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Escambullado no abisal

Facturas de familia

Estas Navidades serán, sin duda, las más atípicas que se recuerdan, a causa del COVID-19. Alba Villar

No volveremos a casa por Navidad. No tantos ni tanto, al menos. Siempre existe un lugar al que regresar, incluso aunque nunca te hayas ido, que es la familia. Y es su restricción lo que nos inquieta en estos días, que son los propicios. Nos enredamos en complicados cálculos que protejan los afectos, entre restas de primos y sumas de abuelos. Hay quien planifica las visitas como el robo a un banco y las comidas como la fuga de un campo de prisioneros, con ensayos, disimulos y sincronización de relojes. El más cauteloso flirtea con violentar las normas. Debemos aguantar la tentación, sí, en este dilema entre el riesgo difuso y el amor inmediato porque la seguridad invierte en amor a largo plazo. Pero la renuncia se nos indigesta.

La familia nos importa, en general. También a aquellos que carecen de ella o que han roto sus vínculos. El dolor del desarraigo prueba su trascendencia. En último término todos somos familia ya que hijos del Big Bang, la primera reacción electroquímica de la vida o el homínido que se atrevió a alzarse sobre sus piernas antes que ningún otro para otear el horizonte de la sabana africana. La familia nos proporciona contexto y raíces; no solo la familia coetánea, horizontal, con la que hemos coincidido, sino la vertical que nos precedió, permitiéndonos, y la que nos sucederá, prolongándonos. No podemos contemplar sus rostros igual que los reyes, en cuadros colgados en las galerías, ni recordamos sus nombres, fechas y hechos, más allá de un par de generaciones. Pero están ahí, como vectores que nos ubican en el infinito.

El ser humano ha conservado la familia en su largo viaje, pese a los intentos totalitarios de menoscabarla, pero no una inmutable en su composición y reglas, sino como retrato de su cultura, su geografía y su época: del clan a la nuclear, de la patria potestad a la asamblea, del usted al mi vieja. Este siglo ha alumbrado nuevos modelos de familia igual que nuevas combinaciones para quererse. Todos nos siguen cosiendo como sociedad.

"Claro que no debemos idealizar a la familia, que nos viene dada como pecado original. La familia puede albergar más horrores que la noche oscura"

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Claro que no debemos idealizar a la familia, que nos viene dada como pecado original. La familia puede albergar más horrores que la noche oscura. Transmite odios en sus herencias. La familia nos condena por asociación o nos asfixia con sus requerimientos y a veces se convierte en un pretexto; como para Michael Corleone, que mataba a su familia para protegerla. Jamás ha existido mejor actor que Cazale ni mayor melancolía que la de su Fredo rezando el Ave María. Tan familia eran los Kelly tocando sus panderetas como los demonios de Gallovay devorando a caminantes, amparados en la bruma escocesa.

La familia también ha sido, claro, instrumento político con el que asociar reinos o acumular ferrados. Y unidad de producción. No quedan tan lejos aquellos proletarios literales, con su prole como única riqueza. La familia es hoy todavía un lexema de la economía, con sus propios flujos internos, más tácitos que expresos aunque quizá ya no en el futuro.

Una abuela australiana ha decidido cobrarle a su hija por cuidar de su nieto. “No soy una guardería, tengo mi propia vida, trabajo para mí misma y creo que ella debería entender que estaría renunciando a mi tiempo cuando trabajo desde casa. Si voy a renunciar a ese tiempo, entonces necesito dinero para reemplazar ese tiempo que estoy renunciando a mi trabajo”, ha declarado.

La monetización nos descarna, pero puede ser justa. Y en todo caso retrata la utilidad de la familia. En España, donde se conserva su dimensión neuronal, la familia impidió que el país se agrietase en la crisis de 2008. Fue su red solidaria y asistencial la que palió miserias; el escudo contra la marginalidad. La familia atiende a niños, ancianos y desvalidos, concede anticipos, mitiga las necesidades mediante el regalo o el trueque. Es el último refugio y el primer consuelo. Si no cobrar, nuestras familias deberían mandarnos facturas informativas como aquellas de la sanidad pública, que servían para constatar lo invertido en el tratamiento. Y añadiendo un cheque por los abrazos que añoraremos.

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    Para regresar deben hacerse una prueba y luego permanecer una semana aislados en el centro y otra, bajo estrecha vigilancia

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