Si uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras, Fernando Simón está atado de pies y manos por férreos grilletes. "España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado", dijo allá por el 31 de enero, cuando se confirmó el primer positivo de Covid-19, el de un turista alemán en La Gomera. Recordamos aquella frase lapidaria y parece que han transcurrido años, pero solo han pasado dos meses exactos. Desde entonces todo en el mundo ha cambiado, salvo la sempiterna y vetusta chaqueta gris que Simón ha lucido casi invariablemente desde que salió a la palestra por primera vez como portavoz científico del Gobierno en esta crisis del coronavirus. Hasta ayer, cuando se anunció su positivo y fue sustituido por la doctora María José Sierra en la rueda de prensa telemática. Su visible desgaste físico cuenta por sí mismo la historia del Covid-19 en España.

Nacido en Zaragoza hace 57 años, Fernando Simón Soria dirige desde 2012 el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad. En 2014 simbolizó el sosiego y el liderazgo científico tras el caos inicial en la crisis del ébola. Ahora nos parece una broma infantil comparada con esta pandemia, pero miles de personas salieron a la calle para protestar por el sacrificio de un perro, Excálibur, y el ahora presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, pidió a Rajoy la cabeza de la ministra del ramo, Ana Mato, por el contagio de la auxiliar de enfermería gallega Teresa Romero.

Especializado en Epidemiología en la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, Simón ingresó en el Cuerpo de Médicos Titulares del Estado de España, ha dirigido centros de investigación en Mozambique y Burundi y dirigido el programa del Centro Nacional de Epidemiología. Es miembro del comité asesor de Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades.

Simón fue seguramente el hombre al que aludió Pablo Casado al afirmar, de forma muy desafortunada, que el Gobierno "se parapetaba en la ciencia". Ojalá hubiera sido así. Da más la impresión de que Moncloa utilizó a Simón como escudo político para absorber todo el desgaste de la comunicación en tiempos de crisis. La estrategia era redonda (ejem) hasta que el maño, que tanto nos aconsejó lavarnos las manos, hizo eso mismo cuando le preguntaron si la gente debía o no acudir a las manifetaciones del 8-M. "Si mi hijo me pregunta si puede ir a la manifestación le diré que haga lo que quiera", respondió, ante el estupor general. Días después, el 11 de marzo, con 1.978 contagiados y 47 muertos, sufrió un ataque de risa al explicar la propagación del virus, rampante ya en España. Pero la historia del ébola no se repitió como miserable farsa, sino como terrible tragedia.