Todas las personas sabemos que el amor, en ocasiones, duele y, sin embargo, deseamos sentir ese dulce padecimiento, al menos una vez en la vida. Pero, ¿qué es el amor? Porque, desde Ovidio, en el siglo I a. C., que habla de los puntos donde debe apoyarse para que perdure con el paso del tiempo, hasta Ortega que, en “Estudios sobre el amor”, se refiere a él como una “enfermedad de la atención”, muchas personas han hablado de él a lo largo de los tiempos.

Pero, teorías aparte, lo cierto es que de pronto un día, de la forma más inesperada, se instala en tu vida, con una naturalidad que inquieta y perturba. Y sientes como el estómago se encoge, las pulsaciones se aceleran, el corazón se agita, las palabras se atropellan y la sensibilidad está a flor de piel. Además, suspiras con ansia y con la sensación de que algo mágico se transforma a tu alrededor aceleradamente.

Lo cierto es que con estos síntomas, el diagnóstico es fácil para cualquier médico: mal de amores ¿Y el tratamiento? Esto ya es una incógnita. De momento, no existe una terapia que resulte eficaz para paliar esta dolencia. Ahora bien, si la tuviéramos, ¿habría alguien dispuesto a someterse a ella?

Es evidente que la mayoría de las personas, incluso las más frías e independientes, buscan ese complemento, esa “media naranja” que, supuestamente, está en algún lugar del planeta. Para algunas es fácil, la suerte les sonríe y lo descubren a edades tempranas y para toda la vida. Otras tienen múltiples fracasos, pero al final lo encuentran. Otras muchas, dan vueltas y vueltas y, como no aparece, terminan engañándose y se aferran a aquello que no es muy bueno, pero creen que es mejor que la soledad. Y, un número muy pequeño, prefieren estar solas y no encadenarse, si ese amor no es auténtico y verdadero.

Lamentablemente, tampoco hay medicamento, pócima o conjuro que resulte eficaz para enamorarse de esa persona que nos conviene, pero no acaba de convencernos. Y es una pena, porque, qué duda cabe que la vida es mucho más agradable, si se comparte con una pareja con la que te compenetras.

¡Ay amor, amor...! ¡Qué complicados son los asuntos del bueno del amor y cuantos quebraderos de cabeza nos producen! Pero lo cierto es que pocas cosas pueden compararse al consuelo que ofrece el ser amado.