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Un médico gallego en la zona cero de la pandemia

"Cada alta era un pequeño triunfo para todos, médicos y pacientes", afirma Javier Fidalgo, residente de tercer año

El médico residente Javier Fidalgo (izquierda), con otro compañero, durante un descanso. // FdV

Del hospital de campaña de Ifema se lleva no solo una experiencia profesional tan intensa como enriquecedora. También humana. Javier Fidalgo, residente de tercer año de medicina, es uno de los sanitarios gallegos que estuvo en la zona cero de la pandemia cuando el coronavirus castigaba sin tregua a la comunidad de Madrid.

El pasado viernes, 1 de mayo, echaba el cierre el conocido como "hospital milagro" tras haber atendido a cerca de 4.000 pacientes desde su puesta en marcha, el 21 de marzo, en los pabellones 7 y 9 del recinto ferial. Fidalgo estuvo allí en sus últimas dos semanas. Llegó con otros compañeros para hacer un estudio descriptivo sobre la neumonía en pacientes con Covid-19 empleando la ecografía pulmonar y, aunque en esos momentos quedaban algo más de 400 pacientes, el trabajo continuaba siendo frenético. Tampoco había ya pacientes con diagnósticos muy graves, ya que a medida que se fueron aliviando las UCI de los hospitales, al Ifema fueron llegando los enfermos de Covid-19 con mejor pronóstico.

"Me hubiera gustado estar allí desde el principio porque creo que la ecografía pulmonar es una herramienta muy útil y habríamos podido ayudar mucho, pero me siento muy orgulloso de haber estado ahí. Yo me hice médico precisamente para eso, para ayudar a la gente", afirma este médico ourensano, criado en Santiago.

El considerado el último bastión frente al coronavirus nunca fue un hospital al uso. El hecho de estar luchando contra un enemigo común y ser una estructura más abierta le confería un ambiente más distendido dentro de la gravedad de la situación. Cada alta se celebraba con aplausos, que podían escucharse prácticamente desde todos los controles, por lo que al final, se convertía en un aplauso generalizado. "Era uno de los momentos más especiales, un pequeño triunfo para todos, pacientes y médicos", afirma.

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Al igual que el momento del baile del "Resistiré", símbolo de la lucha contra el coronavirus, a las ocho de la tarde. "Cuando estaba fuera y veía los vídeos me parecía algo frívolo, pero vivirlo dentro te emociona de verdad y adquiere verdadero significado porque ves que ayuda mucho a los pacientes, que es su momento del día", dice.

En este hospital de campaña ha visto nacer relaciones de afecto y compañerismo que en otras circunstancias difícilmente se habrían dado y ha sido testigo de momentos entrañables. "Un paciente musulmán que estaba en la cama de al lado de un señor mayor que estaba peor le dijo: 'No te preocupes. Te vas a poner bien porque Alá es mi Dios, pero también es el tuyo y yo le rezo por ti", recuerda.

Otros pacientes establecieron la costumbre de jugar al bingo a las siete de la tarde. "Había pacientes que llevaban más de quince días ingresados. Es normal que terminasen haciéndose amigos. Cuando comenzaron a desmantelar el hospital y a reubicarlos, la preocupación de muchos era saber si los reubicarían con sus amigos", asegura.

Entre los médicos también se establecieron lazos de colaboración muy fuertes. Para Fidalgo, fue especialmente enriquecedor poder trabajar con especialistas en distintas áreas y compartir conocimientos y experiencia. Incluso el propio hospital, que le parecía frío cuando lo veía en imágenes, le sorprendió.

"Me llevé una grata sorpresa porque no es tan frío como se ve desde fuera y esta sensación la hemos compartido médicos y también pacientes. Y después, fue una experiencia maravillosa trabajar con otros profesionales", recuerda.

Cuando empezó el brote y se suspendieron las rotaciones de los médicos residentes, a Fidalgo lo mandaron al centro de salud de San Blas-Canillejas, servicio que alternaba con las guardias de urgencias en el Hospital Ramón y Cajal. Ahí fue donde vivió los momentos más duros de una pandemia en pleno ascenso. En un solo turno, tuvo que sedar a cuatro pacientes.

"No tuve que sedar a nadie que en otras condiciones no hubiese sedado. Lo que sucedía era que llegaba gente muy mayor y que estaba muy mal y en estos casos lo prioritario es garantizar su confort, no salvarle la vida a toda costa. Esta no es una decisión de los médicos, sino de las familias, y en este sentido he de decir que los familiares, más que nunca, fueron congruentes y entendieron que lo más importante en estos casos es que el paciente no sufra", explica. En esos momentos, la zona de urgencias era devorada cada semana por la "zona Covid", algo que comienza a revetir, según este médico residente.

Una vez cerrado el hospital de Ifema, volverá al centro de salud y a las guardias de urgencias. "Vamos a empezar a cita en los centros de salud porque hay muchos pacientes aguantando en casa a los que hay que atender", explica.

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