El padre Adolfo Nicolás, jesuita nacido en Villamuriel de Cerrato (Palencia) y Superior General de la Compañía de Jesús entre los años 2008 y 2016, falleció ayer en Tokio (Japón) a la edad de 84 años.

El padre Adolfo Nicolás era natural de la localidad palentina de Villamuriel de Cerrato, donde da nombre a una plaza y al pabellón deportivo que inauguró en octubre de 2009, y desempeñó su labor fundamentalmente en Asia, sobre todo en Filipinas y Japón, donde falleció.

Según informó la Compañía de Jesús, el funeral se celebrará en Tokio a las 17:00 horas (en España, mañana 21 de mayo a las 10:00 horas) y se retransmitirá por internet.

En una carta remitida a todos los jesuitas, el padre Arturo Sosa, Superior General de la Compañía de Jesús, describió a su predecesor como "un hombre sabio, humilde y libre, entregado al servicio de modo total y generoso, conmovido por los que sufren en el mundo, pero a la vez rebosante de la esperanza que le infundía su fe en el Señor Resucitado".

Adolfo Nicolás entró en el noviciado de los jesuitas de Aranjuez en 1953 y con 24 años fue destinado a Japón.

Desde ese momento, y hasta su elección como Superior General en 2008, trabajó en Asia, sobretodo en Japón y Filipinas, desempeñando distintos cargos, entre ellos el de Provincial de Japón durante la década de los 90, o el de moderador de los Provinciales Jesuitas de Asia Oriental y Oceanía.

También trabajó con población inmigrante y desfavorecida en una parroquia de Tokio.

En 2008, tras la renuncia del P. Peter-Hans Kolvenbach, fue elegido como Superior General de los jesuitas, convirtiéndose en el vigésimo noveno sucesor de San Ignacio y el séptimo jesuita de nacionalidad española que ocupaba este cargo.

A su generalato aportó su conocimiento y sensibilidad de las culturas orientales, la espiritualidad en diálogo con otras religiones y reafirmó el compromiso prioritario por la promoción de la justicia y la reconciliación.

A lo largo de estos años lideró un trabajo de intensa reestructuración de la provincias jesuíticas europeas y americanas y, sobretodo, insistió repetidamente en la necesidad de combatir la superficialidad, trabajando desde la profundidad y la creatividad.

A lo largo de su gobierno animó a los jesuitas a redescubrir la dimensión universal de la Compañía de Jesús y a impulsar la colaboración con otros, creyentes o no.

En su mandato destacó el trabajo en favor de los más desfavorecidos, la ecología, la reconciliación y el trabajo por la paz como principio irrenunciable, o la educación de los jóvenes.

En 2016 renunció a su cargo por razones de enfermedad y tras dejar Roma y despedirse de su familia en Madrid, se había trasladado a Manila, y después a Tokio, "cuando su salud se debilitó aún más y él mismo percibió la necesidad recibir atención en una enfermería", según relata el provincial de España, el padre Antonio J. España Sánchez en una carta remitida a los medios de comunicación.

Sus compañeros del noviciado de Aranjuez y de la Facultad de Filosofía de Alcalá de Henares, así como los que lo acompañaron durante los años de su doctorado en el Colegio Bellarmino de Roma "recuerdan con afecto la naturalidad y seriedad de su entrega al Señor, su incansable capacidad de trabajo, su inteligente sentido del humor, su pasión por el diálogo con las culturas y la profundidad de su pensamiento".

Se le ha definido como un hombre marcado por su larga trayectoria en Asia y el contacto con la cultura y religiones orientales, ecuménico, comprometido con el diálogo interreligioso y entre culturas y se ha reconocido siempre "su gran apertura, su sencillez e inteligencia".