La primera mujer que preside la centenaria Sociedad Científica de Paraguay lleva décadas echándole un pulso al chagas, la leishmaniasis, la malaria y el dengue. Su enfoque ecoepidemiológico es conocido entre los científicos de América Latina.

–Su currículum es extensísimo: estudios multidisciplinares, investigaciones de laboratorio, trabajos de campo, cargos en instituciones científicas… ¿De dónde ha sacado el tiempo?

–Y además atender a tres hijos, un marido y una casa. Es cuestión de organización y también tuve mucho apoyo de mi madre y de mi esposo. ¡Mi familia es un equipo! Soy afortunada. Con la pandemia la escuela es ‘online’ y sobre todo las mujeres han dejado sus trabajos para ayudar a los niños en casa.

–¿En Paraguay las escuelas están cerradas?

–Sí, desde marzo. Justo ahora se está discutiendo si se vuelve de forma presencial. Unos piensan que habría que esperar más, porque nuestras escuelas no están bien acondicionadas, pero los psicólogos alertan de problemas de salud mental en los niños.

–¡Y las madres!

–[ríe] Es una discusión intensa, pero es probable que reabran en marzo. Desde el punto de vista de la salud pública creo que provocará un impacto importante, pero de momento no tenemos los servicios de salud colapsados.

–¿Cómo ve el debate europeo entre libertad y seguridad?

–Me sorprende el hecho de contraponer la salud de la población a limitaciones individuales. Son medidas de salud pública y hay que pensar en todos y no en algunos.

–¿Se está pensando en todos al distribuir la vacuna entre países?

–No. La discusión es quiénes se vacunan primero, cuando el mensaje debería ser cómo nos vacunamos todos. Debe cambiarse el orden del discurso, si queremos ganarle la batalla al coronavirus.

–¿Cómo?

–La Organización Panamericana de la Salud estableció la alianza COVAX para recaudar fondos, comprar vacunas y distribuirlas en países de ingresos bajos y medios. Primero se vacunaría al personal de primera línea de servicios y después a mayores de 65 años con morbilidades.

–¿Y no prosperó?

–Se ha acabado dejando de lado. Las vacunas acabarán llegando, pero no es la estrategia principal en el abordaje de la pandemia.

–Las relaciones entre ciencia y política han quedado al desnudo.

–Creo que la ciencia, pesar de las críticas que ha recibido, ha salido airosa. Se le exigía inmediatez, cuando su principio es la incertidumbre y trabajar acumulando evidencias que permitan cambiar algunos paradigmas. Y a pesar de eso ha dado respuestas rápidas. La gran perdedora de esta pandemia ha sido la comunicación.

–¿Por qué?

–No tuvimos ese traductor cultural entre lo que dicen los científicos y lo que llega a la gente, que lee de todo. No hemos sabido llegar a la población para evitar los bulos y la desconfianza, para hacer entender el porqué de ciertas medidas de precaución y de la necesidad de vacunarnos.

–Usted tiene un pie en el laboratorio y otro en la calle.

–Me considero una privilegiada por poder salir al campo y al barro para pelear contra la enfermedad.

–¿Qué ha aprendido de luchar contra el chagas, la leishmaniosis, la malaria y el dengue?

–Que una misma enfermedad puede ser vista desde distintos puntos de vista según el bagaje cultural de la población y que hay que romper muchas barreras ancestrales para llevar salud a la gente.

–Como el COVID-19, estas enfermedades son transmitidas a los humanos por animales.

–En cada una concurren factores distintos, pero emergen por el contacto estrecho entre animales y humanos. Si construimos viviendas muy cerca de la selva y además tenemos un cambio climático, aumentan los vectores que pueden transmitir una enfermedad.

–¿Qué pueden aprender los países ricos de la experiencia de América Latina o África?

–Gracias a los estudios antropológicos, en África se han sustituido ritos funerarios ancestrales que contribuían a la expansión del ébola y el porcentaje de infecciones ha pasado del 60% al 20%. Esto parece una anécdota, pero puede extrapolarse a cualquier otra pandemia urbana.

–¿Qué cambio antropológico deberían hacer los países ricos?

–Una cuestión cultural importante sería volver a mirar el medioambiente desde una perspectiva de equilibrio. El planeta es un ecosistema vivo y es lo único que tenemos.

–Pero siempre ha habido enfermedades.

–La enfermedad ejerce una presión sobre nuestro sistema inmunológico que reacciona fortaleciendo el sistema. Lo que se produce es una selección natural en la que sobrevive el más apto. La enfermedad siempre ha moldeado la vida de los pueblos. A lo largo de la historia, las pandemias han contribuido a grandes cambios en el orden político.

–¿Saldremos reforzados?

–Sí, pero tendremos que replantarnos nuestra relación con la naturaleza. La salud del medio ambiente, la de los animales y la humana es una sola salud y debería abordarse en conjunto. Mientras solo pensemos en la salud humana, seguiremos sufriendo estas adversidades y no vamos a ganarle la batalla al virus.