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Reyes Monforte: "Al final, aunque sea a largo plazo y con un coste muy alto, los buenos siempre ganan"

"Si no aprendimos de las guerras, de Auschwitz, de los gulags y de los totalitarismos, ¿vamos a aprender ahora por un virus y ser mejores?"

Reyes Monforte: "Al final, aunque sea a largo plazo y con un coste muy alto, los buenos siempre ganan"

Reyes Monforte narró en "La memoria de la lavanda" cómo afrontar el duelo por la pérdida de un ser amado y ahora sella unas "Postales del Este" que transcurren en el horror de Auschwitz. Dos crónicas del dolor humano distintas pero...

-¿...distantes?

-Distantes pero unidas por las emociones y, esencialmente, por las palabras."Postales del Este" es una historia sobre el poder liberador, curativo y sanador de las palabras, una historia que se desarrolla en el campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau pero que, gracias a las palabras escritas por una prisionera, "Ella", en el reverso de las postales y las fotografías que encuentra en los equipajes de los deportados, se extiende en el tiempo y logra llegar a las manos de su hija, casi 40 años más tarde. "Ella" va escribiendo el nombre de las personas asesinadas, para, al menos, salvar su memoria, su identidad y su historia. Ese es el verdadero corazón de la novela, la palabra como refugio. Con ellas empieza y termina todo, la vida y la muerte, el amor y el odio, incluso Auschwitz empezó con las palabras y terminó también con ellas.

-¿Por qué este viaje?

-Hay viajes que hay que hacer al menos una vez en la vida y, a veces, sucede que esos viajes se convierten en un eterno bucle. Siempre me ha interesado mucho la historia del Holocausto, de la Alemania nazi, del campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau en particular, porque hay partes de la historia que permanecen en nuestro ADN social. El odio, la intolerancia, el racismo no quedaron enterrados en el pantanoso suelo de Auschwitz cuando el Ejército Rojo lo liberó como quedaron enterrados los mensajes escritos por los prisioneros, las postales, las fotografías, los planos, incluso los objetos personales que decidieron esconder bajo la tierra del campo por miedo a que los nazis les mataran a todos, destruyeran las pruebas del exterminio y el mundo no supiera nunca lo que allí había sucedido. Lo que se entierra siempre sale al exterior.

-¿Aquel lugar albergó lo mejor y lo peor del ser humano?

-Yo suelo denominar al campo de Auschwitz un museo de la condición humana porque, cuando se entraba allí, uno no era capaz de imaginar hasta qué punto de maldad, pero también de bondad, puede llegar el ser humano. Y esa dualidad permanente teje la trama de la novela con el hilo conductor de sus dos grandes protagonistas: Maria Mandel, la jefa de campo de Auschwitz-Birkenau, la mujer más poderosa del campo que con apenas 30 años se gana a pulso el apodo de "La Bestia de Auschwitz" por la crueldad con la que trata a los prisioneros. Y la otra protagonista es "Ella", una prisionera que llega al campo en septiembre de 1943 y llama la atención de Josef Mengele y de Maria Mandel por su belleza, su conocimiento de idiomas y su perfecta caligrafía. Así es como las palabras se convierten en su pasaporte a la supervivencia.

-¿Una mujer como la Bestia de Auschwitz nace o se hace?

-Creo que nadie nace malo. La semilla del mal tiene que sembrarse y tiene que encontrar un terreno abonado en el que crecer y echar raíces. Maria Mandel era una joven austriaca encantadora, según la recuerdan sus compañeras de clase y sus maestras, divertida, dulce y embaucadora, que iba todos los domingos a misa con su familia, de la mano de su padre, zapatero de profesión, que trabajaba como funcionaria en la estafeta de Correos de su pueblo natal, Münzkirchen, y que incluso tuvo un pretendiente polaco contrario al nacionalsocialismo y que aborrecía a Hitler; el prototipo de mujer de raza aria preconizado por Hitler, que con 24 años comienza una andadura por distintos campos de concentración, hasta llegar al campo de Ravensbrück, donde comienza a escribir su leyenda negra y donde es descubierta por Himmler, y la traslada el 7 de octubre de 1942 a Auschwitz-Birkenau, donde rápidamente se gana el apodo de "la Bestia".

