El confinamiento de marzo obligó a Javier Sierra a aparcar otros proyectos literarios y ponerse a escribir un libro “urgente” que invitase a reflexionar sobre la pandemia, sus orígenes y los caminos para afrontar la crisis sanitaria. El resultado es “El mensaje de Pandora”, una obra epistolar donde el escritor bebe de la mitología para lanzar un mensaje positivo al lector: saldremos de esta reforzados.

– ¿Se le hubiera ocurrido escribir un libro sobre el origen de los virus de no estar confinado por una pandemia?

–Absolutamente no. Lo último que me planteaba en mi carrera literaria era dedicar un libro al misterioso origen de las enfermedades y por tanto también de la vida. La irrupción de la pandemia me obligó a sopesar que este no era un momento para novelas de entretenimiento sino para obras de reflexión que nos hicieran volver a la filosofía, a ver las cosas con una perspectiva humanista.

– Esa urgencia por escribirlo podría haberle restado la perspectiva que nos ofrece el paso del tiempo.

–En este caso la urgencia ha sido un factor positivo, el combustible que me ha hecho enlazar ideas que llevaba más de dos décadas acariciando. No contaba con que mi generación tuviera que enfrentarse a una situación pandémica como esta ni a una crisis tan profunda de nuestra civilización a nivel planetario. Eso me ha hecho rescatar todas esas lecturas apocalípticas que me han ocupado y darles un sentido nuevo. Busco dar esperanza al lector, decirle que en el pasado hemos superado circunstancias mucho peores que esta y que siempre hemos salido fortalecidos.

–¿Por qué escogió el género epistolar?

–Porque es el más directo, comunica de tú a tú a autor y lector. Es también un pequeño homenaje a mi padre, que fue cartero y me enseñó a darle valor a las cartas que, por desgracia, ya han desaparecido. Hemos sustituido la correspondencia meditada que escribíamos hace 20 o 25 años por una de emergencia en forma de correos electrónicos o whatsapps. La prisa ha acabado con el pensamiento y con la estética que lo acompaña.

–Nietzsche decía que cada época reinterpreta a los clásicos griegos, ¿por ello acudió a la mitología para explicar las pandemias?

–Sin duda. Acudí a ella porque entiendo que ahí se esconde un reservorio de pensamiento válido en todo tiempo. La mitología es la respuesta que daban nuestros antepasados a preguntas racionales. Son respuestas muchas veces irracionales pero llenas de simbolismo, de ensoñación y muchas de sus explicaciones siguen siendo sorprendentemente válidas. Al final la intuición es un vehículo para el conocimiento, aunque en esta época tan mecanicista tendemos a olvidarnos del valor de esas enseñanzas.

– Y Pandora le vino como anillo al dedo.

–Recurro a Pandora porque es el mito que utilizan los griegos para explicar las enfermedades, pero le doy una vuelta de tuerca inédita. Veo en ella una premonición, una metáfora de una teoría científica del siglo XX para explicar el origen de virus y bacterias: la panspermia, que dice que los rudimentos de la vida llegaron a este planeta hace cuatro mil millones de años a bordo de cometas y meteoritos caídos del cielo y que se parecen a la caja hermética que envió Zeus a Pandora. Contemplo la teoría de que ese virus que ha dado origen al ser humano haya venido del exterior, ya que la Tierra forma parte del universo, un organismo colosal del que sufre influencias. La humanidad ya está en camino de poner colonias en la Luna y en Marte transformando entornos hostiles. Si vamos a ser capaz de hacer eso, ¿quien nos dice que otras inteligencias en el pasado remoto del universo no hicieron lo mismo con nosotros?

–La remitente de la carta en el libro advierte a su sobrina sobre el preludio del fin del mundo, ¿se refiere a la desaparición del ser humano o el fin de una era?

