Hay profesiones (u oficios) que enganchan. Ya saben: ese cineasta incapaz de visionar un filme sin pretender destripar los entresijos del rodaje y los secretos de la postproducción, por poner un ejemplo. O el arquitecto con complejo de ‘buscapisos’ que sufre de un dolor cervical crónico por culpa de su tendencia a pasear repasando de arriba a abajo las fachadas de los edificios de la ciudad. Pues con el periodismo, a veces, también pasa; y cuando llevas más de media vida dedicado a contar la actualidad, que una pandemia global nos encierre en casa y amenace con cambiar nuestra forma de vida no es algo que alguien a quien la noticia le corre por las venas pueda obviar. Este es el caso de Jorge Fauró (Madrid, 1966), que mientras ‘convivía’ con la cuarentena tras decretarse el estado de alarma decidió dejar testimonio de sus días en Facebook –“que era lo que tenía más a mano en ese momento”–, y, en cierto modo, de los de todos nosotros. Primero, haciendo un ejercicio de ‘identificación’ para con sus lectores; después, convirtiendo su ‘muro’ en una tribuna para que todo tipo de personas –de currelas a magistrados del Supremo, pasando por exministras y rock ‘n’ roll stars– narraran sus vivencias. Y así, durante cincuenta y tantas entregas posteadas entre finales de marzo y mediados de mayo que ahora recoge en “Confinados. Los diarios del virus” (2020), a la venta en Amazon.

–Cuando escribió Yo, el virus [el primero de los relatos] a finales de marzo, ¿tenía pensado continuar cincuenta y tantos días sumando relatos para sus amigos en Facebook?

–Pues mira, la cuestión es que a mí esto [la cuarentena] me pilló en casa, como a tantos otros. Y claro, como periodista te viene algo así, de tal magnitud informativa, y te da rabia no tener un medio en el que poder contarlo. Total, que lo único que se me ocurrió fue hacer un post en Facebook; era lo que tenía a mano, porque no me apetecía ponerme a montar un blog. Pero me pregunté: “¿Qué puedo escribir yo que no hayan hecho otros ya?”. Claro, en ese momento todo el mundo estaba hablando del SARS-CoV-2, estábamos viviendo una infodemia [sobreabundancia de información] brutal, así que decidí hacer un texto sin mayores pretensiones ni recorrido. Piensa que te hablo del 25 de marzo, varios días después de que se decretara el estado de alarma; vamos, que ya llegaba tarde... Pero bueno, unos días después de aquel primer post me volví a animar y hasta el 14 de mayo. Y de mi perfil de Facebook al libro, ¿eh? Que no sé yo si habrá muchos libros que se hayan escrito así... Al final resulta que las redes sociales –con las que soy bastante crítico, por cierto– sirven para algo, para crear, y no solo para contar una barbacoa con tus colegas o hacer de sumidero del odio.

–En la mayoría de los relatos narra historias puramente cotidianas; situaciones (no sé, como las del router y la báscula) con las que el lector medio se puede sentir identificado, pero en casi todos deja caer algo de actualidad o alguna referencia cultural. ¿Le salía natural, por ‘deformación profesional’ o había cierta intencionalidad?

–Bueno, yo sobre todo lo que buscaba era escribir cosas que no solía leer cuando me sumergía en esta vorágine informativa que trajo el virus consigo. Aunque me he sentido libre de escribir siempre lo que he querido en los 33 años que llevo en esta profesión, es verdad que esta plataforma me daba la posibilidad de poder contar anécdotas muy pegadas a la vida cotidiana. No sé, todos nos hemos preguntado en algún momento durante el encierro cuántos kilos de más íbamos a coger o hemos vivido situaciones surrealistas como que te llamen de tu antiguo operador para que vayas a devolverles el router cuando no se puede salir a la calle. En fin, que lo que intenté era mezclar historias de este tipo con la más rabiosa actualidad; porque en esos artículos, o en este libro, hay mucha política, mucha economía, mucha justicia, sociedad, cultura..., todos los géneros que puedes encontrar en un periódico, la verdad. Pero bueno, sobre todo la idea era intentar contar lo que todos estábamos viviendo: unos días desde un punto de vista más irónico, otros más dramático, otro más literario..., pero siempre con la intención de que el lector se viera reflejados.

