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Hernán Zin | Autor del documental ‘2020’ sobre la primera ola del COVID

“Cierro los ojos y veo los ataúdes, uno tras otro”

“Entré en todas partes siendo muy pesado; todas las mañanas enviaba por ‘e-mail’ el artículo 20 de la Constitución”

Hernán Zin, autor del documental "2020". José Luis Roca

Desde el balcón, seguros, aplaudimos a los “héroes” de la primera ola sin saber el calibre del horror que se vivía en los hospitales, las residencias, las funerarias. Excepto el reportero Hernán Zin (Buenos Aires, 1971), que consiguió filmar en la zona cero. El documental “2020”, que antes de la segunda embestida del virus “nadie quiso programar”, se acaba de estrenar en los cines.

–¿Qué imagen le asalta sin remedio?

–Cierro los ojos y veo los ataúdes. En la funeraria pedí que me dejaran bajar a donde llegaban las furgonetas. Puse la cámara y fue una hora de un muerto tras otro y tras otro. Era como una industria de la muerte. Una cadena de montaje siniestra. Hice un plano secuencia que podía ser una película entera.

–¿Cómo demonios pudo entrar en todas partes?

–Siendo muy pesado. Todas las mañanas mandaba por e-mail el artículo 20 de la Constitución a los hospitales, a los políticos, a todo el mundo.

–¿Cuándo decidió levantar acta notarial de la pandemia?

–Yo estaba en Tarifa haciendo kitesurf y, ante las primeras noticias, fui de los gilipollas que pensó que era una tontería. “Venga ya, esto es una sobreactuación occidental”. Pero volví a Madrid y, al entrar en la primera UCI, vi lo equivocado que estaba.

–Usted ha superado siete malarias, ¿no le temió al SARS-CoV-2?

–Soy asmático. Salíamos de las UCI los doce del equipo convencidos de que lo habíamos pillado. Pasamos mucho miedo, sobre todo viendo cómo terminaba la gente, lo rápido que se iba.

–¿Muy distinto a las guerras vividas en Afganistán, Somalia, Gaza y Congo?

–La angustia era la misma. Lo difícil de digerir de la pandemia era el número de muertos: mil al día. Y el silencio. Entrabas en el hospital y el único sonido era el de gente tratando de respirar. Me llamaba mucho la atención pasar del silencio del hospital y llegar a casa y ver todo el ruido político que había en la tele. La desconexión entre el mensaje público y la realidad que veía era enorme.

–Era difícil hacerse a la idea.

–He visto la angustia y la soledad en los ojos de los enfermos. Sabía cómo se sentían. Una de las malarias me cogió con hepatitis. Estaba solo en un hospital público de Nueva Delhi y pensaba: “Me voy a morir y nadie se va a enterar”. No debería decir esto, pero en momentos de saturación hubo selección. Eso para los médicos, que no bajaban de la hiperactividad mental y no tenían protocolos claros, era durísimo.

–Sin hacer un alegato, muestra las lagunas del sistema.

–Mi objetivo es humanizar las cifras para que, entre todos, podamos hacer un luto colectivo y una mejor digestión de lo que ha pasado, para entender que esto ha sido muy jodido.

–Habría estado bien poder verlo antes de la segunda ola.

–En uno de los últimos días de guardia en una ambulancia, en mayo, llevábamos una persona que se moría y en una esquina vi a unos chavales haciendo botellón. Ahí pensé: “¡Tienen que ver el documental ya!” En junio estaba listo, pero ninguna cadena lo quiso programar. Ninguna.

–¿Todo esto le ha dejado huella psicológica?

–Yo llevo años en tratamiento.

–¿Y cómo se mete en esto?

–No sé hacer otro trabajo. Para contar bien la película, hay que sentirla. Si no haces propio el dolor, no lo hará el espectador. Aunque esa empatía que se refleja en las imágenes te vaya rompiendo por dentro.

–¿Su psiquiatra no lo disuade?

–Siempre se lo cuento después. Le hago trampa. [Ríe] Practico kitesurf porque en el mar no pienso en nada más que en no darme una hostia. Es terapéutico.

–Es hijo de senador, de familia burguesa e ilustrada. Un privilegiado.

–Sí. Los que tenemos la suerte de haber nacido en el lado bueno de la historia, y de no tener traumas familiares, debemos equilibrar la balanza. Pero también me divierto, ¿eh? Y trato de desmitificar esa imagen del reportero como un macho héroe.

–¿Quién debe ver el documental?

–Los negacionistas, los antivacunas, los que seguirán consumiendo sin freno. En el confinamiento hemos aprendido que lo importante es estar con la gente que queremos y abrazarnos. Si eso no ha quedado claro en el 2020 y no apretamos el botón de reinicio, desaparecemos. Ojalá ganemos esta guerra contra nosotros mismos.

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