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Ciencia a contra reloj

En menos de un año se han publicado más de 39.000 estudios sobre el COVID-19 | Tres alumnos del máster de Investigación Biomética de la USC analizan algunos sesgos

Elkin Muñoz y Uxía Grela, en un laboratorio de Medicina Genónima. | // XOÁN ÁLVAREZ

Nunca antes se habían publicado tantos estudios y a tanta velocidad como en 2020: mutaciones, cepas, variantes, anticuerpos neutralizantes, inmunidad cruzada, la proteína Spike, aerosoles, las pruebas de antígenos o PCR, efectividad de las mascarillas, etcétera. Desde el momento que quedó manifiesta la amenaza que suponía para la humanidad el COVID-19, comenzó una carrera científica sin precedentes para intentar ponerle freno, que ha culminado con las primeras vacunas contra el SARS-CoV-2, apenas unos meses después de declararse la pandemia, todo un hito científico. Cierto es que tampoco antes se había dado una colaboración tan intensa entre instituciones, públicas y privadas, ni se había contado con tantos recursos, pero las cifras son tan apabullantes que se podría hablar de un antes y un después del COVID-19 en investigación.

Según un artículo que ha comparado los tiempos de publicación en revistas científicas antes y durante la pandemia, los plazos se han reducido un 49% y algunos científicos alertan de la presión a la que están sometidos para publicar ante una demanda de cobertura mediática cada día mayor. Los investigadores Elkin Muñoz, ginecólogo especialista en reproducción asistida; Ana Isabel Allo, médica, y Uxía Grela, farmacéutica, alumnos del máster en Investigación Biomédica de la Universidad de Santiago de Compostela (USC), hacen una reflexión la cantidad y la velocidad de estudios publicados tanto en repositorios –sitio de Internet que distribuye manuscritos no publicados– como medRxiv y bioRxiv, como en las revistas de revisión por pares –métodos de revisión por pares se utilizan para mantener los estándares de calidad, mejorar el rendimiento y proporcionar credibilidad– aceptan y publican investigaciones sobre el SARS-CoV-2 y sobre el deber de los investigadores y de estas publicaciones indexadas de velar por que la información que difunden a la población no esté sesgada.

“Casi podemos afirmar que existe un ritmo de crecimiento exponencial de publicaciones sobre el coronavirus. Lo que antes tardaba en ser publicado un año ahora se publica en seis meses. Los estudios se aceptan con tal rapidez que no se cuestiona su rigor científico”, afirma Muñoz.

Estos investigadores han contabilizado los estudios sobre el coronavirus publicados en las revistas indexadas desde la descripción inicial de la enfermedad y los han comparado con los publicados hasta ahora sobre el cáncer de mama y la malaria. Hasta el mes de noviembre, es decir, en menos de un año, los estudios sobre el SARS-CoV-2 y la enfermedad que provoca sumaban los 39.877. Los publicados sobre el cáncer de mama desde 1789 son 42,0144 y los referentes a la malaria, 97.927 desde que apareció el primero, en 1828.

“Esto deja ver como las publicaciones se aceptan de forma casi inmediata cuando se trata de publicar aspecto de COVID-19. Pero no solo el número de publicaciones, sino también la calidad de ellas es motivo de alarma. Si vamos a las revistas de alto impacto como ‘JAMA’, vemos que ha publicado 277 publicaciones de COVID-19 y solo 209 de malaria”, exponen los investigadores en “Sesgos de la investigación, conflictos de intereses o publicidad encubierta en el COVID-19” que han realizado en el marco del máster de Investigación Biomédica.

Los investigadores también ponen el foco en el número de revisiones sistemáticas –investigaciones que recopilan y proporcionan un resumen sobre un tema específico, orientado a responder a una pregunta de investigación– acerca del coronavirus, de las han contabilizado 1.320 acerca de 1.009 ensayos clínicos.

“Las revisiones sistemáticas acerca del COVID-19 aparecen en mayor número que el de los propios ensayos clínicos incluidos en las mismas. Se invita por lo tanto a una reflexión ética acerca de los sesgos de la investigación o los conflictos de interés en el caso de las investigaciones y publicación sobre el COVID-19”, exponen.

Asimismo, aportan varios ejemplos de sesgos en la investigación de tratamientos farmacológico y de la vacuna. Uno de ellos se refiere a la cloroquina y la hidrocloriquina, principios activos desde hace tiempo en varios medicamentos, que se emplearon para tratar el COVID-19 al principio de la pandemia. “Se usaron correctamente? ¿Se sabía lo suficiente para usarse? ¿Se llevaron a cabo todos los requerimientos y estudios necesarios que debe pasar un fármaco para usarse o se violaron los principios éticos?”, se preguntan Muñoz, Allo y Grela, que concluyen que se empezaron a usar “de forma precipitada, por lo tanto, no del todo bioética”.

El problema, explican, es que muchos de los estudios publicados estaban basados únicamente en los resultados in vitro, lo que conllevó sesgos tanto de información como de publicación. “Estos sesgos generaron una importante consecuencia a la hora de estudio de este fármaco –sostienen–, y con carencia de validez metodológica y científica, por lo tanto, resulta éticamente inaceptable”.

Lo mismo sucedió, según el análisis de estos investigadores, con los estudios sobre la ivermectina, otro fármaco sobre el que apuntan varios estudios sujetos a diferentes sesgos. Los sesgos a los que se refieren son de diseño no aleatorizado, de sesgo de selección de la población, del tamaño de la muestra, de confusión.

En cuanto a la vacuna, reconocen que es un hito, aunque advierten de la responsabilidad ética de hacerla accesible a todos. “La capacidad de la industria para fabricar dosis puede ser limitada y, por otro lado, existe el debate en torno al acceso a una posible vacuna, protagonizado por cuestiones como las patentes y licencias, la equidad en el suministro y los precios, lo que sería responder al principio ético de justicia. Así como la aparición de conflictos de interés, como son los intereses económicos”, alertan.

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