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Una Navidad imposible de olvidar

La pandemia obligó a los gallegos a celebrar las fiestas solos, alejados de sus familias, en pareja o en una residencia para evitar contagios EMás de 23.000 pasaron la Nochebuena en cuarentena

Hay momentos que para que sean reconocidos deben transcurrir años y otros, sin embargo, que pasan a la historia desde el mismo momento en que suceden. Como todo lo que ha traído consigo la crisis del coronavirus, la Navidad de 2020 es uno de esos acontecimientos. Por primera vez, miles de gallegos se enfrentaron a una Nochebuena y a un día de Navidad (ojalá) irrepetibles, solos o acompañados por el menor número de seres queridos posibles. De hecho, más de 23.000 personas lo hicieron aisladas, en cuarentena, por ser contacto estrecho de alguno de los 5.754 casos activos de COVID-19 en Galicia.

Precisamente, por este último motivo, hay quienes pasaron las fiestas con la compañía de una videollamada. Es el caso de Juanma Prieto, que tiene a su familia al completo confinada, a kilómetros de distancia. En cambio, Miriam Rodríguez, gallega en Londres, que ya tenía los regalos preparados, se quedó atrapada obligadamente en su país de acogida.

Consuelo Cabaleiro, de 91 años, también por el virus, decidió quedarse en la residencia donde vive desde hace cuatro años. Esta vez, la cena la tomó con su otra familia, la que no es de sangre, pero que la cuida y con la que pasa las 24 horas de cada día.

El número no fue un problema en la casa de los Pedrosa Bartolomé. Son once y un solo grupo de convivientes. Mientras que en casa de Laura Barreira y Diego Tilve tan solo fueron dos y por responsabilidad no incumplieron las normas.

Las de 2020 fueron la Nochebuena y la Navidad más atípicas, como todos los días desde el pasado 14 de marzo. Hay un antes y un después de esa fecha, y aunque no es así, parece que ha transcurrido más de un año.

“Hicimos un mercadillo navideño y echamos un bingo especial... Estoy muy contenta”

Consuelo Cabaleiro - Residente en DomusVi Barreiro

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Consuelo y otros residentes que pasan las fiestas en DomusVi Barreiro.

En la residencia de ancianos DomusVi Barreiro viven 140 personas y estas Navidades, por indicaciones de la Xunta, tan solo han podido salir cinco mayores. Aunque, para paliarlo, han aumentado los horarios de visita. Consuelo Cabaleiro, a la edad de 91, es una de las que pasó Nochebuena y Navidad entre los de su misma condición por primera vez en cuatro años. “Siempre estuve con mi familia. Pero mis hijas no quieren que me ponga mal. Es por precaución”, expresa de manera lúcida.

En cualquier caso, entre los demás compañeros, Consuelo tiene a “dos primas”, aparte de que ya considera a las trabajadoras del asilo "como de la familia”. “Me gustaría estar con los míos, pero me sacrifico”, comenta quien asegura “pasarlo muy bien” y estar “muy contenta” en su lugar de acogida.

En su residencia, para hacer más amenas y menos atípicas las fiestas, han elaborado un calendario de actividades especiales. Durante la semana ya elaboraron postales artesanalmente. Pero el plato fuerte llegó en Nochebuena y Navidad: “Hicimos un mercadillo navideño, con regalos, echamos un bingo especial, una tómbola, cantamos villancicos...”. “Para el año que viene, si Dios quiere, será de otra manera”, dice lanzando un deseo en voz alta.

“Preparamos una miniobra de teatro entre nosotros y cantamos villancicos”

Familia Pedrosa Bartolomé - 7 hijos y 2 personas de acogida

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Foto de familia numerosa en la casa de los Pedrosa Bartolomé.

En la casa de los Pedrosa Bartolomé se juntan a comer todos los días nada menos que once personas. Y Nochebuena y Navidad no fue una excepción. Sin embargo, una familia numerosa como esta también echó en falta a otros comensales. “En otras fiestas nos juntamos hasta 40 personas en casa de mis padres. Somos seis hermanos y cada uno tiene una media de cuatro hijos”, relata Carla, la madre del clan. “Al no poder estar con el resto, ha sido una Navidad diferente. Este año nos hemos conectado por Zoom para cantar todos juntos”, manifiesta.

Claro que tener siete hijos, además de dos personas de acogida en casa, “da mucho juego” y las tareas son repartidas. Mientras Carla se encargó de preparar un banquete “especial” y otros opinaron sobre cómo decorar la mesa de una manera “más bonita de lo normal”, “Valeria, una de las niñas, coordinó la preparación de una miniobra de teatro”. “Nos disfrazamos. Hicimos todo lo posible por pasarlo bien y entretenernos”, confiesa.