–Al fin de una era. Las pandemias más severas han provocado cambios sociales en los pueblos afectados. La peste negra nos obligó a emigrar de una sociedad teocéntrica a otra antropocéntrica, pasando de la Edad Media al Renacimiento, y la gripe española de 1918 nos convirtió en una sociedad que empezó a apostar por los sistemas públicos de salud.

–Sostiene que cada vez que se cae un dogma nace un nuevo mundo, ¿qué dogma se estaría cayendo ahora y cómo intuye el futuro de la especie humana?

–El dogma que está ahora mismo en solfa pero se resiste con sangre a desaparecer es el de las ideologías, los conflictos entre derechas e izquierdas. Tenemos que imponer el sentido común en las relaciones humanas y políticas. El mundo post-pandemia será más repartido, menos apegado a los grandes núcleos de población, a las megaurbes. El teletrabajo y el hecho de que nuestros hijos puedan estudiar por internet en cualquier universidad hará que regresemos al rural, al campo, y mejoremos nuestra calidad de vida.

–¿Qué opina de las teorías conspirativas respecto al origen del Covid-19?

–La única de esas visiones que contemplo es que pudiese ser una fuga de material biológico de un laboratorio de Wuhan, donde está el mayor centro mundial de investigación de coronavirus. En ningún caso considero que sea un virus creado artificialmente y puesto en circulación deliberadamente.

–Esa visión se aproxima a la ofrecida por la viróloga china entrevistada por Iker Jiménez.

–Iker Jiménez, viniendo como yo del periodismo que se fascina por lo desconocido, nos ha dado una lección de periodismo. Ha ido a las fuentes, se ha preocupado por los pequeños detalles, ha hecho divulgación. Si no le dan todos los premios de la profesión después de todo esto, va a ser una injusticia histórica.

“Soy hijo de mi tiempo, de Jiménez del Oso, Carl Sagan y Cousteau, que hablaban de los límites de la ciencia”

–Afirma que para saber qué camino tomar ha que mirar al pasado, ¿lo estamos haciendo?

–No. Nuestra sociedad tiene un pecado capital, contempla el tiempo como una flecha en línea recta y solo mira al frente. Las antiguas civilizaciones lo miraban como algo circular, se fijaban en los ciclos de la naturaleza, sabían que lo bueno y lo malo volvían y se preparaban psicológicamente para ello. Por eso reivindico, en un ambiente de sordos , que esos comités de expertos para la pandemia cuenten con sociólogos e historiadores además de con médicos y virólogos.

–¿Qué leía de pequeño?

–A los ocho años me saqué el carné de la biblioteca pública que hoy lleva mi nombre en Teruel. Fui un devorador de cómics de Asterix y sobre todo de Tintín; de ahí pasé a los grandes libros de aventuras, a Julio Verne a Robert L. Stevenson, a Emilio Salgari; y poco a poco fui saltando a otro tipo de literatura, sobre todo de ciencia ficción. Estaba fascinado por la carrera espacial y a la vez profundamente molesto porque yo nací en 1971 y la última misión tripulada a la Luna se envió en 1972, es decir, me las perdí todas, así que quizá lo traté de suplir con la lectura de Asimov y otros grandes de la ciencia ficción.

–¿Cuál fue el primer enigma que atrajo su curiosidad?

–Fue la muerte, que viví de cerca con unos tíos abuelos que fallecieron siendo yo niño. Aquello me impactó y me hizo plantearme las primeras preguntas trascendentales. Soy hijo de mi tiempo; a principios de los 80 la televisión en España hablaba mucho de temas paranormales, teníamos a Fernando Jiménez del Oso, por un lado, y a Carl Sagan o Jacques Cousteau, por otro, que, sin tratar la paraciencia, hablaban de los límites de la ciencia, de los océanos como gran misterio y del cosmos como enigma insondable. A mí el mundial de fútbol de 1982 me dio igual, ni me enteré de Naranjito, porque ese verano se estrenó “Cosmos” de Sagan. Siempre he sido el niño rarito.