-¿Para comprender a las víctimas hay que ponerse a veces en la piel de los verdugos?

-Para comprender a las víctimas solo hay una piel, y es la suya.

-¿Cómo llega alguien a amordazar su mala conciencia?

-El problema es que los nazis, en su mayoría, no tenían mala conciencia. La propia Maria Mandel en el Tribunal de Cracovia que la juzgó en noviembre de 1947 se presentó como un oficial que cumplía órdenes, una persona normal que la vida la puso en unas circunstancias extraordinarias, y no dejó de decir que si había algún responsable sería el comandante del campo, Rudolf Höss, o el propio Adolf Hitler. Obvió mencionar el placer que le provocaba cumplir esas órdenes que la conminaban a realizar el exterminio judío y la tortura de los prisioneros, se olvidó de cómo disfrutaba torturando a las prisioneras, azotándolas, lanzando los perros contra ellas, ahogando a recién nacidos en cubos de agua, matando a palos a todo aquel que osara mirarla a los ojos, caminara demasiado despacio o perdiera un zapato en el lodazal del campo.

-¿La crueldad no es incompatible con emocionarse con una obra de arte?

-Nunca lo ha sido. La historia está llena de ejemplos: a Hitler le gustaba la pintura y las artes plásticas; a Stalin, el cine y la música clásica; a Karadzic, la poesía; el que ordenó el bombardeo de la biblioteca de Sarajevo, el profesor Nikola Koljevic, escribía poesía y citaba a Shakespeare de memoria... Maria Mandel era capaz de matar a niños estrellándolos contra las paredes de los barracones, de azotar hasta la muerte a mujeres embarazadas, de sacar su Luger y disparar a una presa que escribía un poema en un billete de 10 zlotys; era incluso capaz de excitarse sexualmente contemplando los experimentos médicos de su amigo y amante el doctor Josef Mengele. Y, al mismo tiempo, era capaz de llorar escuchando un aria de "Madama Butterfly". Odiaba tanto a los judíos como amaba la música clásica.

-¿Qué ejemplo dejó "Ella"?

-El valor de las palabras, la importancia de la memoria, la identidad y la historia. Y algo muy importante: que la esperanza está presente en todas las historias, incluso en aquellas más negras. Y que al final, aunque sea a largo plazo y con un coste muy alto, incluso de vidas humanas, los buenos siempre ganan.

-Todos los años hay novedades editoriales sobre aquel horror, ¿queda mucho por contar?

-Queda mucho por contar y descubrir. Nos creemos que sabemos mucho de Auschwitz, cuando no es así, y esa creencia solo ahonda en profundizar el desconocimiento. Solo hay que ver las estadísticas: el 30% de los europeos reconoce saber poco o nada de Auschwitz, uno de cada tres jóvenes no ha oído hablar del Holocausto, el 40% de los estadounidenses no sabe lo que fue Auschwitz y el 66% de los "millennials" no ha oído hablar de ello, ni sabe quién fue Hitler. Por eso, los supervivientes insisten en que no dejemos de contar a las nuevas generaciones lo que pasó en Auschwitz, porque los jóvenes tienen muy poca memoria y olvidan con facilidad.

-¿La pandemia nos hará mejores o es una piedra más en la que tropezamos una y otra vez?

-Si no aprendimos de la Primera Guerra Mundial ni de la Segunda Guerra Mundial, si no aprendimos de Auschwitz ni de los gulags de Stalin, si no aprendimos de la Guerra de los Treinta Años, ni de las distintas guerras civiles que asolaron el mundo, si no aprendimos del riesgo que supone los totalitarismos de Mussolini, Franco, Hitler, Ceaucescu, Milosevic... ¿de verdad cree que vamos a aprender ahora por un virus y ser mejores? Ojalá lo hagamos, pero no confío mucho.

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