Eso ocurrió el 24, cuando ya se levantaron “con una energía especial”, mientras que ayer, día 25, el ritual empezó por la tradicional misa y continuó con una nueva comilona, de nuevo los once. “La vacuna es el mejor regalo. Aunque tengamos que seguir con los protocolos, por lo menos tenemos la esperanza de que poco a poco podremos juntarnos. Lo necesitamos todos”, considera.

“Mi familia está confinada por COVID; como consecuencia, yo me quedé solo en la residencia”

Juanma Prieto - Universitario en Santiago de Compostela

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Diego y Laura, con el banquete que prepararon para Nochebuena.

Seguramente, la peor forma de pasar la Navidad, sobre todo si uno no quiere, es solo. Pero la historia de Juanma Prieto no es menos rocambolesca. Su padre fue el primero en dar positivo por COVID-19, un hecho que provocó un efecto dominó: “De nueve que somos en la unidad familiar, se contagiaron ocho. Todos menos yo, porque no estuve en casa”. Ahora, ellos están confinados y él, “como consecuencia”, le toca pasar la Navidad solo en una residencia de Santiago, donde estudia cuarto de Periodismo. “Me quedo aquí, en un cubículo pequeñito...”, afirma.

La situación en la que se encuentra no se la desea a nadie: “Es jodido, la verdad. Me duele, sobre todo, por no poder pasar estas fechas juntos, en familia. Mi abuela lleva muy mal que yo me quede solo aquí. Mis padres, lo mismo...”. “Con nada se fastidian unas Navidades que ya estaban complicadas de por sí”, insiste.

Con tal motivo, fue la “primera vez” que tuvo que cocinar en Nochebuena. Y, esta vez, tampoco tuvo que pelearse con ningún otro residente por un hornillo de la cocina. “Me compré un buey de mar y algo de arroz de marisco”, narra, para, a continuación, añadir y quitar hierro al contexto: “Lo ceno y lo como al día siguiente. Como buen estudiante, hago de más para no cocinar tanto”.

“Tenía billete para volver a casa, pero no me dejaron coger el vuelo”

Miriam Rodríguez - Viguesa atrapada en Londres

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Miriam, junto a dos amigas, ayer, en Londres

Este año, volver a casa por Navidad fue más difícil que no escuchar a Mariah Carey cantando “All I Want For Christmas Is You”. Para otros como Miriam Rodríguez, el plan fue imposible. “Tenía billete, pero no me dejaron coger el vuelo”, explica esta viguesa, que vive en Londres desde hace diez años. Concretamente, en un parte de la capital que ha sido elevada a un nuevo nivel de alerta, el cuatro, hasta ahora inexistente, y por el que se ha quedado atrapada: “Básicamente, es volver a estar en cuarentena. Está todo cerrado salvo los básicos”. “El vuelo salió para gente que vive en otros distritos, pero yo, por ley, no pude”, apostilla a quien ni siquiera le ha dado tiempo a enviar por mensajería los regalos que ya tenía empaquetados para sus seres queridos.

“Este año casi no he podido ir a España. Me han cancelado el viaje hasta tres veces. Debo de tener como 500 libras en bonos de aerolíneas”, dice quien lo que “más echará de menos” es “estar con la gente y celebrar”. Una reunión que, finalmente, como en casi todas las casas, tuvo que producirse a través de videollamada. Situación que nos llevó a meses atrás...

Con todo, y mientras sus compañeros de piso, británicos, regresaron a sus hogares familiares, Miriam pasó la Nochebuena a solas. Y ayer se reencontró con dos hermanas y amigas viguesas igualmente inmovilizadas, en su misma situación, en la ciudad inglesa. “Curamos la morriña con comida gallega”, pronuncia. “Tengo turrón. Una va a probar a hacer pulpo. Y yo intentaré hacer un roscón... ¡a ver si me sale!”, exclama entre risas.

