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José Morella | Escritor

“Creo que vivimos en el fascismo del éxito, lo perfecto, lo intachable”

“‘West End’ nace como un intento de relacionarme con esos silencios familiares que hay en todas las familias; en la mía necesitábamos hablar de algunas cosas del pasado”

El escritor balear José Morella. | // JESÚS G. PASTOR

El escritor José Morella (Ibiza, 1972) presenta estos días su última novela, “West End” (Siruela, 2020), donde imbrica su realidad familiar con la ficción literaria para narrar la historia del estigma y el silencio que ha pesado sobre su familia con motivo de la enfermedad mental de Nicomedes Miranda, su abuelo materno.

–¿Su novela “West End” nace con afán de desvelar el peso que ejercen el estigma y el silencio en muchas familias?

–La novela nace como un intento de relacionarme con esos silencios familiares que hay en todas las familias, porque hacía tiempo que intuía que en mi familia tal vez necesitábamos hablar de algunas cosas del pasado. Entonces, empecé a preguntarle a mi madre y a mi tío si les importaría que escribiese sobre su padre, que era mi abuelo, y así la cosa se fue dando. Yo no tenía tan claro hacia dónde iba, pero intuía que en el proceso iba a encontrarme muchas cosas que no esperaba. Y así fue.

–¿Ese proceso de revelaciones y escritura le resultó liberador?

–Para mí, sí fue liberador. No sé si lo fue para mi familia y, sobre todo, para mi madre y mi tío. Sé que fue duro y es posible que también fuera terapéutico. Pero sí tengo muy claro que, para mí, hablar de determinadas cosas y poder comunicarme con mi madre, y tocar temas que nunca he podido tocar desde que era un niño, ha sido importante para nuestra relación. En cierta manea, siento que nos da permiso a que otras cosas puedan decirse. En definitiva, han pasado cosas muy bonitas en la familia a partir de este proceso. Pero creo que no hay familias que no tengan algún silencio y, por eso, hubo un momento en que sentí que esto era muy compartible, que muchas familias tenían experiencias parecidas, no necesariamente relacionadas con la salud mental, sino con la orientación sexual o con cualquier otro tipo de discriminación o circunstancia fácil de estigmatizar en la sociedad.

–¿En qué medida quiso reflejar que esa ocultación o vergüenza permanece como una herida latente, que solo se repara en el sentido que poetizó Alejandra Pizarnik: “Solo si nombras al fantasma, lo matas”?

–Exacto, tenemos que poder nombrar. Luego, ya veremos si la herida se cura o no. Pero si no lo nombras es como si no existiera y eso lo vuelve inabordable, porque es imposible hacer algo al respecto si no lo nombramos. También es cierto que, en el caso de mi abuelo, hablo de una época en la que todo se silenciaba más, pero que tampoco se ha solucionado ahora, porque la salud mental sigue siendo un tema tabú. Y aunque cada vez lo sea menos, se sigue silenciando, porque el ambiente nos lleva a hacerlo.

–Cada vez se alzan más voces contra el patriarcado o el racismo, entre otras discriminaciones, ¿por qué cree usted que la enfermedad mental, en cambio, sigue tan estigmatizada?

–A mí me parece que, en general, seguimos en la cultura de la ocultación. Y todo lo que se sale de eso es a base de valentía personal de cada una de las historias personales. Hoy en día sigue habiendo muchos tipos de discriminación por infinidad de cosas, desde el tipo de cuerpo que tengas a la opción sexual. Y esas pequeñas calas que vamos abriendo poco a poco en ese pedazo de piedra que es la cultura de la ocultación, el patriarcado, la vergüenza y el miedo al qué dirán se van haciendo poco a poco a partir de multitud de historias individuales, generosidad y valentía de la gente. Pero me parece que queda mucho por superar y que hay mucha fachada, no solo en la sociedad española, sino en todas las sociedades occidentales.

–¿Cree que, a medida que se abren más y más calas, se multiplican los adalides del extremo contrario, representado en los ascensos de la ultraderecha?

–Solo tienes que pensar en Polonia, donde ha habido una enorme ola de conservadurismo, o en el caso de España, que sería la representación de Vox. Creo que necesitamos un diluvio tremendo de pequeñas historias individuales que vayan permeando en esta cultura de la ocultación en que vivimos. Puede parecer reduccionista pero siento que, al igual que hay dos tipos de votantes, y tenemos ese ejemplo tan polarizado de Estados Unidos, cada vez se definen más dos posiciones en mundo: la cultura del miedo y la ocultación, y la cultura de la libertad y la tranquilidad. Y esos dos extremos se van acentuando y parece que, cuanta más libertad consiguen determinadas personas, más miedo genera en otra parte de la población que está todavía muy viva. Y con libertad también me refiero a simplemente expresar cómo te sientes, porque esa es la cultura que se debería enseñar en la escuela: que puedes hacer y decir lo que te dé la gana.

–¿Detrás de los tabúes y prejuicios hay siempre miedo?

–Ese miedo también es nuestro miedo y a veces tienes que vivirlo para poder liberarte. Pero para mí resulta evidente que todavía tenemos miedo de decir quiénes somos, de mostrarnos vulnerables y de expresar los problemas que tenemos. Creo que vivimos en el fascismo del éxito, lo perfecto y lo intachable. Yo lo llamo el nuevo fascismo del neoconservadurismo capitalista, donde todos tenemos que ser perfectos y, por eso, nos da miedo mostrarnos frágiles y que nos juzguen o nos rechacen. Y en lugar de fomentar una cultura basada en esa libertad, se fomenta lo contrario, que es el éxito a toda costa, dar codazos a quien sea para llegar a no sé dónde.

–Cuando hablaba de las pequeñas historias que horadan poco a poco ese promontorio normativo, ¿la literatura ha sido su vehículo de reacción contra lo que se calla o se reprime?

–Sin duda, la literatura, el cine y todos los discursos narrativos te brindan el poder y el privilegio de nombrar las cosas. Me parece que se trata de eso. En España tenemos muchos ejemplos, como Cristina Morales, Premio Nacional de Narrativa por Lectura Fácil, donde trata el tema de las personas con discapacidad intelectual y ella nombra las cosas. Eso es una maravilla porque estas personas están relegadas, no se les nombra ni se habla de ellas, y sobre todo, no se les escucha porque, más que hablar de ellos, se trata de escucharlas y darles voz.

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