Con el país en mitad de un mes y medio de encierro, con la primavera afanándose en poner a prueba el espíritu de sacrificio nacional, Pedro Sánchez consumió algo más de una hora en exponer lo que se nos viene encima. Entre su discurso y las preguntas filtradas, pese a las protestas de la prensa, por el Secretario de Estado de Comunicación, Miguel Ángel Oliver, la de ayer fue una presencia reducida respecto a ocasiones anteriores. El expresidente Felipe González engrosó las filas de los críticos con el formato comunicacional de Sánchez, que, al entender del ahora incómodo jarrón chino, contraviene la concreción y parquedad que requiere una situación de emergencia como la que vivimos. La apreciación de que hay un Sánchez de rasgos churchillianos quedó arrumbada ante los múltiples Sánchez que anunciaban a España que seguirá confinada y debe resignarse a ver el sol tras los cristales.

Salió el Sánchez general y estratega al persistir en su retórica guerrera. Fue cuando anunció, por fin, "algunas nuevas certezas, ya contamos con cierto conocimiento del adversario y tenemos varias líneas de defensa en esta guerra". Llegó luego una versión de John Fitzgerald Kennedy, cuando pidió "pasar del qué pueden hacer los demás por mí al qué puedo hacer yo por los demás". Y se retrotrajo a Truman al reclamar a Europa un Plan Marshall continental. En su mirar atrás llegó a los Pactos de la Moncloa, un hallazgo de esa reserva experiencia política que es la Transición. La propia denominación de aquel período de cambio le sirve a Sánchez para eludir la jerga epidemiológica y habla de transitar para eludir la fealdad del "desescalar" con el que los especialistas se refieren a la vuelta progresiva a las calles.

En su despliegue de personalidad múltiple, Sánchez refrendó a Stefan Zweig al constatar que "el mundo ya no volverá a ser como el de ayer". Ni siquiera faltó el Neruda de "nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos" al constatar lo mucho que hemos cambiado en tres semanas. Y pese a reclamar empatía no la tuvo con Zapatero al apostar que estamos ante "la gran crisis de nuestras vidas". Por encima de tantos seres dispares se impuso el Sánchez predicador, al estilo de los dominicos que en vísperas de la Semana Santa batían las parroquias y llamando al recogimiento.