“Nos fastidia estar lejos de la familia, pero la ilusión hay que imponérsela”

Laura Barreira y Diego Tilve - Pareja

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Diego y Laura, con el banquete que prepararon para Nochebuena

Laura Barreira solía pasar la Nochebuena rodeada de su madre, hermanas, cuñados, primos, tíos, abuelos... una mesa larga y nutrida. Pero todo lo que hasta ahora solía ser el COVID ha acabado por terminar destruyéndolo. Algunas cosas para siempre y otras momentáneamente. En esta ocasión, el plan fue pasar los días 24 y 25 con su pareja, Diego Tilve. Los dos, por primera vez, a solas. “Me hacía mucha ilusión juntarnos todos, porque hace mucho tiempo que no lo hacemos. Pero prima la seguridad individual ante el corazón, digámoslo así”, asegura Laura, que insiste: “Nos fastidia estar lejos de la familia. Pero hay que asimilarlo. La ilusión hay que imponérsela un poco”.

Para ello, se propuso hacer una receta inédita en su cocina: el solomillo Wellington de Karlos Arguiñano. “Este año, como me toca cocinar para los dos solos, me atreví a hacer una cena diferente. Si saliese mal, nos fastidiamos solo dos”, expone. Aunque, finalmente, el resultado fue “bueno”.

En cualquier caso, entre los momentos que más echó en falta en la noche del jueves y el mediodía del viernes, fueron “la conversación y las risas”, así como el regalo del amigo invisible. Una serie de detalles que se traducen en “las cosas sencillas”: “Llevamos tanto tiempo solos que echo de menos socializar; el contacto humano”.

En primera persona: Lara Graña

Recuerdos y videollamadas del soldadito de plomo

La jefa de sección de Economía de FARO, Lara Graña.

Nací en vísperas del verano y en mi bautizo –se dice­– caían las moscas del calor. Me quedó el termostato renqueante; agradezco mucho, en tiempos de no pandemia, que vuestras benditas manos calientes atemperen las mías. De pequeña, cuando mis abuelos aún regentaban el bar Castellano, en Pinténs (Cangas), me sentaba a media tarde en la placa de cerámica de la cocina de hierro, contando El Soldadito de Plomo. Le ponía todo el teatro que todavía conservo: “Detenedlo, no ha pagado el arbitrio, ¡detenedlo!”. Son mis recuerdos de los días de matanza, del invierno. Y lo son ahora, también, –con otros registros literarios– del día de Nochebuena. Cocina de hierro, cuentos, familia, unos vinos y una lluvia que no importa.

El 15 de diciembre, como todos los martes, fui a los estudios de la TVG para participar en el programa Bos Días. Dos horas en taxi con José Ángel. Con mascarillas. No conversamos mucho esta vez, creo que me vencía el sueño. Pero me contó de los paseos de tarde con su mujer, y que echaba de menos esa cañita de de vez en cuando. El jueves me llamó: era positivo por COVID. José Ángel me pidió perdón. Y volvió a hacerlo el viernes, y el sábado. Mi bicicleta de carretera, el trabajo y una marejada de voluntarios –para el súper, la farmacia, la videollamada, bajar la basura (tarea poco agradecida), sacarme una sonrisa…– han sido mi valla perimetral desde entonces. Mi compañía y mi regalo.

Di negativo en la primera PCR; estoy esperando para hacer la segunda.

La Nochebuena en Pinténs empieza, al calor de la lumbre, cuando mi madre se pone con el paté –es una de sus delicatessen, no me preguntéis la receta– y nos manda a recados. La ronda informativa es de lo mejor: visita a Cangas, parada en O Carlete (Vilariño), Aldán o donde se tercie. Para qué mentiros, es como una ruta enológica con música de Henry Mancini y una amable conductora –mi prima, casi siempre– que se ocupa de la logística. En casa abrimos un ribera para mi padre y para mí, un ribeiro o frizzante para mi madre y Ruth. Mi hermano es de cerveza. Mis sobrinas se reparten agua, gaseosa o kas; es Nochebuena, se puede.

La actualización en la web de FARO sobre el acuerdo del Brexit, este miércoles, solo me llevó media hora; este país no es de muchos superávit, pero a mí me está sobrando el tiempo. Anteayer hice toda esa ruta de Mancini, todo el ritual, toda la liturgia… desde un apartamento de Vigo, donde vivo. Abrí una botella de vino, cocí langostinos por primera vez (sin laurel, mamá), fulminé la batería del teléfono con videollamadas unas cuantas y sonreí por la salud de los míos en todo momento. Voló el tiempo en mi Nochebuena, por suerte. Nunca más quiero volver a decir esto.

Porque el que vuela es del bueno.

PD. José Ángel, me han dicho que estás en la UCI. Pelea. Pronto volverás a hacer todo eso que me cuentas, camino a Santiago, a las siete de la mañana. Creo que no quiero volver hasta saber que estás bien.

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