"Es importante que la escuela crea en sus estudiantes, que los padres creamos en nuestros hijos; generar los temas emocionales adecuados en el aprendizaje, donde se asuma con naturalidad el error, donde no se etiqueta a los estudiantes", resaltó Jesús Guillén durante su intervención.

Anna Forés incidió en que con los últimos estudios de epigenética sabemos que estamos condicionados y no determinados por la carga genética, pero puede modificarse: "Eso nos da poder como maestros y padres, qué responsabilidad. Lo que hagamos nosotros puede cambiar, o hacer que se active algún componente genético. Un estudio realizado en ratitas cuidadoras demuestra que éstas hacen que sus hijos sean más sanos, menos estresados y aprendan más. Esto repercute en sus hijas y en sus nietas. Cambia a dos generaciones distintas".

Guillén va más allá y alerta de que cuando los adolescentes dicen " hago con mi vida lo que quiero", hay que enseñarles "que lo haces para ti y para dos generaciones." Destaca que traumas o abusos en niños "dejan huella en el cerebro y quedan modificaciones epigenéticas. Es superpotente explicarle a un adolescente que a través de sus hábitos puede tener un impacto no solo sobre sus futuros hijos, sino también sobre sus nietos. "Ser conscientes de nuestros actos tiene repercusión para lo bueno y para lo malo. Si me rodeo de gente con energía positiva, tal vez no se me dispara un componente genético de cáncer", insiste Anna Forés.

Los telómeros, la parte final de los cromosomas, se van acortando con el estrés. Ese acortamiento por trauma hace que envejezcamos antes. De ahí la importancia de no estresarnos y adoptar ejercicios que nos desestresen. Guillén recuerda que para una buena salud cerebral debe existir buena salud integral, y que el bienestar, las personas que se muestran más felices, tienen mejores marcadores fisiológicos. "La base de un cerebro sano es la bondad, y se puede entrenar", concluyen.