–Por cierto, hablando de intencionalidad... Consciente o inconscientemente, uno de los puntos fuertes de este ‘diario’ es ese lenguaje “falsamente oral”, que le llama Carlos Zanón. Como parece que los periodistas deben de ser pulcros y elegantes a la hora de escribir una información, supongo que será algo que a mucha gente le llame la atención.

–Puede ser, pero yo es que escribo así. Aunque no te lo parezca, esos mismos artículos habrían sido válidos para cualquier periódico; no concibo otra forma de contar las cosas cuando hago un reportaje en primera persona o columnas de opinión que no sea de la manera en que están plasmados los textos de “Confinados”. Hay veces que puede parecer un lenguaje burdo, un poco lírico, épico, a veces grosero..., pero es mi forma de escribir, y no conozco otra.

–Y ha conseguido contagiar al propio Zanón en el prólogo, que habla más como colega que como escritor, poeta o prologuista al uso. Una buena forma de entrar en el libro, ¿no?

–Desde luego. Es un tipo al que leo mucho y del que creo que todavía pueda dar mucho de sí (pese a estar ya muy alto). Sobre todo nos une nuestra pasión por Bowie, pero, más allá de eso, coincidimos en nuestra forma de escribir prosa. Él es un escritor crudo, que trabaja sin ambages, sin tapujos: escribe las cosas como las siente, y por ello creo que tenía el perfil idóneo para prologar un libro que es, en cierto modo, una novela negra [género en el que Zanón mejor se desenvuelve]. Que si el murciélago, que si China..., víctimas, una guerra comercial, gente que aprovecha la cuarentena para dividir, para maltratar... Es una novela negra tremebunda en la que el virus es un protagonista básico, pero no el malo de la película. En estos meses hemos sufridos cosas peores que la COVID-19, como las fake news, las mentiras del Gobierno, las de la oposición, las de la comunidad internacional... Toda esa manipulación es mucho más gravosa que las más de 30.000 muertes en España.

–En este sentido, otro de los textos que me ha llamado la atención es “Periodistas de mierda”, en el que le pega un repaso a cierto matinal televisivo... Lo digo por esto y otros muchos temas con los que se ‘moja’ en el libro: ¿No le da cierto respeto exponerse así?

–Bueno, para empezar creo que el periodismo debe hacer un acto de contrición desde marzo hasta aquí. Quiero decir: se han hecho informaciones magníficas, análisis soberbios, pero también se ha hecho mucha frivolización y trivialización de las muertes. Que el coronavirus tenga cuatro o cinco horas en el “Sálvame Deluxe” no me parece ni bien ni mal, pero es un poco ridículo... Lo que digan María Patiño o Belén Esteban sobre esto no solo no creo que deba importar a nadie, sino que me parece peligroso. Que gente que no tiene ni idea genere noticias al respecto en programas que, nos guste o no, tienen una influencia muy notable entre muchas personas, puede llevar a los espectadores a hacerse una idea falsa de lo que es una pandemia. Así que sí, creo que hay medios y periodistas que deberían reflexionar sobre estos últimos meses porque no han hecho demasiado bien su trabajo, y que un señor en pos del share se cuele en el hospital de Ifema sin mascarilla y sin guantes y que desde el propio plató se le jalee [el alusión al relato citado] me parece que rompe todas las reglas que nos han enseñado en esta profesión.

–Hábleme de sus colaboradores, de cómo se consigue que más de 120 personas te escriban un texto. Me parece inaudito.

–[Ríe] Esto es muy curioso. Yo sobre todo quería ponerle voz a la gente normal, a la que no sale habitualmente en los diarios. Tiraba de gente conocida, de padres de amigos, vecinos... Pero como lo que quería era documentar esta pandemia en todas sus vertientes, me di cuenta –para mi disgusto– de que debía darle un toque institucional al tema y ver lo que pensaba la gente que manda. Y, bueno, uno por fortuna tiene agenda y en el libro hablan desde ministras hasta magistrados del Supremo, estrellas del rock, representantes patronales, sindicales... Hubo un momento en el que hasta me daba corte porque gobernaba todos esos textos como si estuviera en una redacción.