante la semana en la que la borrasca Filomena cubrió España de nieve, Viviana y sus compañeros tuvieron que ir a clase con mantas. Fue, asegura, una semana en la que costaba permanecer quieta y atenta.

También están perdiendo experiencias educativas de las que sí disfrutaron alumnos de cursos anteriores, como las actividades en común, y las salidas y viajes escolares. Para quienes el pasado curso supuso el último de una etapa educativa, se perdieron la graduación y ni siquiera pudieron despedirse de los que hasta entonces fueron sus compañeros de clase.

Los problemas económicos que se viven en muchas familias por la pandemia también les provocan zozobra, más en quienes ya están en la adolescencia tardía (17 a 19 años) que en la media (10-11 a 14) y temprana (15 y 16). “Les provoca desazón. Si antes de la pandemia ya pensaban que para qué estudiar ni no hay trabajo, ahora con la pandemia no se sitúan”, afirma Ferreiro.

Los adolescentes de la pandemia son más digitales si cabe. “Aunque los adultos no lo podamos entender, para quienes han crecido con las redes sociales, las relaciones digitales son tan significativas como las reales, Y en este momento, por una vez, internet ha ayudado mucho porque les han permitido mantener el contacto con sus iguales”, afirma la psicóloga.

Sin la comunicación digital, el aislamiento de sus iguales habría sido total. “Menos mal que existen las redes sociales. Si no, esto sería catastrófico. O haces videollamadas o no le ves la cara a la gente”, afirma Viviana Pérez.

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